Entrevista

Pepe Beunza, primer objetor de conciencia político: “El dinero invertido en la OTAN cavará nuestras tumbas”

Sandra Vicente

28 de junio de 2022 22:28 h

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“La guerra que vendrá no es la primera. Hubo otras guerras. Al final de la última hubo vencedores y vencidos. Entre los vencidos, el pueblo llano pasaba hambre. Entre los vencedores, el pueblo llano la pasaba también”. Pepe Beunza, (Jaén, 1947) recita esta poesía de Bertolt Brecht cuando se le pregunta por qué es pacifista. Su compromiso con el antimilitarismo le llevó a negarse a hacer la mili, lo que lo convirtió en el primer objetor de conciencia político de España (con permiso de los 150 testigos de Jehová que le precedieron y que se negaron por cuestiones religiosas). Obedecer a sus principios le costó tres años de prisión que cumplió en diez cárceles, dos calabozos, un batallón disciplinario y un barco.

Hace 40 años que España se unió a la OTAN. Ese aniversario se celebra con una cumbre en Madrid. ¿Qué opinión le merece tenerla tan cerca de casa?

¡Vaya gol nos metieron con la OTAN! Hacía tiempo que no nos acordábamos tanto de ella, pero con la guerra se ha convertido en un tema que ha vuelto con fuerza. Yo si viviera cerca de una base de la OTAN no estaría muy tranquilo. Cuando protestábamos contra la Alianza, muy al principio, cerca de la base de Rota, se reían de nosotros porque decían que traía puestos de trabajo. Esperemos que esos empleos no sean de funerarios. En cualquier momento Putin puede enfadarse y ¡Pum! Tienes cinco kilómetros a la redonda que se van a freír espárragos. El armamento es un gran negocio, pero solo para los ricos. En las guerras, los pobres y los despistados se empobrecen y mueren.

¿Es por eso por lo que se convierte en el primer objetor de conciencia político de España?

Mi pacifismo empieza en Francia, en la tierra de la libertad en la que pasaba mis veranos de juventud. Allí conocí la comunidad del Arca, fundada por el filósofo Lanza del Vasto, en la que había gente que hacía yoga, practicaba la no violencia y eran objetores de conciencia. No sabíamos qué era eso, pero nos interesaba porque nos tocaba hacer la mili. Empecé a informarme, a leer y a hablar con ellos y entendí que ese movimiento también tenía que llevarse a cabo en España. Mis compañeros no veían claro que esto pudiera pasar aquí, pero durante la dictadura, cualquier modo de lucha era radical e implicaba pasar por la cárcel, así que pensé que era viable. Pero alguien tenía que empezarlo. ¿Por qué no yo?

Usted pasa dos años preparándose para entrar en la cárcel. ¿Cómo se hace eso?

Cuando escuchas a gente que ha estado presa, entiendes que la cárcel es dura, pero se puede aguantar. Y si los franceses y los italianos lo han hecho, nosotros también podemos. Así que empecé a prepararme muy a conciencia, porque objetar podía suponer cumplir condena hasta los 38 años, que era cuando se acababa la carrera militar. La preparación tuvo una parte personal, pero también una parte política, porque preparamos una campaña internacional para apoyar la objeción de conciencia que empezaría cuando yo entrara en la cárcel.

Había leído mucho y sabía, por ejemplo, que se estaban preparando armas atómicas. Estaba convencido de que el antimilitarismo era el camino, pero tenía mucha presión. Iba a ser el primer objetor político y que la campaña empezara dependía de que yo no me achantara. Por eso, cuando me meten al calabozo y oigo la cerradura, me quito un peso de encima descomunal.

¿Cómo fueron sus primeros días en prisión?

No existía el delito de objeción, así que me condenan por desobediencia, por no querer vestir el uniforme. Me condenaron a 15 meses de cárcel. Primero estuve en un centro de instrucción militar en Valencia, en un calabozo sin luz, sólo un pequeño ventanuco por el que entraba la luz del pasillo. Luego me llevaron a una cárcel de presos comunes, que fue mucho más dura. Pasé 15 días sin atreverme a hablar con nadie. Yo me había preparado bien y me acabé adaptando, pero lo primero que dije a los objetores que vendrían después de mí fue que no entraran nunca solos. Si vas en grupo, haces piña, siempre hay quien ameniza el ambiente con bromas y, si uno cae, el resto le recoge.

¿Cómo se tomó su familia que entrara a la cárcel voluntariamente?

Me dio mucho apoyo y eso fue esencial. Pero es algo que siempre decía a los objetores: tú escoges ir a la cárcel, pero tu madre no escoge tener un hijo preso ni el estigma social que eso le puede provocar. Si se escoge hacer un sacrificio por una idea, hay que hablar con la familia, convencerla para que entiendan por qué lo haces. Y no era tarea fácil, porque en aquella época la mili tenía mucho prestigio, porque te hacía “hombre”.

Y, a pesar de eso, vuelve a renunciar a hacer la mili, aún después de haber pasado por la cárcel.

Sí, salgo de prisión con la orden de presentarme en un cuartel. Pero, en lugar de eso, empiezo a trabajar en una escuela nocturna y monto una guardería para los hijos de las mujeres que van a alfabetizarse. Y envío una carta al capitán general diciendo que mi patria es ese barrio y que si quiere verme, que venga él, pero que yo no iré a cuarteles.

Eso le llevó a pasar una temporada en una cárcel de presos políticos.

Me hicieron un consejo de guerra por deserción, que es algo que da mucho miedo. Imagínate una tarima alta, con cinco o seis militares, llenos de chatarra colgada en la chaqueta, con espada y un crucifijo en la mesa. Y tú abajo, pequeñito, que no sabes si te darán con la espada o con el crucifijo, pero como sea, dolerá. Me condenaron a un año en una cárcel de presos políticos en Jaén. Aquello fue una experiencia totalmente distinta porque lo primero que me dicen, al llegar, es que había tres comunas: la de los vascos, la del PCE y la de la mezcla. Y ahí me puse yo, con gente del FRAP, anarquistas y otros despistados.

La relación entre presos era dura, porque figúrate las conversaciones entre alguien del FRAP y uno de ETA... Pero yo me llevaba bien con todo el mundo y aprendí muchísimo, porque a nivel ideológico me daban mil vueltas. Aquella fue una gran escuela para aprender a defender el pacifismo, porque me pasaba el día debatiendo con gente para la cual la lucha armada no era una teoría, sino su día a día. De esa época, sólo lamento no haber tenido el coraje y la sabiduría para convencer a la gente de ETA de que la lucha armada no era el camino. Pero ellos tampoco me convencieron y, por contra, me dieron argumentos para responder a todas las preguntas.

Y ¿después de eso?

Después de la condena por deserción me enviaron a hacer la mili a un campamento de corrección disciplinario en el Sáhara. Eso era una unidad de castigo de la Legión. Estaban todos locos, tanto que no nos daban armas porque un grupo llegó a matar a un capitán. Esa fue una experiencia diferente, pero venía de la cárcel y ya me lo sabía todo.

Su periplo fue el inicio de una gran movimiento objetor que convencería a un millón de jóvenes

Sí, en 30 años hubo un millón de objetores, 20.000 insumisos y se sumaron más de 1.000 años de cárcel. Fue esa lucha la que acabó con el servicio militar obligatorio, porque sabían que, poco a poco, se irían quedando sin jóvenes dispuestos a ir a la mili. Teníamos mucha fuerza y poco miedo y ese fue nuestro gran éxito, porque si le pierdes el miedo a la cárcel, desarmas a tu enemigo. Todo ello nos dio fuerzas para protestar contra la guerra de Irak o contra la OTAN.

Volvamos a la cumbre de la OTAN. Madrid estará militarizada durante tres días, incluso se ha recomendado a los ciudadanos hacer los desplazamientos mínimos por todo el dispositivo de seguridad. ¿Qué le parece este despliegue a alguien que estuvo tres años en la cárcel por pacifista?

Todo el dinero que invertimos en la OTAN servirá para cavar nuestras tumbas. Sólo sirve para matar gente. El militarismo supone renunciar a nuestro sentido común, que es el que nos lleva a preservar la vida. Hemos llegado a un punto en el que hemos convertido el mundo en un polvorín y tenemos armas nucleares para destruir 14 veces la tierra. Por eso, cada día que me levanto y veo que ha salido el sol, pienso que es un milagro. Ante las guerras y ante la OTAN tenemos que desobedecer. No hemos nacido para cumplir órdenes, a pesar de que vivamos en una cultura que hace de la obediencia virtud. Los crímenes de guerra más grandes se han cometido por obediencia, no por maldad.

¿Qué cree que tendría que haber hecho la comunidad internacional ante la invasión de Ucrania?

Desarmarse. Nadie habla de desarme, y sé que es difícil, pero para el desarme total hace falta alguien que sea el primero en tirar su ametralladora. Si tú no lo haces, el otro te seguirá apuntando. La teoría de la defensa militar dice que el enemigo no atacará, porque si lo hace, yo me defenderé, él me destruirá, yo a él también y moriremos todos. Pero eso no es teoría de la defensa, es suicidio. Para morir matando hace falta ser valiente y generoso, pero para estar dispuesto a morir sin matar, debes ser valiente, generoso e inteligente. Si eliminamos la inteligencia de la lucha, sólo nos queda la barbarie. Y, para la OTAN, eso es un instrumento de poder. La guerra de Ucrania estaba preparadísima porque necesitaba aumentar su presupuesto. Y le ha salido bien: ahora Suecia y Finlandia quieren entrar. ¿Cómo es posible haber caído en esta trampa?

Cuando le preguntaron a la vicepresidenta Yolanda Díaz si acudiría a la cumbre de la OTAN, dijo que si la invitaban, tendría que ir por “ser institucional”. ¿Qué le pareció esa respuesta?

Ella viene de Izquierda Unida, un partido anitimilitarista. ¿Luchas por el desarme? Pues no a la OTAN. ¿Qué es eso de que, si me invitan, tendré que ir? La OTAN es un club de asesinos e ir a su cumbre es reforzarla. Eso es peligrosísimo porque es la amenaza más grande que tenemos. ¿Que Putin es un asesino? Sí. Pero si lo apuntas con una ametralladora, ¿qué crees que pasará? La OTAN no deja de crear enemigos para justificar sus guerras. Si Yolanda Díaz fuera a hacerse la foto, sería cómplice de un negocio que acabaría con ella y con todos nosotros.

¿Teme que, ante el auge de la extrema derecha y los nacionalismos, pueda volver la mili?

Es muy posible que pase. El otro día un taxista me dijo que ojalá volviera la mili, porque necesitaba que su hijo se volviera responsable. Esa es una idea que ha quedado muy arraigada, pero el problema es que la mili sólo educa a través de la autoridad, el miedo y la sumisión. Confío en que, si se vuelve a instaurar, haya un nuevo movimiento de insumisión, pero no estoy seguro, porque en esta época que nos toca vivir la gente tiene mucho miedo de todo.

¿Qué le parece que el ejército esté en el Salón de la Educación de Catalunya, como una opción formativa más?

Hacer de la muerte una formación es una locura. Durante los tres años que estuve en la cárcel, mucha gente me intentaba convencer de que la mili era buena porque muchos jóvenes llegaban analfabetos y salían sabiendo leer y escribir. Y yo les contestaba que, si todo el dinero que dedicábamos al ejército, lo dedicáramos a la cultura, esos jóvenes serían ingenieros nucleares. La educación falla, es cierto, pero eso no significa que tengamos que recurrir al servicio militar. Es importante entender que, de hecho, al sistema capitalista y militar ya le interesa que la gente sea inculta, para que, con una sola orden, se tire por un barranco, aunque sepa que se va a matar. 

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