Ruta electoral por las palizas del 1 de octubre
El rumor era este: “si vas con un lazo amarillo, no te dejan votar”. Oriol empuja un cochecito con su hijo de ocho meses. El chupete es amarillo, igual que la funda que le protege del frío. Junto al manillar ha recortado una estrella amarilla de papel que lleva prendida en la cabecera. No es el único, muchos exhiben pañuelos, bufandas, sudaderas y jerséis del color maldito. El amarillo representa la petición de libertad de los presos, algo que la autoridad electoral considera propaganda política.
En el colegio Congres-Indians se ha formado una fila mañanera que ocupaba dos manzanas. Ayudó que abriera con nueve minutos de retraso. Las colas han sido la primera gran foto. Al ser día laboral muchos han preferido votar a primera hora. Otros lo harán a mediodía o antes de cerrar las urnas. Damià no recuerda tanta gente: “Todo es raro, son elecciones anormales convocadas de manera ilegal”. Después de empezar la conversación con tanto brío, apuesta por el acuerdo. “Es necesario sentarse a negociar. Todos hemos ido demasiado deprisa”.
En la escuela L’Estel, cerca de la avenida de Felipe II, también hay mucha gente. Es una de las atacadas por los antidisturbios el 1-O. Sandra dice el recinto que no tiene nada de especial ni es símbolo de nada, “solo tiene acceso fácil, es sencillo entrar y salir porque la calle es ancha. No eligieron centros en calles pequeñas en los que podrían verse rodeados”.
Sandra es apoderada de ERC, igual que su marido Jordi. Los acreditados por los partidos independentistas utilizan cordones amarillos. Los de la CUP usan tarjetas plastificadas de ese color pero no hay acuerdo en los cordones: blancos, negros, de zapatos. Bromeo con uno de ellos si tanta variedad representa a cada una de las corrientes.
Santi es un fanático del Barça. Le encanta el fútbol, pero prefiere que Junts per Catalunya gane las elecciones a que su equipo arrase el sábado en el estadio Santiago Bernabéu. “Como si el Real Madrid nos gana 10-0”. Tras las risas admite que su posición tiene truco, “os llevamos 11 puntos” en la clasificación.
Al lado de la avenida Meridiana, detrás de la parroquia de Don Bosco, está el Joan Fuster, otro de los atacados el 1 de octubre.
David es apoderado de los comuns. Explica que lo ocurrido en el Fuster y en L’Estel propagó el miedo en los demás colegios de La Sagrera, Maragall y Congrés, que son barrios obreros y de clase media raspada. El bar de Rosa, en Congrés, es un laboratorio de esa Barcelona emigrante integrada que también se ha sentido expulsada por el PP. En octubre hubo temor a las porras, hoy los sentimientos son de decepción e inquietud. Nadie sabe qué va a pasar.
El Joan Fuster es grande. La gente aguarda su turno en un pabellón de deportes. Un espejo trasero multiplica las colas. Muchos de los que quieren votar son personas mayores que se despistan con la tarjeta censal. Los apoderados les socorren con amabilidad y sin consignas de última hora. Abundan las sillas de ruedas. En el Fuster y en los demás colegios visitados hay rampas de acceso. Bromeo con Anna, interventora de ERC, “¡claro, como esto es Europa!”.
Guillermo es de la CUP. Le hablo en castellano, él responde en catalán. Nos entendemos. Dice que después de todo lo ocurrido desde el 1-O ha aprendido que el Govern fue muy tímido, que debió llamar a la gente a la defensa de las instituciones. “Nosotros estábamos preparados”. Se queja de la campaña mediática desde Madrid y de los medios desplegados por Ciudadanos en esta campaña. “¿De dónde sacan el dinero?”, se pregunta.
En el Joan Fuster la policía se llevó las urnas a golpes. Lo ocurrido el 1-O en estos colegios ha quedado impreso en la memoria colectiva. Las imágenes fueron terribles. Aún corren vídeos que refrescan la memoria. El independentismo se aferrado a esa herida, la última de tantas. Sorprende que el Gobierno central no haya encontrado argumentos para paliar la sensación de humillación. Hubiera bastado reconocer el exceso policial y destituir al ministro de Interior. La violencia y los presos son argumentos que sobrepasan las fronteras del independentismo.
Arnau también es del Barça y de Messi; regala el partido del Bernabéu y la lotería de mañana a cambio de una victoria de los partidos independentistas. “Esto es más importante porque nos afecta a todos, sean cuales sean tus colores”. Hay buen ambiente. Parece un domingo fresco de primavera en vez del inicio del invierno.
Entre los apoderados de Ciudadanos está Guillermo Díaz, que es diputado en el Congreso. Cree que una participación alta favorecerá a Inés Arrimadas. No ve a C’s convirtiendo a Miquel Iceta en president. “No sería lógico apoyar al cuarto clasificado. Esto no tiene nada que ver con [la serie de televisión] Borgen”. Su tarjeta de apoderado lleva una cinta de color naranja.
A la salida del instituto un grupo de jubilados forman un tapón en la puerta. Uno dice que se llama Domicilano y no Domingo como le han llamado los de la mesa. También asegura que ha votado a Podemos. “Tiene usted nombre de emperador”, le digo. “Ojalá, pero me llega tarde”, responde.
Otro instituto apaleado, en esta ruta del exceso policial, fue el Jaime Balmes. Sorprende que fuera uno de los objetivos elegidos porque es muy pequeño. Solo tres mesas. Ahí es donde encuentro a Anna, de 44 años, con quien bromeé sobre las rampas. Espera que ERC gane y que todo se pause. “Estoy cansada. Muy cansada de la respuesta del PP, de su falta de empatía”. Se siente agredida en su cultura y en su lengua, dice que no ve respeto desde el Gobierno. “Pero en Cataluña se puede enseñar en catalán”, le apunto. “Sí, pero estoy cansada de que me amenacen todo el tiempo y de tener que justificarme”.
Nadie se atreve a anticipar resultados ni qué tipo de pactos podrán darse en los próximos días. “Si gana Arrimadas no significa nada; hoy no se vota presidente, el presidente lo eligen los diputados y diputadas del Parlamento. Ella no tendrá una mayoría suficiente”, dice Guillermo, el miembro de la CUP que se expresa en catalán. Anna afirma que cualquier solución está en la educación, “educar la tolerancia”.
Debajo del ruido político y de sus altavoces mediáticos, está la gente que vota, que pasea, que toma un café, que habla en los dos idiomas sin problemas ni barreras“. ”Solo pedimos respeto, que funcionen los cercanías y que tengamos el corredor Mediterráneo y un AVE“, dice Anna. Al final debajo de las palabras grandilocuentes, de las epopeyas, está el día a día. Quizá solo falte eso: gente normal haciendo cosas normales al frente de la nave.