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OPINIÓN

Algo pasa, ¡claro que pasa!

Secretaria de Políticas Feministas del PSC —

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Nosotras, las mujeres, vivimos en una situación de discriminación permanente y parece que no pase nada. Protagonizamos el 76% de los contratos parciales, y el 79% de los trabajos no cualificados del sector servicios. Cobramos un 20,64% menos por trabajo de igual valor e invertimos 16 horas semanales más que los hombres en el trabajo reproductivo. La brecha en las pensiones alcanza el 28,1%. Y parece que no pase nada...

Y sí que pasa.

Pasa que nosotras, las mujeres, trabajamos cada año de nuestra vida tres meses de manera gratuita –si sumamos la brecha salarial a la brecha reproductiva–. Pasa, por lo tanto, que a nosotras, las mujeres, no se nos permite ejercer nuestro derecho a vacaciones pagadas. Derecho impulsado en 1931 por el Ministro de Trabajo, Largo Caballero. O lo que es lo mismo, pasa que las españolas llevamos 91 años con un derecho reconocido por ley que no transforma nuestra realidad cotidiana. Pasa que nosotras, las mujeres, a pesar de trabajar más, somos más pobres.

1.132 mujeres han sido asesinadas desde 2003, 46 menores desde 2013. Ellas son sólo la punta del iceberg. Cada año sufren en nuestro país violencia de género alrededor de 600.000 mujeres. Sólo denuncian el 25% de ellas. El resto convive con su agresor día y noche, en régimen de violencia de baja –o no tan baja– intensidad. En 2021 se produjeron más de 17.000 delitos contra la libertad sexual. El 90% de las víctimas no denunciaron. Tienen miedo a ser juzgadas por una justicia injusta. También temen los prejuicios de nuestra sociedad. Ellas, las víctimas, tienen miedo. Y parece que no pase nada. 

¡Y sí que pasa!

Pasa que cuando las víctimas potenciales somos la sociedad en su conjunto, le llamamos terrorismo. Y hacemos minutos de silencio, memoriales y funerales de Estado. Pasa que cuando el terrorismo no asesina pero persiste, le llamamos terrorismo de baja intensidad, y sigue ocupando titulares y recursos. Pasa que cuando las víctimas somos 'solo' las mujeres, la mitad de la humanidad, hay un silencio, una indiferencia y una resignación que nos golpea a todas y cada una de nosotras. La violencia de la indiferencia. 

España es el primer país de Europa y el tercero del mundo con más puteros. 

4 de cada 10 hombres esclaviza o ha esclavizado sexualmente a las mujeres a cambio de dinero. La industria proxeneta mueve cada día 5 millones de euros en dinero negro. Según la ONU, el 84% de la trata de seres humanos se realiza con fines de explotación sexual. Dentro de este porcentaje, el 94% de las víctimas son mujeres y niñas. ¡Y parece que no pase nada!

¡Y sí que pasa!

Pasa que trata y prostitución son las dos caras de una misma moneda, y que aceptar la segunda es legitimar la explotación y la violencia sexual contra las mujeres. Pasa que diferenciar entre prostitución y trabajo sexual, es blanquear la explotación sexual y humanizar a los proxenetas. Pasa que aceptar la prostitución como trabajo nos hace cómplices del régimen de esclavitud al que están sometidas algunas mujeres en el siglo XXI. Pasa que quien ve trabajo en la explotación sexual es esclavista.

¡Y sí que pasa!

Porque algo pasa cuando la sociedad asume como natural las discriminaciones estructurales que sufrimos las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. Y algo pasa cuando se niega la violencia de género, pero también cuando se frivoliza con el feminismo vinculándolo a los cuidados o se conjugan en una misma frase como sinónimos conceptos antónimos como prostitución, trabajo sexual y libertad. 

¡Y sí que pasa!

Pasa que los datos no engañan. ¡Y la agenda feminista tampoco! Urge que este 8M lo tengamos claro. Urge que este 8M denunciemos todas y cada una de las discriminaciones que sufrimos las mujeres por el hecho de ser mujeres. El resto sólo sirve para reforzar el sistema que nos oprime. Y nuestra democracia no puede permitírselo. Porque cuando nosotras, las mujeres, la mitad de la humanidad, vivimos en una situación de discriminación permanente tanto en el espacio público como en el privado, amenazadas con violencia de baja o alta intensidad, no tengamos ninguna duda: algo pasa. ¡Claro que pasa!