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La presión del barrio consigue salvar del desahucio al Prize, el bar donde las iguanas ponían copas

Xavier, propietario del Prize, hace unos meses en una entrevista en el bar.

Sandra Vicente

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Izzy era una iguana tropical que durante unos meses tuvo su hogar en el bar Prize, un mítico local del barrio de Sant Antoni de Barcelona. Como cualquier transnochado de los noventa, Izzy dormía de día y vivía cuando el sol se escondía. Al levantarse las persianas del local, salía de su terrario y se aposentaba sobre la cabeza de Xavier, el propietario, para ayudarle a servir copas. La iguana se fue del bar cuando los Mossos descubrieron al animal exótico, pero su recuerdo sigue estampado en las paredes del Prize en forma de mural.

Xavier lo acariciaba hace unos meses cuando explicaba, con la voz quebrada, que su bar, su hogar, estaba a las puertas del desahucio. La inmobiliaria que adquirió la finca tras la pandemia dejó de renovar contratos y empezó a ofrecer indemnizaciones a los vecinos que quedaban para poder vaciar todo el edificio y construir nuevas viviendas y locales. Todos aceptaron excepto él, que se quedó solo resistiendo a la embestida de la empresa.

El desahucio estaba casi sentenciado cuando más de 40 entidades del barrio y casi 800 vecinos firmaron un manifiesto de apoyo y empezaron a protestar para exigir que el Prize no se moviera de donde está. Y lo han conseguido. “Hemos salvado los muebles”, explica Xavier, a quien la voz le ha cambiado tanto que hasta parece rejuvenecido.

“El Prize no es un bar, es nuestro espacio de encuentro y relación, nuestro refugio, un oasis para la creación cultural”. Así definen este local las entidades que firmaron el manifiesto de apoyo. Esta descripción hace que se sienta orgulloso de las tres décadas de vida de su local, durante las cuales la presencia de la cultura ha sido uno de sus rasgos característicos. Es lugar de ensayo para grupos del barrio, escenario para músicos y literatos y un gran músculo para las fiestas del barrio.

Por eso, la presión popular fue tan fuerte. “El Ayuntamiento no pudo hacer otra cosa que escucharnos”, explica Xavier, quien agradece fuertemente el compromiso del consistorio y del Sindicat de Llogateres, que también ejerció de intermediario con la propiedad. Desde la administración se propuso hacer una mediación que, de hecho, se realizó en la sede del gobierno municipal. “Estaba muy sorprendido porque estas son cosas que se hacen con grandes proyectos, como la Casa Orsola [un edificio con 20 familias bajo amenaza de desahucio], y no siempre salen bien”, reflexiona el dueño del Prize.

Pero en su caso sí salió bien. Después de una negociación que duró casi doce horas, Xavier tenía la seguridad de que se podría quedar en su bar. A cambio, tenía que dejar las llaves durante ocho meses para que la propiedad haga reformas e insonorice el local bajo la promesa de devolverlo intacto. Xavier perderá el contrato indefinido que tenía, pero lo cambia por uno de 10 años renovable que conservará el precio de renta antigua (eso sí, actualizable según el IPC). Pero eso es algo que no preocupa a este hostelero, que tiene ya 59 años. “Esta década me servirá para preparar el traspaso con calma. El Prize no es mío, es del barrio y cuando yo me jubile así seguirá siendo”, cuenta.

La resistencia en un barrio gentrificado

La intención de la propiedad era tirar las paredes de las viviendas y locales y volver a diseñarlas de nuevo para, donde ahora hay 8 pisos, construir 18. Este edificio, que fue adquirido por cuatro millones de euros, era un caramelo en uno de los barrios más gentrificados de la ciudad. Pero el proyecto no se podía llevar a cabo si alguno de los inquilinos se mantenía en sus trece y se quedaba. Por eso, las indemnizaciones que la empresa ofrecía a los vecinos con renta antigua eran suculentas: Xavier calcula que la suya habría sido de unos 400.000 euros. Pero no es solo que no la quisiera, sino que jamás se la ofrecieron.

La inmobiliaria, al ver la negativa del Prize, se acogió a una deuda de 26.000 euros contraída durante la pandemia con el antiguo propietario para anular los beneficios del contrato y poder echarle. Incluso había fecha prevista para juicio por impago, pero, de nuevo, el barrio salvó a Xavier. Los parroquianos y las asociaciones cercanas consiguieron “pintar el dinero” en pocos días.

La presión popular no cejó y, de hecho, el juicio no se llegó a celebrar. “Los bares de noche normalmente coleccionan quejas de los vecinos. Pues yo tengo 800 firmas de apoyo”, cuenta, orgulloso, Xavier. Se le ha abierto una nueva ventana de esperanza, después de meses de angustia y no dormir, pensando que cada una de las noches que pasaba tras la barra del Prize podía ser de las últimas.

“Las situaciones malas te hacen ver las cosas como son. Miro atrás y pienso '¿Todo esto lo hemos hecho nosotros?' ¡Que yo llevo un bar de música y sirvo copas!”, exclama Xavier, quien en todo momento ha enmarcado su lucha en una causa mayor. Nunca quiso dar el nombre de la propiedad a la prensa (“A no ser que la cosa se pusiera muy mala”) para no centrar su caso sólo en él. “No nos afecta solo a nosotros. Es algo recurrente en esta ciudad que se está vendiendo a fondos millonarios”.

Pero ahora esa gesta –al menos para él– ya ha acabado y puede dedicarse a pensar en su jubilación: “La noche es lo que es. La noche es joven y yo ya no”. Todavía no sabe quién se hará cargo del Prize, pero lo que sí tiene claro es que no morirá con él, porque su bar es “un servicio para el barrio”. Para explicar esas palabras, Xavier tiene una anécdota. Igual que la tiene para casi cualquier cosa de la que esté hablando.

“Una vez, hace no mucho, vino un tío al bar. Me sonaba de haberlo visto algunas veces, pero poco más. Por eso me sorprendió cuando me aseguró que le había salvado la vida. Yo sólo lo escuché una noche. Pero me dijo que, antes de esa charla, tenía pensado suicidarse”. Xavier lo cuenta entre risas y chistes (“No me digas esto, que la próxima vez que te vea estaré cagado. Qué presión, ¿no?”), igual que rememora todas las historias que se enquistan entre los muros y las grietas del Prize.

Los centenares de pósters, pegatinas, relojes, muñequitos de souvenir y lámparas del estilo bar del oeste atesoran estas anécdotas. Todos ellos presididos por el gran mural que recuerda a Izzy la iguana. Ahora, la lucha de Xavier no es otra que la de ir pasándose por su local para vigilar que los obreros cumplan el acuerdo de devolverle el Prize tal y como estaba y asegurarse de que, cuando vuelva a abrir la persiana, Izzy seguirá ahí.

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