Cuando llega la tarde, Pere se sube cada día a su motocicleta desde la parroquia de Santa Maria de Montcada, en las afueras de Barcelona. Sombrero, chaqueta, bufanda y cruz colgada del cuello, este diácono se mete también en el bolsillo una botella de ron Brugal. “Empecé llevando patatas fritas, pero con la llegada del frío las cambié por la botella”, explica mientras ofrece chupitos a los presentes.
Junto a Pere, decenas de vecinos más se acercan cada noche hasta el cruce de la avenida Meridiana con Fabra i Puig para cortar la calle en defensa de los presos independentistas. Van ya 90 noches y no tienen intención de dejarlo.
Algunos días han llegado a ser 500 personas, otros apenas 20 o 30. Hay noches en las que acuden políticos y gente reconocida como la diputada Laura Borràs. En la mayoría de ocasiones, sin embargo, se acercan solo vecinos anónimos. El corte en esta avenida –una de las principales arterias de entrada y salida de la ciudad– es el único que se ha mantenido ininterrumpido desde el pasado 14 de octubre, cuando se hizo pública la sentencia a los líderes del procés.
“Empezó de manera espontánea el mismo 14 de octubre”, cuenta Assumpció, una mujer que ronda los 60 años y que, como la media docena de personas entrevistadas durante la noche del pasado miércoles, rechaza decir su apellido. “Al acabar esa noche nos emplazamos a volver al día siguiente. Y así hasta hoy”.
La protesta ha pasado por distintas fases durante estos tres meses. Al principio, cuando el corte se realizaba sin permiso, hubo escenas de tensión, enfrentamientos, cargas de los Mossos e identificaciones de manifestantes. Incluso durante la concentración en Nochebuena una mujer fue atropellada por un coche que se dio a la fuga.
“Los primeros días fueron muy duros”, explica Pere, el diácono, sobre un asfalto que todavía muestra cicatrices de los contenedores quemados. En el suelo, junto a decenas de lazos amarillos, una pintada reza Meridiana resisteix [Meridiana resiste].
Ahora el ambiente es festivo y familiar. A pocos minutos de las 20h, los manifestantes van llegando a la plaza que queda delante de la estación de Renfe de Sant Andreu Arenal. Acuden con su perro, charlan entre ellos en corrillos de tres o cuatro personas. Algunos se justifican por haber fallado la noche anterior.
Los últimos vehículos se cuelan por la avenida, logrando sobre la campana entrar o salir de la ciudad por esa calle. A las 20h en punto, sin mediar palabra, los concentrados invaden de golpe la calzada aprovechando que el semáforo se pone en rojo. “Presos polítics, llibertat”, gritan las 40 o 50 personas reunidas.
Dos de ellos, de mediana edad, montan una pequeña barbacoa y ofrecen gratuitamente las salchichas y chistorras que venden habitualmente en su puesto del mercado de Sant Andreu. El diácono ofrece sus chupitos de ron mientras otros comparten un porrón con vino. Hay incluso un puestecito de merchandising con lazos amarillos, chapitas y postales de los disturbios de plaza Urquinaona del pasado octubre.
“Muchos nos conocimos el 1 de octubre [de 2017] en un colegio de aquí cerca”, señalaba el miércoles Marta, una mujer de unos cincuenta años que baja a cortar la calle casi cada día con su cuñada. “Dos años después nos hemos reencontrado aquí y hemos recuperado una relación que empezó ese día”.
El conflicto con la Guardia Urbana
Los manifestantes celebran cada domingo una asamblea para organizarse y decidir los pasos a seguir. Tras varias dudas entre los participantes –sobre todo, entre los más jóvenes–, finalmente se optó en diciembre por pedir permiso para mantener la movilización. Actualmente la Assamblea Nacional Catalana tiene autorización del departamento de Interior para hacer este corte cada día, de 20 a 23 h, hasta el 28 de febrero.
La concesión del permiso por parte de Interior irritó a la Guardia Urbana y al teniente de alcalde de seguridad de Barcelona, Albert Batlle (PSC). Durante la última comisión de seguridad celebrada el pasado 13 de diciembre, Batlle consideró un “disparate” que se conceda el permiso para el corte y explicó que la policía local presentó un informe pidiendo que se denegara el permiso. “Hay un uso abusivo de un derecho que colisiona con el derecho de funcionamiento ordinario de la ciudad”, afirmó Batlle.
Desde que el corte está comunicado, los manifestantes cuentan con la presencia de Mossos y Guardia Urbana que redirigen el tráfico por otras vías. Solo algún rifirrafe con un motorista que quiere cruzar sin bajarse de la moto altera la tranquilidad. A pesar de que ahora todo se realiza con permiso y casi nunca hay incidentes, los manifestantes más jóvenes se tapan el rostro y nadie quiere ser identificado.
La temperatura es de 10 grados y la humedad del 76%. Abrigados hasta arriba, en los corrillos se habla de la conveniencia o no de haber investido a Pedro Sánchez y de la convocatoria que había anunciado la extrema derecha para acudir el viernes al lugar donde se realiza el corte. La pregunta de hasta cuando aguantará la movilización en la Meridiana obtiene siempre la misma respuesta: “No nos iremos hasta que salgan de la cárcel todos los presos políticos”, responden tajantemente todos los consultados.
A pocos metros de ahí, Divina Fernández cocina castañas y boniatos en un pequeño puesto parada que regenta desde hace casi tres décadas. “Yo pensaba que se cansarían al primer mes”, dice con ironía. “Pero creo que tenemos para rato”.