Las dos almas de las protestas de Barcelona: los saqueos de comercios de una minoría dividen a los manifestantes
Todos, o casi todos, son jóvenes, sufren la precariedad en sus carnes y dicen estar hartos de la justicia española y de la falta de horizontes. Pero en las marchas por la libertad de Pablo Hasel –que este martes vivieron su octava jornada– conviven al menos dos almas muy diferenciadas, dos formas diferentes de expresar la rabia y el hastío. Una, mayoritaria, más politizada, que hermana al independentismo y a parte de la izquierda republicana catalana y que recoge el hilo argumental contra la justicia y contra la monarquía que ya se manifestó después de la sentencia a los líderes del procés en octubre de 2019. Y otra, mucho más incontrolable y olvidada –cuando no criminalizada– por la agenda política: jóvenes de barrios periféricos que reconocen abiertamente que van “a liarla” y que si hace falta saquean comercios en Passeig de Gràcia, como sucedió el pasado sábado, para hacerse con zapatillas o camisetas que difícilmente podrían pagarse.
Fueron estos últimos, decenas o algunos centenares, quienes acapararon la atención mediática el pasado sábado, en la marcha más multitudinaria y violenta hasta la fecha, que en cualquier caso con 6.000 personas estaba aún lejos de las mayores marchas contra la sentencia del procés. “Llévate un bolso”, decía una pintada en los vidrios rotos de la entrada de una firma de lujo, aunque los jóvenes prefirieron en general las prendas deportivas de Nike. Los contenedores quemados pasaron a un segundo plano. Son mayoría los que en los días posteriores se desmarcaron de estos saqueos como forma de acción directa, pero lo hacen en general con matices y comprensión hacia unos jóvenes que, entienden, son más víctimas de la desigualdad que ellos.
Así, jóvenes como Laia, estudiante de Historia de 20 años, aseguraba desde Arc de Triomf en la marcha del lunes, que “se mezclan grupos que no tienen nada que ver con los manifestantes” y que “el grupo grande no saquea, sino que quiere hacer llegar un mensaje”, que según ella y la mayoría de jóvenes entrevistados pierde fuerza con estas escenas. Pero también advierte que “cuando alguien llega a la situación de saquear un local, seguramente no está en su mejor momento” y que eso nos podría llevar a “ver las cosas desde otro lado, no sólo de cuánto le va a costar a Hugo Boss, que no creo que sea mucho, sino de quién está saqueando y por qué”.
A pocos metros de allí, responden El Enano, Cerocódigos (que prefieren identificarse por sus motes) y Edgar, tres jóvenes de 16 años de Nou Barris que responden al segundo perfil descrito y se mueven por libre junto a otros amigos, lejos del resto de manifestantes, a los que se acercan y alejan por momentos, a veces correteando y otras con paso firme. Cerocódigos reconoce haber robado en las protestas del sábado, “son cosas que no puedo pagar”, pero advierte que lo hace “en grandes marcas y no en pequeños comercios” y en cualquier caso no está en las marchas para robar, sino “para protestar contra la policía, no puede ser que metan en la cárcel a un rapero ni que nos traten como nos tratan”.
“La mecha” de Pablo Hasel
“La policía nos para y nos trata mal por ser jóvenes, por vestir como vestimos, por hablar como hablamos, a veces me cogen del brazo y me preguntan qué hago”, asegura, mientras que El Enano grita entre risas que viene sobre todo “a liarla”. Edgar, por su parte, dice estar cansado de “la miseria”, que en su caso se traduce en tener que vivir con su madre en una habitación alquilada porque “ella solo cobra 500 euros al mes”. Comparten una botella de whisky y alternan las bromas y carcajadas con mensajes de ira. “A quien me diga que qué hago le parto la botella en la cabeza”, afirma Cerocódigos medio en serio, medio en broma.
De los 75 jóvenes detenidos desde el pasado martes en Barcelona por los disturbios, 26 tienen antecedentes por desórdenes públicos y delitos contra el patrimonio como hurtos o robos y, entre todos, acumulan 165 antecedentes según informó la cadena Ser el martes citando a fuentes policiales. Son varios, también, los periodistas a los que han robado el móvil en las manifestaciones. El antropólogo José Mansilla advierte que a violencia “es una forma de comunicación” que viene a reflejar un contexto y que en ocasiones las actuaciones policiales “ayudan a que se incremente la violencia”.
En su libro 'La pandemia de la desigualdad' (Ediciones Bellaterra), explica que “la desigualdad no ha aparecido de repente y la pandemia las ha hecho más visibles” y recuerda que la juventud “puede haber recibido mal el haber funcionado durante un tiempo como chivo expiatorio del virus, cuando el debate se centraba en los botellones y las formas de ocio” que ahora no tienen. Las restricciones sociales y la crisis económica derivada de la pandemia han servido para desatar “una polifonía de voces cabreadas” y el encarcelamiento de Pablo Hasel ha funcionado como “elemento de mecha, operador simbólico que sirve para vehicular con cosas que no tienen que ver con esta sentencia”.
Así, aunque Mansilla cree que medidas como el indulto de Hasel o la reforma del código penal eliminando el delito de injurias a la corona “puede desactivar las protestas, pero sólo hasta que aparezca otra mecha”. El desempleo juvenil (un 40% en España, un 27% en Catalunya), señalado por el propio Mansilla y por 20 manifestantes entrevistados como uno de los grandes focos de descontento, no ha ocupado estos días el centro de la agenda política, que se ha centrado en condenar la violencia o, en el caso de Podemos y los partidos independentistas, mostrar su apoyo a la causa de la protesta en mayor o menor medida. Tanto en un caso como en el otro, según Mansilla, “la clase política utiliza la protesta para justificar su propia agenda, ya sea de escenificar el apoyo a las calles (aunque Podemos desmontó el poder de los círculos) o de dar apoyo a la policía” y “en ningún caso se ha hablado de un plan de empleo juvenil” o de otras medidas que desactiven las protestas desde su raíz. En Catalunya, añade, “el debate sobre el futuro de los Mossos no es más una guerra de posiciones de cara a formar la futura mayoría” en una comunidad que vive estos días en negociaciones para la investidura.
Violencia y desorganización
Aunque la mayoría de manifestantes se desmarquen de los saqueos, defienden una violencia contra la policía en forma de “autodefensa” y de “barricadas” que, según Mansilla, “la mayoría de la sociedad no diferencia”. Así, la pancarta desplegada el pasado domingo en Sants, que rezaba 'Nos habéis enseñado que la protesta pacífica no sirve de nada' representa el sentir de la mayoría de manifestante y de todos los entrevistados, que defienden que “montar barricadas en las calles o quemar contenedores es una forma de que la policía, que ha sido muy violenta, no nos alcance”, en palabras de Laia.
En la marcha del sábado, en la Plaça Universitat, dos manifestantes de edad más avanzada, Dolors (66) y Francesc (62) coincidían en que “la fase pacífica ha terminado porque no ha servido de nada”. El lunes, Iván, desde Arc de Triomf, se mostraba comprensivo con los saqueos: “No voy a criticar que se saquee un comercio en la calle más cara de Catalunya, no me hace llorar porque es un tema menor en comparación con los saqueos económicos de los últimos años”.
A diferencia de lo que ocurrió después de la sentencia de octubre de 2019 en las marchas convocadas por Tsunami Democràtic, y con más semejanzas a las protestas violentas de Urquinaona en los días posteriores, las protestas de estos días están siendo desorganizadas y no tienen líderes visibles. Se dispersan en cuanto la policía empieza a cargar o arrancan su método carrusel, furgones a alta velocidad barriendo la calzada para ahuyentar a los manifestantes. “Creo que nos falta organización, hay ciertas asambleas pero luego en las marchas la gente enseguida se pone a correr y va cada uno por su lado, yo siempre insisto en que hay que estar unidos y aguantar las cargas”, defiende Laia.
El sábado, poco después de que los saqueos se llevaran a cabo en Passeig de Gràcia sin que la policía interviniera, se dio unos kilómetros más arriba, en el carrer Gran de Gràcia, una de las imágenes de dureza policial más criticadas en los últimos días: Dos grupos de policía encapsulaban a centenares de manifestantes con cargas en las calles, mientras estos se rendían con las manos al alza y sin dejarles escapatoria. El primer día de las protestas, el martes pasado, una joven perdió un ojo alcanzada por una bala de foam, que precisamente sustituye en Catalunya a las bolas de goma por la dureza de éstas, que ya en 2014 dejaron sin un ojo a Esther Quintana en una manifestación. Aun y así, las balas de goma se siguen usando por parte de la Policía Nacional, que en 2019 dejaron sin un ojo a tres personas, así como al músico Roger Español en octubre de 2017.
Los sindicatos de Mossos d'Esquadra se han quejado en los últimos días de estar desamparados por los poderes públicos, que consideran que no están brindándoles el apoyo necesario. El secretario general y portavoz del SAP-FEPOL, Pere García reclamó hace unos días que “el Parlament tiene que promover el aislamiento y el rechazo social de la violencia urbana”, mientras que la Asociación Profesional de Mossos d'Esquadra (APME) amenazó con hacer que el cuerpo se vuelva “ingobernable” si no recibe el apoyo de las instituciones. Las marchas, mientras tanto, son menos multitudinarias aunque los contenedores quemados empiezan a ser una rutina para los vecinos del centro de la ciudad.
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