Ahora que el suflé de la coronación empieza a bajar quedan bien a la vista las carencias democráticas de toda la operación. En primer lugar, ha dado incluso vergüenza la adoración / adulación a los nuevos / viejos reyes por parte de casi toda la clase política de los partidos tradicionales. Casi han resbalado sobre la propia baba. Y no era necesario. Más monárquicos que el rey, pues. Nada de contención en las alabanzas, como si no hiciera cuatro días que se ha ido sabiendo el papel real que tuvo Juan Carlos en el golpe de Estado de 1981, el dinero de Suiza que le dejó su padre, el conde de Barcelona y que no ha salido a la luz hasta hace poco, y por supuesto los escándalos diversos que presiden la institución monárquica en la actualidad. Ante un viento algo contrario, no mucho, en forma de reclamación ciudadana sobre la necesidad de hablar un poco de todo, se encogen, se apoyan unos a otros y cierran las filas. Así, por ejemplo, hacen el ridículo con la represión de las formas de manifestación del sentimiento republicano. Si abundo en el comentario es para decir con aburrimiento que este celo en perseguir banderas tricolores no sólo ha sido estúpido sino abiertamente ilegal y cuestionable.
En cuanto a los comentarios satisfechos sobre la nueva monarquía, desde el punto de vista catalán, debemos decir que estaba en la línea de lo esperado que el nuevo rey no dijera en su discurso de coronación ni una palabra que abriera un punto a la esperanza de nada. Ni siquiera en cuanto a cuestiones simplemente simbólicas: Plurinacionalidad, etc. ¿Qué os esperabais? Es el rey de España, señoras y señores. Y si lo hubiera hecho, ¿qué? Su padre juró los Principios Fundamentales del Movimiento y luego los traicionó. Es curioso que Felipe VI no haya osado romper ni un poco con lo que se esperaba. Desde el primer momento se dijo que reinaría con el nombre de Felipe VI. Continúa, pues, con la costumbre de denominar a los reyes según la cuenta de Castilla. Aquí tenía una oportunidad de oro para cuestionar este dominio simbólico de la España castellana y dar una señal de verdad de respeto y de nuevas formas. Además, dependía totalmente de él. No habría sido ningún escándalo y nunca el Gobierno se habría atrevido a impedírselo. Así, nacido Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, pudo hacerse llamar Felipe Juan I. No lo ha hecho. Y no se puede decir que no haya pensado en ello. Uno de los cambios que ha realizado en el despacho real ha sido sustituir el cuadro de Felipe V que tenía su padre por un de Carlos III. Alguien debe haberle comentado que, tal y como van los tiempos, verlo sentado delante del anterior Felipe no ayudaría mucho.
Y finalmente dejadme decir algo que me escuece más que nada: Se han hartado hasta el empalago diciendo que en España “el rey reina, pero no gobierna”. Però nos hemos tenido que tragar la visión de Juan Carlos I elevando a su hijo a la categoría militar de capitán general. También previsible y previsto, pero no por ello menos inaudito. Ningún Rey de ninguna parte es capitán general del ejército. Sólo los presidentes de las repúblicas, elegidos por los ciudadanos, tienen esta prerrogativa. En España, curiosamente, se da la situación absurda de que el rey, una figura puramente simbólica y de representación, manda “de verdad”, no simbólicamente sobre el ejército por la vía de seguir haciendo bueno el testamento de Franco. Así, en teoría, el poder civil manda sobre el militar. Pero resulta que los militares obedecen a sus superiores. Y el rey, aparte de monarca, es capitán general. Esto, en teoría, podría provocar, en una situación extrema, que dispusiera del ejército sin permiso del poder civil. Alguien dirá: Esta situación no se dará nunca y además, fue gracias a esta circunstancia que el golpe de estado de 1981 se pudo parar, porque los tenientes generales obedecieron a su capitán general, que era el Rey. Incluso así, me da igual, me llena de vergüenza y de humillación intelectual que, en el año 2014, se pueda pasar de herencia la condición de jefe supremo del ejército. Como si viviéramos en Corea del Norte. Si fuera militar profesional no me gustaría nada. Una cosa era el padre, designado dentro de las leyes de la dictadura, pero otra cosa es el hijo: ¿Capitán general? ¿Por qué? Será fastuoso ver cómo obligan a la infantita de Asturias a hacerse militar para poder ser, en el futuro, capitana generala de todos los ejércitos.
Definitivamente, visto lo visto, no me interesa nada. Y no me fío.
Ahora que el suflé de la coronación empieza a bajar quedan bien a la vista las carencias democráticas de toda la operación. En primer lugar, ha dado incluso vergüenza la adoración / adulación a los nuevos / viejos reyes por parte de casi toda la clase política de los partidos tradicionales. Casi han resbalado sobre la propia baba. Y no era necesario. Más monárquicos que el rey, pues. Nada de contención en las alabanzas, como si no hiciera cuatro días que se ha ido sabiendo el papel real que tuvo Juan Carlos en el golpe de Estado de 1981, el dinero de Suiza que le dejó su padre, el conde de Barcelona y que no ha salido a la luz hasta hace poco, y por supuesto los escándalos diversos que presiden la institución monárquica en la actualidad. Ante un viento algo contrario, no mucho, en forma de reclamación ciudadana sobre la necesidad de hablar un poco de todo, se encogen, se apoyan unos a otros y cierran las filas. Así, por ejemplo, hacen el ridículo con la represión de las formas de manifestación del sentimiento republicano. Si abundo en el comentario es para decir con aburrimiento que este celo en perseguir banderas tricolores no sólo ha sido estúpido sino abiertamente ilegal y cuestionable.
En cuanto a los comentarios satisfechos sobre la nueva monarquía, desde el punto de vista catalán, debemos decir que estaba en la línea de lo esperado que el nuevo rey no dijera en su discurso de coronación ni una palabra que abriera un punto a la esperanza de nada. Ni siquiera en cuanto a cuestiones simplemente simbólicas: Plurinacionalidad, etc. ¿Qué os esperabais? Es el rey de España, señoras y señores. Y si lo hubiera hecho, ¿qué? Su padre juró los Principios Fundamentales del Movimiento y luego los traicionó. Es curioso que Felipe VI no haya osado romper ni un poco con lo que se esperaba. Desde el primer momento se dijo que reinaría con el nombre de Felipe VI. Continúa, pues, con la costumbre de denominar a los reyes según la cuenta de Castilla. Aquí tenía una oportunidad de oro para cuestionar este dominio simbólico de la España castellana y dar una señal de verdad de respeto y de nuevas formas. Además, dependía totalmente de él. No habría sido ningún escándalo y nunca el Gobierno se habría atrevido a impedírselo. Así, nacido Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, pudo hacerse llamar Felipe Juan I. No lo ha hecho. Y no se puede decir que no haya pensado en ello. Uno de los cambios que ha realizado en el despacho real ha sido sustituir el cuadro de Felipe V que tenía su padre por un de Carlos III. Alguien debe haberle comentado que, tal y como van los tiempos, verlo sentado delante del anterior Felipe no ayudaría mucho.