“Somos casi 30 alumnos, algunos de ellos mayores, en un aula pequeña: apenas hay distancia entre nosotros”. Esta es la queja de una estudiante –que prefiere no dar su nombre– de la Escuela Oficial de Idiomas (EOI) Drassanes, en Barcelona, una opinión que comparten algunos de sus compañeros de este y otros de los centros públicos donde se imparten idiomas de la ciudad. Dos semanas después del inicio del curso, lamentan que no se haya hecho más para garantizar la separación física entre personas que se exige en cualquier otro contexto.
Media docena de alumnos de este centro, y también del de Vall d’Hebron, han manifestado a este diario su preocupación por el hecho de tener que asistir a unas aulas en las que no se ha reducido el número de asistentes, que pueden llegar a ser más de 25 y hasta 30. “Cuando estamos la mayoría, solo queda alguna silla vacía para dejar entre medio, el resto estamos uno al lado del otro a menos de un metro y medio”, lamenta un estudiante de Italiano en la escuela de Drassanes.
Desde antes del inicio de curso, que fue el 28 de septiembre, algunos de estos estudiantes contactaron con el centro para tratar de aclarar cuál era el protocolo de la escuela. Algunos se plantearon incluso dejar los cursos y pedir la devolución de la matrícula. Desde el Consorcio de Educación de Barcelona (CEB) informan de que este año han solicitado la devolución un total de 326 de 12.577 alumnos, un 43% más que el año anterior, pero lo desvinculan de la falta de seguridad y aseguran que los motivos alegados tienen que ver con los cambios en los planes de estudios derivados de la pandemia o con situaciones personales.
Para Shauna, estudiante de español en Drassanes, la situación en las aulas “no es horrible”, pero tampoco es la que debería ser. “Si mi castellano fuese mejor, quizás lo dejaría, no haría clases ahora mismo, pero es un riesgo que estoy dispuesta a asumir”, asegura esta mujer norteamericana que se afincó hace poco en Barcelona.
El 18 de septiembre, el EOI Drassanes envió a sus alumnos el protocolo de apertura del centro, que sigue las directrices fijadas para los estudios postobligatorios, como Formación Profesional o Bachillerato. Una de sus particularidades es que establece la distancia entre pupitres en un metro, y no metro y medio, algo que los estudiantes consideran insuficiente, porque consideran que se trata de un criterio pensado para grupos burbuja escolares, pero no para un perfil como el suyo.
Joanna Álvarez, directora del EOI Drassanes, asegura que desde el centro pidieron al Consorci poder reducir las ratios de 30, “pero al final eso no se produjo”. A partir de ahí, asegura que optaron por sacrificar todos los espacios grandes disponibles, desde laboratorios hasta aulas de informática y auditorios, para ubicar en ellos los grupos más numerosos. De esta forma, defiende, “son muy pocas” las aulas en las que finalmente no hay separación suficiente entre personas. Gemma Verdés, directora del Área de enseñanzas postobligatorias del Consorcio, es más tajante aún: “No hay ningún aula que no cumpla la normativa. Puede que el primer día sí ocurriera, pero se ha ido cambiando”.
De acuerdo con los protocolos para los estudios no obligatorios, en la mayoría de escuelas oficiales de idiomas de Barcelona se ha optado por hacer un curso semipresencial. A grandes rasgos, esto consiste en que de las 4,5 horas semanales que antes eran presenciales, divididas entre dos sesiones, ahora se hace una. La otra sesión se hace por internet. Esto permite a escuelas como Drassanes, que están en un edificio antiguo, con una sola puerta de entrada y un trajín de miles de estudiantes a diario, reducir el volumen de personas presentes. Solo en este centro están matriculados 8.600 alumnos (para 101 profesores).
Reducir de dos a una las sesiones presenciales, de todas formas, no ha servido para dividir los grupos. En algunas universidades se ha optado por esta fórmula y ahora mismo muchos docentes imparten clases magistrales a una parte del alumnado presente y a otra parte, conectada desde casa. Pero pedagógicamente no tendría sentido en una EOI. En eso coinciden tanto los profesionales, como las direcciones y la Administración.
“En el aprendizaje de una lengua instrumental no puedes basarte en el contenido teórico, no se puede subir un vídeo a internet y mandarlo, porque seguimos unas secuencias didácticas y un hilo pedagógico que parte de la interacción”, argumenta Aduna Olaizola Galardi, profesora de euskera y coordinadora lingüística del centro. En resumen, que no es realista pensar que alguien que estudia por primera vez chino pueda seguir desde casa con unas mínimas garantías una sesión práctica que se está desarrollando en clase.
Olaizola Galardi es además representante del sindicato USTEC en el centro. Desde este punto de vista, defiende que la escuela “ha hecho todo lo que ha podido y más”. “Pedimos bajada de ratios y no se nos concedió. Y no tenemos refuerzos especiales, ni otro tipo de personal para asumir grupos”, constata esta docente, que lamenta que las escuelas oficiales de idiomas, desde su punto de vista, no estén nunca entre las principales prioridades educativas y de inversión de la Administración.
Al otro lado de Barcelona, otra EOI en situación parecida es la de Vall d’Hebron. Uno de sus estudiantes, Marc Guadilla, explica que en sus clases de inglés tampoco hay distancia de un metro y medio entre él y sus compañeros, ni con los que tiene al lado ni sobre todo con los que tiene delante. “No está bien resuelto. Somos 30, cabemos justos y están casi todas las sillas ocupadas”, describe este estudiante.