El Tribunal Supremo, máximo órgano judicial español, ha tardado 208 años en conformar un tribunal íntegramente formado por mujeres. La carrera judicial no se escapa de la desigualdad de género, y al mismo tiempo debe impartir justicia para mitigarla: agresiones o discriminaciones machistas son asuntos diarios en los juzgados. En el primer Women Business & Justice European Forum, celebrado en el Colegio de la Abogacía de Barcelona, cuatro magistradas de toda España han desgranado los elementos para juzgar con perspectiva de género: ley, lenguaje y lucha contra los estereotipos. Una labor nada sencilla.
“Juzgar con perspectiva de género no es un planteamiento metafísico, está en la ley: el artículo 4 de la ley de igualdad consagra el principio de igualdad entre hombre y mujer en la interpretación y aplicación de las normas; y el artículo 15 dice que este principio marcará la actuación de los poderes públicos”, ha recordado la magistrada de la sala social del Tribunal Supremo María Lourdes Arastey, una de las cinco componentes del primer tribunal íntegramente femenino del TS.
Así, impartir justicia equitativa no es una opción personal del juez o la jueza, sino que emana de la legislación y obliga a todos los togados. Pero para evitar que la justicia perpetúe las asimetrías y las diferencias de género también es necesario aplicar, en palabras de la magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Canarias (TSJC) Gloria Poyatos, “cirugía judicial” para detectar, corregir y compensar las desigualdades.
Y aquí entran en juego aspectos que van más allá de la letra concreta de los códigos legales, como por ejemplo percibir los estereotipos y las ideas preconcebidas sobre el comportamiento de las mujeres. “Es dificilísimo detectar los estereotipos de género porque los tenemos muy interiorizados, mujeres y hombres. Los estereotipos son inmunes a las leyes, pero nosotros no somos inmunes a los estereotipos”, ha aseverado Poyatos.
En este sentido, la magistrada del Supremo María Luisa Segoviano ha puesto como ejemplo asuntos “evidentes” de discriminación, como los relacionados con la brecha salarial, pero también ha reconocido que hay otros casos en los que es más “difícil” apreciar la discriminación, si bien no deja de producirse. Es el caso de los obstáculos de las mujeres para participar en formaciones o trabajos especializados. “La visión de género tiene que ser algo continúo”, ha añadido. También es necesario aplicarla en todas las fases del proceso, tanto en la valoración de las pruebas como en la interpretación de la norma.
Las magistradas han instado al poder judicial a que la formación de género sea un requisito indispensable para todos los aspirantes a entrar en la carrera. Pero también es necesario, tal y como ha recordado Segoviano, que los jueces y juezas en ejercicio “diseccionen” todo lo que han resuelto “porque de la sociedad patriarcal cuesta mucho escapar y deja huellas visibles”. Y no sólo en la jurisdicción penal, también en los juzgados de lo social o lo civil.
“Si los jueces y juezas no tenemos en cuenta la discriminación con la que parte la mujer que acude a nosotros, lo que hacemos es revictimizar”, ha aseverado la magistrada del juzgado de primera instancia e instrucción 3 de Arenys de Mar, Lucía Avilés, portavoz de la Asociación de Mujeres Juezas de España. Uno de los elementos clave, han coincidido las togadas en un debate moderada por la jueza de lo social y exconsellera Mar Serna, es desterrar el lenguaje “discriminatorio y machista” en las sentencias y las resoluciones. Por ejemplo, especificando que se falla sobre un grupo de “acusados y acusadas” o “trabajadores y trabajadoras”.
Pero el lenguaje también pasa por el día a día dentro y fuera de las salas de vistas. Así, la magistrada de la Audiencia de Barcelona Montserrat Comas ha recordado su etapa como vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), cuando promovió que los reglamentos y acuerdos del órgano de gobierno de los jueces visibilizaran a las mujeres. “Todavía me sorprende cuando en 2018 veo sentencias de tribunales formados por tres mujeres que se refieren a si mismas como 'magistrados', o jueces que se dirigen a una letrada como 'abogado'. Si no se las nombra, se invisibiliza a las mujeres”, ha afirmado.
El machismo en la carrera
La primera y única presidenta del Tribunal Constitucional entre 2004 y 2011, María Emilía Casas, ha descrito algunos ejemplos vividos en primera persona de la masculinización de la carrera. Por ejemplo, la negativa a cambiar los horarios de los plenos para mejorar la conciliación: “Me dijeron que qué era eso de los horarios masculinos”. Sólo logró que la pausa para tomar el café no se hiciera fuera de las paredes del tribunal. La fiscal de sala del Supremo y exfiscal general del Estado, Consuelo Madrigal, ha recordado el “paternalismo” con la que la recibieron los compañeros de carrera: “Los fiscales se sorprendían de que hubiera aprobado las oposiciones y de que trabajara bien”.
“Es imposible ejercer la jurisdicción constitucional sin las mujeres porque aportamos igualdad, y no hay derechos fundamentales sin igualdad”, ha recordado Casas, que ha destacado los avances que ha promovido el Constitucional en los derechos de las mujeres pese a que en sus cuarenta años de historia solo ha contado con seis magistradas.
La carrera judicial es un ejemplo prototípico, al igual que otras profesiones, de las desigualdades de género: la plantilla está formada en su mayoría por mujeres (53%), pero en la cúpula abundan los hombres. Solo hay una presidenta de Tribunal Superior de Justicia en las 17 comunidades autónomas y 12 magistradas en el Supremo. La sala de lo penal de este tribunal está formada por once hombres y una sola mujer.
Entre los motivos que impiden a las juezas romper su techo de cristal, Segoviano ha destacado la “culpabilización” que se autoimponen muchas magistradas. “Muchas mujeres piensan que no podrán compatibilizar una subida en el escalafón con su vida familiar, cuando ningún presidente de Audiencia piensa que verá menos a sus hijos”, ha recordado.
Y como en prácticamente todos los sectores, los hombre jueces tienen un acceso preferente a relaciones informales fuera del ámbito laboral porque no soportan tanto las tareas de cuidados familiares como las mujeres, algo que afecta en los ascensos. Arastey lo ha descrito gráficamente: “Si no nos vamos a tomar la cervecita como los hombres nos equivocamos. Nos creemos que en la carrera es todo reglado, pero en los cargos más altos del escalafón, que se nombran por el CPGJ, no basta con mandar el currículum con tus méritos, porque en el BOE no saldrá tu nombre”.