'El Martí', el mejor reportero de España
José Martí Gómez era un reportero. Además de buen cronista, hábil entrevistador y un experto en salpicar de ironía textos y sobremesas. Pero si algo era es un reportero, esa especialidad para la que se requiere oficio, paciencia, tiempo y jefes con la misma paciencia o más y también algo de oficio.
A muchos les despedimos con el título de maestro y a veces es un trato exagerado, más fruto del respeto que de los méritos. No es el caso de Martí Gómez, alguien que trató a ministros y maleantes (ya sabemos que a tramposos a menudo ganan los primeros) y lo hizo con el mismo respeto siempre, estuviese en un despacho con banderas o en el Raval que tan bien tenía radiografiado. En su libro ‘Animales de compañía’ retrató historias reales de atracadores y en ‘Los Lara’ el de una saga de éxito. Cara y cruz de esa “desordenada crónica personal” que resumió en ‘El oficio más hermoso del mundo’. Que si lo decían García Márquez y él a lo mejor es verdad aunque hay días en que cuesta creerlo.
Nació en Morella en 1937 y repasar su vida es recorrer la transición a través de la mirada de los que no hubiesen tenido nunca voz si él no se la hubiese dado. Aprendía a través de ellos y eso le permitía vivir también muchas vidas. Vidas decentes y otras golfas, las de ganadores y las de perdedores. Decía que había que acercarse a las fuentes y a los protagonistas de sus historias con humildad y recomendaba escuchar para poder hacer bien el trabajo. ¿Escuchar? Sí, eso que exige atención y respeto en las entrevistas porque lo importante son o deberían ser las respuestas. Una deferencia a la dignidad del lector, oyente o espectador, resumía. Sus entrevistas mano a mano con Josep Ramoneda merecerían ser materia en las facultades de Periodismo.
Si no estás en secciones como Opinión o Cierre hay que pisar la calle. Es una obviedad pero cuando lo recordaba parecía que hablase de un mundo en peligro de extinción. Él era de los que acostumbraba a estar fuera en una época en la que en las redacciones aún se gritaba (también se fumaba y en las más nobles había incluso carrito con bebidas). Empezó como corrector en el Diario de Barcelona y Huertas Clavería fue quien le ayudó a entrar en El Correo Catalán. Después firmaría en El Periódico, La Vanguardia, El País y El Mundo. Los enfermos de radio le seguimos además en La Ser. Cuando saltaba de programa, saltábamos con él.
Tenía razón Javier del Pino cuando explicó que aunque Martí Gómez dejase la antena no se jubilaba. Seguía llamando a sus fuentes, algunas ya jubiladas de verdad y otras que también se resistían. Comisarios, políticos y colegas de profesión. Contestaba los mails como ‘El Martí’, tenía una cuenta de Twitter porque uno de sus tres nietos le dijo que si no tuiteaba se quedaría desfasado y un blog.
Le gustaba hablar de política y rememorar sus conversaciones con Jordi Pujol o Felipe González. Reivindicaba el periodista capaz de enfrentarse al poder aunque reconocía que la precariedad de muchos medios no invitaba a ser valiente. A lo largo de su vida le cayeron 27 querellas que acabaron en 27 absoluciones. Lamentaba que ahora no haya políticos que merezcan el calificativo de estadista y cuando en Catalunya parecía imposible no estar en ninguna trinchera él se declaraba equidistante. Eso también requería de valentía.
Ha muerto el mejor reportero de España, como lo definió hace tiempo Enric González. Y los aspirantes a periodistas estamos hoy un poco más huérfanos.
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