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Cuando el ruido es delito: los negocios y vecinos molestos ahora pasan por el juzgado

“Hay tanto ruido que no podemos abrir los balcones desde el mediodía hasta las dos de la madrugada. Vivimos enclaustrados”. Es el lamento de Jordi Badia, de la plataforma SOS Enric Granados, que agrupa a los vecinos afectados por el ruido incesante de esta calle de Barcelona. Hace casi dos décadas se peatonalizó la calle, pero proliferaron las terrazas. Y con ellas, las molestias. Los gobiernos municipales cambian, pero el problema sigue ahí.

Badia explica que los vecinos se plantean acudir a la Fiscalía de Medio Ambiente. No serían los primeros: en los últimos años se han abierto causas en los juzgados por los problemas de salud y psicológicos ocasionados por el ruido de vecinos o comercios molestos. Algunas de ellas han terminado en condenas.

Es el caso de un vecino de El Masnou (Barcelona) condenado a un año y tres meses de cárcel por un delito contra el Medio Ambiente debido al “volumen excesivo” de la música electrónica que ponía a todas horas, que provocó, según la sentencia, “un grave daño” en la salud de la familia de la vivienda colindante.

La jueza obligó al hombre a indemnizar a sus vecinos y víctimas con 18.000 euros por el ruido que generó. Según las mediciones efectuadas, el volumen de la música llegó hasta los 56 decibelios, cuando la ley de contaminación acústica catalana fija un máximo de 30 en horario nocturno.

Otras causas siguen bajo investigación. Un juzgado de Barcelona tiene una causa abierta contra el dueño de un obrador de la calle Urgell por exceder durante años los niveles de ruido máximo permitidos por la ordenanza municipal. Según la Fiscalía, el propietario habría cometido dos delitos de lesiones y uno contra el Medio Ambiente por las molestias ocasionadas a los vecinos.

El dueño no habría hecho caso de las quejas de los vecinos, quienes desde octubre de 2018 hasta diciembre de 2022 (cuando el Ayuntamiento ordenó el cese definitivo de la actividad en el local) venían advirtiendo a la Guardia Urbana del ruido que provocaba la maquinaria y los operarios del establecimiento.

Según las mediciones efectuadas por peritos, el nivel de ruido que se oía desde el dormitorio de la planta de encima del obrador, en horario nocturno, era de 33 decibelios ponderados, cuando el límite impuesto por la ordenanza municipal de Barcelona se encuentra en 25.

El obrador estaba situado en la planta baja, pero el ruido ocasionado por las máquinas se colaba por el patio interior del edificio e impidió el descanso de los vecinos durante casi un lustro. Dos vecinos tuvieron que seguir tratamientos psicológicos y medicación, ya que el ruido les provocó problemas de estrés y para conciliar el sueño.

Bares y coches

Al igual que en Enric Granados, el crecimiento sin control de las terrazas y bares en las calles del centro histórico de Sitges (Barcelona) ha generado molestias y problemas de salud a sus vecinos, quienes decidieron acudir a la vía penal. La Fiscalía denunció por contaminación acústica a seis personas, tres propietarios de los locales que generaban el ruido y tres técnicos municipales por permitirlo y hacer caso omiso a las quejas vecinales.

Un informe del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses incluido en la denuncia enumeró los síntomas descritos por los vecinos: insomnio, fatiga, bajo rendimiento o ansiedad eran los más comunes. El dictamen vinculaba los problemas de salud por el estrés generado y asociado a la exposición prolongada al ruido nocturno derivado de las actividades de ocio, tanto de la música como del jaleo en las calles del centro de Sitges.

Algo similar ocurre en la calle Enric Granados de Barcelona. “A las 19h de la tarde empieza lo peor porque es la hora en que empiezan a llenarse las terrazas. Aunque cierren a las 23h, luego muchos se quedan tomándose una cerveza aunque el bar ya haya cerrado, o mientras van de camino a una discoteca o a locales que terminan más tarde. Y cuando el bar sin terraza cierra a las 2h, otra cerveza en la calle”, cuenta Jordi Badia. Resultado: el ruido no cesa hasta bien entrada la madrugada.

En esta calle barcelonesa, los sonómetros fijos que instaló el Ayuntamiento indican que el nivel de decibelios no suele bajar de 60 en todo el día. “A las 2 de la mañana podemos llegar incluso a 62”, expone Badia. Unos niveles de contaminación acústica que superan ampliamente los límites fijados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 53 decibelios durante el día y 45 por la noche.

“No puedes abrir los balcones ni mantener una conversación a un volumen normal. Ver la televisión también es imposible”, relata Badia. Además de las consecuencias físicas y psicológicas, este miembro de la plataforma SOS Enric Granados también alerta sobre el efecto del ruido en el bolsillo de los vecinos: “Los que hemos podido hemos instalado aislamientos contra el ruido en nuestras casas, pero pagándolos nosotros”.

“Son ya muchos años sufriendo, y el problema se ha enquistado: no decimos que no se tenga que ayudar a la economía de la ciudad y a los negocios, pero no a costa del bienestar de los vecinos y del derecho al descanso y a la inviolabilidad de los domicilios”, lamenta Badia, que pone cifras a la magnitud del problema: en un tramo de 900 metros de la calle Enric Granados ya hay más terrazas (119) que viviendas (115).

Esta calle de Barcelona no es una excepción: según un estudio de la facultad de diseño e ingeniería Elisava, el 90% de los sonómetros de la capital catalana superaron los límites fijados por la OMS entre 2018 y 2022. Las causas: las zonas de ocio nocturno y el tráfico. Pero si algo muestra el caso de Enric Granados es que quitar coches no siempre soluciona el problema del ruido.