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Raúl García Agudo, un 'sindicalista infiltrado' en Glovo: “Es una situación de piratería brutal”

Meritxell Rigol

28 de diciembre de 2022 22:24 h

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Buena remuneración, flexibilidad y equipamiento adecuado para hacer los envíos; eso es lo que una oferta de empleo de Glovo prometía, y lo que Raúl García Agudo, delegado provincial de CCOO, comprobó que era mentira desde el primer contacto con la empresa. A mediados de 2019, esta plataforma de reparto requería sumar efectivos a su 'ejército de riders'. García Agudo se presentó al proceso de selección para desvelar lo que pasaba en el seno de la empresa. El sindicalista infiltrado (Editorial Apostroph, 2022) recoge lo que se encontró y aprovecha para recorrer las protestas y reivindicaciones que culminaron en la Ley Rider. La experiencia de García Agudo fue antes de entrar en vigor la ley, pero –lamenta el sindicalista–, las condiciones que narra no han perdido vigencia.

¿Cómo es una entrevista para trabajar de repartidor de Glovo?

Fue una entrevista grupal, con seis o siete personas. La mayoría eran muy jóvenes o muy mayores, y principalmente migrantes. Yo, de mediana edad y nacional, rompía con el perfil principal. Te dicen, de primeras, que el régimen de trabajo va a ser como autónomo. En el momento en el que yo hice la entrevista, Inspección del Trabajo ya había instado a Glovo a reconocer a sus riders como trabajadores por cuenta ajena.

Una vez te marcan el territorio, te cuentan la forma de trabajar: tienes que hacerte un seguro, hace falta tener un smartphone y medio de transporte. Y pagarte la mochila. A 60 euros. Esto me sorprendió muchísimo. ¡Encima que les están haciendo publicidad gratuita! Se aprovechan de la vulnerabilidad de personas que necesitan enganche con una actividad laboral, diciéndoles que van a conseguir buenos ingresos, cuando lo que generan son condiciones de esclavitud.

¿Cuando usa la palabra “esclavitud”, lo hace para llamar la atención o tiene fundamento?

Por la perversidad del algoritmo, quienes trabajan para Glovo están pendientes constantemente de si pueden entregar un pedido. Si no aceptas un encargo que se te asigna, pierdes valoración. Y se juegan la vida en los repartos. Literalmente. Varias personas han fallecido. Por unos ingresos irrisorios. En su momento hicimos cuentas y tenías que estar entre 12 y 13 horas diarias repartiendo para sacarte 900 euros, que entonces era el salario mínimo. Cuando salió la Ley Rider, para intentar eliminar índices de laboralidad como el establecimiento de los precios por parte de la empresa –que era dos de euros por pedido entregado– lo que hizo Glovo fue una subasta a la baja; que los riders establecieran el precio.

Pese a estas condiciones, vemos cada día a muchas personas con la mochila de Glovo a las espaldas…

Muchos de los que hacen este trabajo no ven otras salidas. Están al límite de la exclusión, sin red de protección, con responsabilidades familiares, tienen que mandar recursos al país de origen… La empresa se aprovecha de estas situaciones. Además, en tanto que premia tener la cuenta activa todo el día, muchos trabajadores la subcontratan a personas con peores condiciones aún, aquellas que están en situación irregular, que no tienen posibilidad de conseguir una cuenta propia. Subarrendar tu cuenta durante una parte del día es una forma de tenerla activa 24 horas, cosa que el algoritmo premia.

¿Por qué no llega a trabajar ninguna jornada como repartidor?

Después de la entrevista me convocaron para formalizar la relación con Glovo, es decir, para darme de alta de autónomo, a ser posible a través de su gestoría. No lo hice y no llegué a repartir. Les insté a que fuera una relación laboral por cuenta ajena, cosa que atajaron rápidamente.

¿Qué buscaba asistiendo a ese proceso de selección de riders? ¿Logró saber algo que no pudiera obtener preguntando a quienes trabajan para Glovo?

Lo hice para intentar visibilizar las condiciones en las que trabajan los riders. Después de la entrevista, elaboré un informe interno para el sindicato y también compartí en Facebook lo que me encontré. Eso se viralizó y ayudó a romper con una imagen de Glovo que estaba idealizada. Este trabajo se identificaba con algo moderno, atractivo, que podías coger y dejar cuando quisieras. Los medios de comunicación se hicieron mucho eco de este mensaje, y de que el modelo de Glovo era el futuro del trabajo. Pero desde CCOO empezamos a trabajar con riders y vimos que estaban en una precariedad absoluta.

En el libro afirma que existe un miedo inoculado por la empresa entre los trabajadores. ¿Miedo a qué?

A que los desconecten de la aplicación, que equivale a un despido sin ningún tipo de indemnización. La empresa hace que la relación laboral sea nula y los trabajadores no pueden revisar las malas valoraciones que les pueden dejar los clientes. Quizás ha sufrido una caída y por eso llega tarde. Quizás está calado hasta arriba por la lluvia. Pero el rider no puede apelar, porque a la empresa sólo le importa que llegue pronto y una reseña negativa afecta a su algoritmo y, por lo tanto, a sus ingresos.

Ha pasado más de un año desde que entró en vigor la Ley Rider. Si participara ahora en el proceso de selección, ¿algo sería distinto?

Me encontraría con lo mismo. Glovo, como Uber, incumple sistemáticamente la ley y no reconoce a sus repartidores como trabajadores. Es una situación de piratería brutal. Espero que los cambios que se están afrontando ahora en el Congreso para incluir penas de cárcel para aquellas empresas que sistemáticamente vulneran la normativa laboral entren en plena ejecución.

Entre sanciones y liquidaciones a la Seguridad Social, Glovo acumula 148 millones de euros. ¿Aun así no le sale a cuenta cumplir la ley?

Creo que estaban a la espera de un cambio de ciclo en el que se pudiera revertir la Ley Rider y no contaban con que en Europa se aprobará también una Ley Rider. Es decir, que los reconozca como trabajadores por cuenta ajena y que establezca transparencia algorítmica. Esperemos que la directiva europea sostenga la actividad de forma más regulada y más humana.

Una diferencia es que la directiva europea prevé incluir a las personas trabajadoras de todas las plataformas, mientras que la normativa estatal sólo afecta a empresas de reparto de comida a domicilio. ¿Se queda corta la normativa española?

Que la protección no fuera solo para los riders, sino para quienes trabajan en todas las plataformas digitales, estaba encima de la mesa en el diálogo entre sindicatos y Gobierno. Hay que decir que en ningún otro país se cuenta con una ley parecida, pero se quedó corta a la hora de cubrir a todos los trabajadores. Los riders son la imagen más visible, pero sólo una pequeña parte de la cantidad de trabajadores de plataformas digitales. Las empresas de plataforma están en auge y se aprovechan de que la tecnología va más rápido que la regulación.

¿El sindicalismo tiene que innovar frente al crecimiento del trabajo en plataformas digitales?

La falta de contacto entre trabajadores hace que la actividad sindical sea más complicada. Por ello intentamos estar con las personas que desarrollan estos trabajos vía redes sociales. Están aisladas, mientras que las empresas se ahorran el alquiler de la oficina y los costes de los equipos de producción, que recaen en las personas que trabajan, a las que no consideran empleadas y, por lo tanto, están desprotegidas en caso de necesitar una baja o sufrir un accidente.

A pesar de que llevamos años accediendo a información sobre las condiciones laborales, las cifras de negocio de estas empresas no se ven afectadas. ¿Por qué?

Están operando en base a la competencia desleal, fuera de la ley. Pero no miramos más allá del paquete que nos entregan. Lo que nos interesa es que nos lo traigan en el menor tiempo y coste posible. No digo que no pidamos a través de Glovo porque hay muchos trabajadores que dependen de este salario. Cualquiera se podría ver en este trabajo en momentos de necesidad. Pero si como sociedad apostáramos por las empresas que cumplen la ley, asfixiaríamos a las que no lo hacen. Glovo es la operadora líder, siendo la líder en incumplimiento de la normativa laboral. Hay que apelar a la responsabilidad de cada uno de nosotros.