- Esta es una entrevista publicada en El Diari de la Sanitat
Jaume E. Ollé es médico, y ha ejercido la profesión en lugares muy pobres. A lo largo de su vida ha pasado por países como Haití, Bolivia, Mali o Etiopía, entre otros. Viajó un día a Haití, y después de ver las condiciones de ese país y la precariedad del sistema sanitario, decidió que era allí donde podría ser “más útil”. En su libro Crónicas de un médico en el mundo (Icaria Editorial) reflexiona sobre el ejercicio de la medicina en países pobres y sobre la situación cultural de estos lugares.
¿Qué papel puede jugar la medicina en países tan pobres?
El mismo papel que aquí. Todo el mundo quiere estar sano, si tienes dolor de cabeza no quieres tener dolor de cabeza, si tienes un niño con fiebre quieres que le pase. Esto es igual para pobres y ricos, y tal vez para los pobres más, porque están más enfermos, por tanto, la medicina tiene un papel fundamental. En países pobres si estás enfermo no puedes trabajar y si no trabajas no comes.
En algunos capítulos del libro se queja de que a pesar de la buena voluntad y de saber cómo ayudar a un enfermo, a veces no hay los medicamentos necesarios o si están no son accesibles para todos. ¿Cuáles son las mayores desigualdades en salud en territorios como los que ha trabajado?
Aquí si tenemos dolor de cabeza tenemos posibilidad de pedir la baja, por el embarazo también tenemos baja y la gente sigue cobrando, allí no. Un ejemplo de hace dos semanas: Un niño de Uganda que pasó la educación secundaria, cosa nada fácil, fue a la escuela profesional, y ahora trabajaba en un hotel de recepcionista. Un día se cayó, se rompió los dientes y lo echaron porque no quieren un recepcionista sin dientes. Me escribió inmediatamente para decirme que después de todos los esfuerzos para estudiar y salir de su cabaña le han despedido. Me pidió 150 euros, se los tuve que dar para que se pueda poner dientes nuevos, porque si no se quedaba sin trabajo. O por ejemplo, me vienen los pescadores del lago de Uganda con una tuberculosis que se les ha comido y les pregunto: '¿por qué no venís cuando empezais a toser?' Pero claro, si no pescan no comen, sólo pueden venir cuando descansan de trabajar. Aquí tenemos unos sistemas que allí no existen.
¿Hasta qué punto siente que ha llegado a empatizar con estas historias?
Son historias fáciles de entender, pero es difícil solucionarlas todas. No he cobrado a un enfermo, al contrario, lo difícil es que no me ponga yo la mano en el bolsillo, tienes que hacer una selección porque no puedes estar continuamente dando, no puedes sobrevivir así y conlleva un riesgo. Una vez vi una madre que me llevó a su hijo porque sufría raquitismo -disminución de vitamina D, de calcio y fosfato en la sangre- le dimos las vitaminas, calcio y le dije que volviera en un mes. Un día mientras iba a casa la encontré: se había hecho una cabaña detrás de unas tapias para vivir mientras esperaba el día de la visita. No podía pagarse el transporte de ida y vuelta y decidió que era más fácil quedarse allí, pidiendo dinero a la gente que pasaba.
De hecho, déjeme recordarle otro ejemplo que explica en el libro. El de una señora que tiene tuberculosis. Usted le ofrece tratamiento pero ella dice que tiene que ir a casa a cuidar el cerdo. Usted se queda sorprendido, y ella entonces le dice que si se muere el cerdo se quedará sin comer y por lo tanto va a morir.
Claro, allí si no tienes de qué comer no comes. La salud tiene una función diferente. Allí si tienes dolor de cabeza y no puedes trabajar deberás ir igual a trabajar. Todo lo que tenemos aquí es un lujo, que en el fondo tenemos que agradecer a la sociedad.
Me imagino que la idea que tenemos aquí de que la salud es lo primero allí no se entiende exactamente así.
La salud allí se mira desde un punto de vista funcional. Allí tiene la función de permitirte trabajar para poder comer. Aquí no tiene esta función. La salud aquí es tener o no dolor de cabeza, por ejemplo. La funcionalidad cambia y por lo tanto cambian las prioridades de la persona.
En otro capítulo se pregunta qué es ser pobre en un país de pobres. Y abre el debate de si la ayuda económica es suficiente. ¿Qué es ser pobre en un país pobre?
Un ejemplo. Ser pobre en un país pobre es una chica que tiene un tumor en el cuello, vive en las calles de Somalia y es una inmigrante de Etiopía. Inmigrante, ilegal y sin familia. Tiene un tumor que le empieza a crecer. Me viene a ver, no sabemos qué es, la tratamos, no responde al tratamiento, hago una biopsia que tengo que enviar a Francia y que pago yo, porque ella no puede pagar nada. De Francia me dicen que es un tumor para el que no hay tratamiento, por tanto, sólo pretendo obtener el tratamiento sintomático. Pero no tengo morfina, la tengo que ir a robar del quirófano, allí me dan una inyección cada 4 días y ella, mientras tanto, está en el suelo llorando de dolor. Esto es ser pobre sin esperanza. Por suerte murió unas semanas más tarde. Esto es ser pobre en un país pobre, donde no hay medicamentos, ni biopsias, ni servicios de atención, donde no hay nada.
Dice en el libro que lo que antes entendía pero no asumía ahora lo entiende pero le parece inaceptable. ¿Hasta qué punto la ayuda de un médico como usted puede ser eficiente cuando la mentalidad de un país por su cultura y educación es muy diferente? Explicaba el caso de Mikado, un niño que estaba solo en el hospital donde trabajaba y al que las enfermeras daban por perdido y no le ofrecían comida ni lo cuidaban.
En este caso concreto lo entiendo, hasta cierto punto, pero no puedo aceptarlo. Entiendo que la enfermera tiene mucho trabajo, que tiene 300.000 enfermos y que a ese niño lo dan por perdido pero no lo puedo aceptar. La actitud de las enfermeras que descuidan a ese niño sólo puede entenderse dentro de un contexto. Cuando estaba en Uganda y salía de casa delante había unos campos y a menudo a las siete de la mañana me encontraba a la enfermera que estaba arando el campo, con 2 o 3 niños que debía vigilar y después entraba a trabajar a las 9 de la mañana. A veces se dormía. Yo no acepto que se duerman en el trabajo, pero tengo que pensar también con el contexto en el que se encuentra. Las mujeres, especialmente las del tercer mundo, trabajan 24 horas al día. Llegan a casa y tienen que preparar la comida y cuidar a los hijos y quizás el marido les pega o se va con otras.
Un contexto muy diferente.
Ilumina mucho ver el contraste que hay. Yo tuve una enferma, Rose, una madre con tuberculosis con un estado avanzado. Para un proyecto sobre la tuberculosis vino una fotógrafa alemana a hacerle unas fotos. Le presenté a Rose y a su hija, las dos eran esqueletos vivientes: ella estaba enferma pero tenía leche, la niña estaba desnutrida pero seguía mamando. La fotógrafa me preguntó por qué no le daba leche en polvo. Yo no estaba de acuerdo. Y ella creía que era porque yo estaba quemado de estar en África.
¿Lo estaba?
No, le pregunté cuánto tiempo estaba dispuesta a pagar esta leche y luego le expliqué que si le dábamos leche en polvo la niña dejaría de mamar y a la madre se le cortaría la leche. Le dije que cuando la señora vuelviese a su pueblo perdido en la selva no tendría dónde encontrar esta leche y si la tuviera debería diluir con agua, seguramente contaminada, y que por tanto la niña se quedaría sin leche o con muchas diarreas. Ella no lo comprendía. No se puede ir a estos países e intentar imponer las soluciones que tenemos aquí, porque puede que no sea beneficioso.
Volví a ver a la madre un año o dos más tarde y habían sobrevivido las dos. Estoy seguro de que si le hubiéramos dado la leche en polvo la niña estaría muerta. Pero ella [la fotógrafa] seguiría su vida, tan contenta, sin saberlo.
¿Cree que después de vivir estas experiencias es más optimista o menos con la situación del sur?
A largo plazo soy optimista, lo que pasa es que hay unos grupos de población que cada vez están peor porque las diferencias son cada vez mayores. Pero pienso que a la larga incluso estos países mejoran, a tortas y poco a poco, pero mejoran. Hay una mejoría en la educación, en la sanidad...Pero morirá mucha gente por el camino. Yo tiendo a ser optimista, aunque cuando estás allí cuesta.