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La Via Laietana: de Cambó a López

Jordi Rabassa

Conseller técnico del distrito de Ciutat Vella i miembro de Barcelona en Comú —

Joan Pich i Pon (1878-1937) fue alcalde de Barcelona por el Partido Radical entre enero y octubre de 1935. Ha pasado a la historia por su particular manera de destrozar el lenguaje, las populares “piquiponades” que le han convertido, en el imaginario barcelonés, en un alcalde inculto y, en cierto modo, un pobre hombre. En cambio, Pich i Pon fue un industrial de éxito, diputado en las Cortes, comisario de la Exposición Universal de 1929 y gobernador general de Cataluña. Una de las anécdotas que se cuentan de él dice que siendo alcalde acompañó unos visitantes al Tibidabo y desde algún mirador donde se podía observar toda la ciudad exclamó: “Fíjense ustedes, ¡Cuánta propiedad inmobiliaria”. Pich i Pon sabía muy bien qué decía porque había sido el presidente de la Cámara de la Propiedad Urbana de Barcelona en 1919. Con estas palabras dejaba bien claro que, para él, la ciudad era una mercancía y su gente era un bien a explotar. La sinceridad del alcalde aún nos sobrecoge porque, efectivamente, la ciudad y todo lo que pasa es la mayor oportunidad para la especulación. Nos lo ha explicado muy bien David Harvey: “la urbanización desarrolla un papel particularmente activo en la absorción del producto excedente que los capitalistas producen continuamente en la búsqueda del plusvalor”.

En este artículo me referiré al proceso de urbanización de la Barcelona de principios del siglo XX, y en particular a la apertura de la Via Laietana como la gran operación urbanística que reformuló la ciudad y sus relaciones sociales, al tiempo que enriquecía a las élites dirigentes y burguesas. La Vía Laietana es la máxima expresión del proceso de despojo de las clases populares urbanas imprescindible para que algunos industriales (habitualmente también políticos) reviertan los excedentes de su actividad en la ciudad y puedan especular con el suelo.

Hay que remontarse a la ciudad del último tercio del siglo XIX y a sus aspiraciones expansionistas. No podemos entender la agregación de los pueblos del Pla de Barcelona (1897) sin contar que ampliando el territorio se generaba nuevo suelo muy barato, porque originariamente era agrícola, listo para urbanizar siguiendo el Plan del Eixample de Cerdà que, aprobado el 1859, responde -entre otros- a esta necesidad.

Cuando Cerdà pensaba el ensanche de la nueva Barcelona concibió una retícula cuadriculada respetuosa con los cascos antiguos de los pueblos del Plan y los incorporaba con armonía. En cambio encima del plano de la Barcelona histórica, la que hasta hacía pocos años estaba dentro de las murallas, trazó tres vías que la rompían y que desnudaban los vecindarios. Una se correspondería con la línea que continuaría la actual avenida de Cambó y la plaza de la Catedral hasta la Rambla y el Arco de Triunfo. Otra partiría de los astilleros para llegar a la calle Muntaner, en el nuevo ensanche. Y la tercera iría de la actual plaza de Urquinaona hasta el puerto.

Esta última fue la única que se materializó siguiendo, más o menos, el trazado de Cerdà y se dijo Via Laietana. Las otras dos se medio desarrollaron debido a los estragos de las bombas italianas de la guerra civil y, ya en democracia, con el Plan Especial que abrió la quiebra Rambla del Raval. Francesc Cambó, entonces un joven concejal de la Liga Regionalista y financiero incipiente, fue uno de los impulsores políticos de la apertura de la Via Laietana y también uno de los hombres que más negocio hizo. Quizá por la primera razón en 1997 el Ayuntamiento erigió una estatua que le homenajeaba mostrando un gesto decidido e impetuoso en el extremo superior de la vía. En 1884 se había alzado, junto al mar, una estatua en honor a otro burgués de la época: Antonio López López. Al abrir la Via Laietana el gigantesco pedestal quedó a su final, cerrando la gran operación urbanística.

La Vía Laietana, por un lado es la avenida que debía facilitar el transporte de mercancías entre las fábricas y los talleres con el puerto, el centro logístico de la ciudad. Respondía, por tanto, a la necesaria adaptación de Barcelona en el nuevo modelo en el que comenzaba a vivir, la ciudad capitalista, que requería de un trazado viario que garantizara la óptima circulación de mercancías de los centros de producción a los de distribución.

Pero la ciudad capitalista también necesitaba desarticular los movimientos sociales y políticos populares urbanos que ponían en duda este modelo de ciudad, y las tres vías dibujadas por Cerdà daban respuesta a esta interpelación. Con la nueva avenida el cuartel de San Pedro, uno de los núcleos primigenios de la industrialización catalana, se rompía y se alejaba del Raval, el otro barrio de alta densidad obrera y de movilización anticapitalista. Se destrozaba el tejido urbano preexistente, que era sustituido por una gran avenida rodeada de edificios-pantalla. Estos aún cumplían otra función: ocultar las casas de las familias de clases populares que quedaron de pie básicamente en el lado del Llobregat mientras se configuraba, en el otro lado, el barrio Gótico, gracias al traslado, piedra a piedra, de buena parte de los palacios y casas señoriales situadas a lo largo del trazado de la futura Vía.

El traslado de las familias pero no fue tan planificado como el de los palacios. Nos lo explica el mismo Harvey: “La creación de nuevas geografías urbanas bajo el capitalismo supone inevitablemente desplazamiento y desposesión, como horrorosa imagen especular de la absorción de capital excedente mediante el desarrollo urbano”, y eso es lo que se dio con los cientos de fincas afectadas por la apertura de la Via Laietana y los miles de personas que vivían y que fueron desplazadas en nombre del progreso y la higiene hacia otros barrios de la misma ciudad. En el mejor de los casos recibieron una mínima cantidad por la expropiación gracias al acuerdo al que llegaron el Ayuntamiento de Barcelona y el Banco Hispano Colonial para crear el instrumento financiero necesario para llevar a cabo la operación justo cuando las inversiones en las colonias peligraban para el banco. Precisamente las primeras subastas de terrenos expropiados fallaron a su favor, convirtiendo las expropiaciones en un negocio redondo en los primeros años de ejecución del proyecto.

Toda gran ciudad capitalista necesita la paz social y suelo con el que especular, y la apertura de la Via Laietana fue uno de los instrumentos con los que se hicieron las clases dirigentes para conseguirlo, siempre a costa de unas clases populares que sufrieron la violencia institucional en forma de desplazamiento forzoso.

La historiografía barcelonesa pocas veces ha tratado el proceso de construcción de la Vía Laietana desde esta perspectiva y ha preferido biografiar la historia de los altos edificios que querían ocultar la red viaria más popular. Contextualizar su apertura en el proceso de creación de la ciudad capitalista nos podría explicar algunas características de la acción reivindicativa de las clases populares urbanas, y seguro que nos daría claves para entender su relación con la ciudad y las clases dirigentes en los estallidos revolucionarios posteriores, como el de julio de 1909, y que eran, en buena parte, respuestas a la violencia por el desplazamiento y el despojo de sus barrios, sus casas y sus redes comunitarias.

Empezábamos el artículo citando Joan Pich i Pon, que se dice que más de una vez había dicho que “quizás sí que no sé casi firmar, pero sí sé, y eso es lo más importante, hacer dinero”. Y eso fue el proyecto de la Vía Laietana: un gran negocio. Quizá por eso cuando la recorremos vamos de Francesc Cambó -político regionalista conservador, mecenas de cultura exquisita y financiero del ejército franquista- a Antonio López López -navilier, banquero, mecenas de Jacinto Verdaguer y uno de los grandes esclavistas españoles-, dos claros exponentes de la burguesía barcelonesa. Sin embargo no queda ningún rastro ni vestigio del desplazamiento de cientos de familias, los grandes olvidados de una operación financiera de la que fueron protagonistas y en la que sólo entraron para recoger, en el mejor de los casos, las migas.

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