Con la timidez y emoción de las primeras veces, Rosa Marqués y su hermana Laura entraban este jueves por la puerta del Park Güell con el móvil en la mano. Miraban hacia arriba, boquiabiertas, mientras tomaban fotos de las columnas helicoidales características de la obra de Antoni Gaudí. No era su primera vez en el parque, tampoco la segunda. Ambas viven en el barrio de la Salut y jugaron en este recinto cuando eran pequeñas, vinieron con sus novios durante su juventud y con sus hijos al cabo de unos años. La masificación turística a partir del 2000, sin embargo, les alejó del parque de su infancia. “Hacía 15 años que no nos atrevíamos a entrar aquí”, señalaba emocionada una de ellas, de 57 años. “Esto es una pasada”.
Tras la Sagrada Família, el Park Güell es el segundo lugar de Barcelona que recibe -o recibía- más visitantes: en 2018 accedieron a este recinto 3,1 millones de personas. La puesta en marcha de un sistema de venta de entradas en 2013 logró que se redujera parcialmente su masificación -antes llegaron a entrar 9 millones de turistas anuales- pero aún así el parque había ido desvinculándose de la rutina de los barceloneses.
El pasado miércoles el parque, declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, reabrió sus puertas después de dos meses cerrado y varios lustros en los que se había convertido en territorio solo apto para turistas. De momento no se pueden hacer visitas culturales y las escalinatas de acceso al recinto están en proceso de restauración, pero la imagen que presentaba el recinto trasladaba a muchos vecinos al Park Güell de antes del 2000.
El canto de los pájaros contrastaba con el trajín habitual del parque un mes de mayo, cuando los guías turísticos controlan el lugar y dirigen a grupos de visitantes con una banderilla para que no se pierdan. Las tiendas de souvenirs de las calles adyacentes seguían cerradas y los deportistas y visitantes se cruzaban con una sonrisa de complicidad.
Algunos barceloneses, como Max Reig, 22 años, entraban al recinto por primera vez en su vida. “Hasta ayer ni me había planteado venir, es un sitio que tenemos vinculado a la masificación turística y la verdad es que es impresionante”, explicaba desde el mirador en el que se divisa toda la ciudad mientras tomaba un descanso de su sesión de running. “Esto hay que aprovecharlo porque no sabemos cuánto durará”.
Jinhu Shin, coreano de 58 años y residente en la ciudad desde hace 15, solía hacer tours turísticos a grupos de coreanos y los traía al Park Güell. Ha venido docenas de veces, pero aseguraba que nunca lo había disfrutado tanto como este jueves. “Ahora esto vuelve a ser un parque”, explicaba tras tomar algunas fotografías con su móvil. “Los últimos años era un parque de atracciones”.
A Shin le apenaba ver como los turistas que traía iban ajetreados, pendientes de tomar centenares de fotos y sin observar o disfrutar el parque. Ahora este vecino de Barcelona tiene dos restaurantes y vive en parte del turismo, pero reconoce que la situación actual debería servir tanto a los barceloneses como a los visitantes para reflexionar. “Barcelona sin turistas se muere, es verdad”, apuntaba. “Pero deberíamos reflexionar todos un poco para que la ciudad nunca vuelva a ser lo que era antes”.