Como el guión de un gran acontecimiento, el 1 de octubre acoge la intrahistoria de dos de sus protagonistas, conjurados a mantener su enfrentamiento más allá de cualquier sentencia. Solo la categoría de ambos y el ingrediente de la traición podrían sostener una trama así. Para engancharse a ella hay que atender a la declaración del coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos en la undécima sesión del juicio del procés. Y congelar la imagen cuando se refiere al major de los Mossos d'Esquadra Josep Lluís Trapero.
Pérez de los Cobos aparece sentado frente a los siete jueces del tribunal y, a preguntas de la fiscal Consuelo Madrigal, se refiere a la reunión Gobierno-Generalitat del 28 de septiembre. Tan solo quedan tres días para el 1-O y la escena se desarrolla en el Palacio de Pedralbes. Nueve hombres se reparten, cinco a cuatro, ambos lados de la mesa. Puigdemont encabeza la delegación del Govern. El president ha convocado el órgano bilateral dedicado a la seguridad con carácter de urgencia. Enfrente, el número dos de Interior, José Antonio Nieto.
La situación es “kafkiana”, según el relato del guardia civil ante el tribunal. La Generalitat dedica la reunión a trasladar que el referéndum ilegal se va a celebrar y que los Mossos se van a dedicar a garantizar su normal desarrollo. La delegación catalana supera en un integrante a la del Estado porque Trapero asiste sin pertenecer a la Junta de Seguridad, afirma el testigo.
“Hubo un ambiente muy tenso. Quien estaba sentado al otro lado de la mesa eran los convocantes de la actividad ilegal que nos habían ordenado impedir. Entre los sentados a la mesa estaba yo, impelido por el auto de la juez para actuar, pero también el señor Trapero, que había recibido el mismo auto horas antes y que, a pesar de ello, se había presentado en esa Junta de Seguridad. Tenía una oportunidad de oro para no haber asistido. Y no solo lo hizo sino que realizó unas intervenciones que estaban en la línea de los sentados en el mismo lado de la mesa, el lado de los convocantes del acto ilegal”, relata Pérez de los Cobos.
Aunque pueda sorprender por el contenido de esta afirmación, Josep Lluís Trapero no se encuentra entre los acusados en el juicio del procés. El major de los Mossos se sentará en el banquillo de la Audiencia Nacional, el mismo que su enemigo contribuyó a tallar en la declaración de este martes. La Fiscalía pide para Trapero once años de cárcel por un delito de rebelión. Le acusa de ser miembro destacado de la rebelión que el Gobierno autonómico habría organizado con la celebración del 1-O. Tampoco será el objeto de su declaración, pero podrá defenderse cuando llegue su turno como testigo.
Pérez de los Cobos explica que Trapero se tomó muy mal desde el primer momento que el fiscal Romero de Tejada le nombrara coordinador de la actuación de Policía, Guardia Civil y Mossos d'Esquadra para impedir el referéndum. “En la primera reunión le dijo al fiscal que no reconocía en mi ninguna potestad”, relata. Su declaración está salpicada de referencias al entonces máximo responsable operativo de los mossos, a sus dejaciones e incumplimientos que derivaron, según el coronel, en la “estafa” que supuso la actuación de la Policía autonómica el 1 de octubre.
Para entender la gravedad que Pérez de los Cobos atribuye a la actuación del jefe de los Mossos hay que recuperar otra de sus frases ante el tribunal. El abogado de Joaquim Forn, el superior político de Trapero en el 1-O, le pregunta si el disgusto del jefe de los Mossos era solo por motivos competenciales o había algo más. “La actitud del señor Trapero era poner palos en la rueda en todo. Oye José Luis, que aquí estamos todos en el mismo barco, estamos todos para lo mismo, para cumplir el mandato de la Fiscalía, le comenté. Por eso digo que podría haber algo más de lo competencial”, responde el coronel.
Ahí está la clave. Pérez de los Cobos no concibe que un policía que ha jurado obedecer a la autoridad judicial se ponga del lado de quien quiere quebrantar la ley, aun con el argumento de la proporcionalidad en la actuación -nunca intervenir si el resultado va a ser peor que el daño que se quiere evitar- y el mantenimiento de la “convivencia ciudadana”. Ante el tribunal, Pérez de los Cobos lo resume así: “En la reunión (de Pedralbes) dije que no podíamos confundir lo sustantivo, cumplir la orden judicial, con lo adjetivo, la forma de cómo hacerlo”.
Pérez de los Cobos es guardia civil, un cuerpo de naturaleza militar. Procedente de una familia conservadora, su hermano alcanzó la presidencia del Tribunal Constitucional. Su trayectoria, sin embargo, lo aleja de las caricaturas que le presentan como un ultra al que el Gobierno de Rajoy implicó en el asunto catalán. El Ejecutivo de Rodríguez Zapatero le había encomendado una misión mucho menos visible. El coronel desempeñó un papel clave en la política penitenciaria del ministro Rubalcaba, destinada a desactivar el colectivo de reclusos de ETA, el último bastión que le quedaba a la organización terrorista antes de anunciar el fin definitivo de la violencia. Aquello le valió que el sector más radical de las asociaciones de víctimas y su entorno mediático le incluyeran en lo que habían bautizado despectivamente como 'comando Rubalcaba'.
El entorno del coronel le considera “un hombre de Estado”, pero no en un plano mesiánico sino en un sentido de “lealtad y servicio”. El gabinete de la Secretaría de Estado que dirigió durante seis años constituye la auténtica materia gris del Ministerio del Interior.
Dos policías, dos historias
Dos policías, que apenas se sacan dos años, admirados por los suyos y denostados por los adversarios. Esa es la historia de Pérez de los Cobos y Trapero. Este último, lejos de ser educado en la disciplina militar, salió adelante en un barrio obrero de Santa Coloma de Gramenet. Hijo de un taxista vallisoletano, no es posible rebuscar en su pasado y encontrar quien le atribuya convicciones independentistas.
Su defensa de los Mossos, ciega según algunos, nunca cayó en el corporativismo, el mal endémico de los cuerpos policiales. El entorno de Trapero no daba un duro por su carrera desde que en 2012, ante el discurso enfervorecido de un superior advirtiendo de que perseguirían a las “ratas” de los antisistema hasta las mismas aulas de la Universidad, se quedó sentado en solitario, sin aplaudir, a diferencia de sus compañeros.
La formación de Trapero, algo así como un humanismo obrero, le convirtió en un policía atípico. El día que tomó posesión como jefe de los Mossos había un señor de avanzada edad entre el público. Era el vecino de Santa Coloma que llevaba de excursión a él y a sus amigos de pequeños, que les ayudaba a fabricar los caleidoscopios que luego vendían en Las Ramblas, y que los mantuvo lejos de todos los peligros de un barrio tan castigado a finales de los setenta. En la adolescencia, Josep Lluís Trapero traía de cabeza a las chicas mientras tocaba a la guitarra canciones de Serrat.
Trapero y Pérez de los Cobos comparten algo más que su fuerte personalidad y capacidad de liderazgo: nada volverá a ser igual para ellos después del 1 de octubre de 2017. Relevado por la aplicación del 155, el mosso aguarda su complicado futuro judicial en un puesto irrelevante, aunque convertido, dicen que a su pesar, en un icono del independentismo. Pérez de los Cobos hacía tiempo que había decidido dejar el Ministerio del Interior, pero jamás había sido sometido a un veredicto público como después de su actuación en torno al 1-O. Hoy pasa desapercibido como jefe de la Comandancia de Madrid.
No para todos. Entre el público de la vista se detectaba ayer a un grupo de hombres en la cuarentena, pulcramente vestidos, de un modo que aspira a pasar desapercibido. Una costumbre para quienes ocupan destinos tan delicados en la seguridad del Estado. Su coronel estaba a punto de declarar.