En sus más de 130 años de historia (y de construcción), la Sagrada Familia ha visto dos cambios de siglo, una Guerra Civil, unos Juegos Olímpicos en Barcelona, numerosas recesiones económicas… pero nunca antes se había topado con una crisis como la que ha provocado el coronavirus. La singularidad del templo expiatorio hace que, además de los problemas comunes de todas las atracciones turísticas, la Sagrada Familia tenga desafíos propios, empezando por la reanudación de las obras, que no se contempla hasta principios del año que viene.
No hay otro monumento que reciba tantos visitantes en Barcelona como la Sagrada Familia, siempre alrededor de 4,5 millones en los últimos años. Al ser un templo expiatorio, la Sagrada Familia no puede pedir subvenciones o ayudas públicas, por lo que más del 90% de su presupuesto –103 millones de euros en 2019– lo genera la venta de entradas a los visitantes, que son un donativo destinado a la construcción del templo. El resto está conformado por los ingresos de la tienda de regalos, los donativos que se puedan hacer a través de la web del templo y las herencias que se legan en favor del templo.
La consecuencia del cierre del templo tanto a visitantes como a trabajadores desde el pasado 12 de marzo es clara: la Sagrada Familia lleva mas de un mes sin su principal fuente de ingresos. “Tenemos más visitas que nunca en Instagram, pero no sabemos cuándo nos dejarán volver a recibir a la gente, ya sean turistas o feligreses”, resume el presidente delegado de la Junta Constructora de la Sagrada Familia, Esteve Camps.
A falta de que las autoridades concreten el plan de desescalada en los equipamientos turísticos y religiosos, la Sagrada Familia ha hecho sus propios planes de contingencia, que conllevarán irremediablemente un retraso en las obras de construcción del templo, que antes de la crisis se preveían terminar en 2026. Y es que para retomarlas primero será necesario poder empezar a recibir de nuevo visitantes en el templo y reactivar los ingresos.
“Las obras no prevemos remprenderlas hasta principios del año que viene”, expone Camps. En consecuencia, la finalización de las cuatro torres de los Evangelistas y la de María, prevista para mediados de 2021, se retrasaría hasta finales de año. Camps destaca que los materiales tanto de las esculturas como del terminal de las torres ya están comprados, por lo que el retraso únicamente afectará al proceso de confección y colocación. Tampoco se podrá en el plazo previsto –principios del 2022– la torre de Jesús, de 172,3 metros y cuya cruz será una de las nuevas imágenes icónicas del templo de Gaudí. Quedará todavía pendiente la fachada de la Gloria.
La pregunta del millón para la Sagrada Familia y el resto de centros turísticos es cuándo podrán reabrir, si bien se asume ya de entrada que tendrá que ser con limitaciones de visitantes. “Las autoridades nos tendrán que decir cuántas personas podrán entrar y con qué condiciones”, indica Camps. La previsión del templo es que una vez pueda volver a abrir hacerlo con un horario limitado –posiblemente de 9h. a 15h. en vez de hasta las 19h.– para conjugar la seguridad y las medidas de distancia en visitantes y trabajadores con la reactivación de los ingresos que permitan cubrir los gastos mínimos de funcionamiento de la basílica –trabajadores de la limpieza, guías, seguridad, etc.
Según Camps, con una afluencia diaria de 1.000 visitantes –la media diaria, antes de la crisis, estaba por encima de 10.000– el templo podría disponer de la “infraestructura mínima” para volver a funcionar. “Cuántas más personas puedan entrar, más servicios recuperaremos”, apostilla. En este sentido, uno de los compromisos con los trabajadores del templo afectados por un ERTE –el 40% del centenar de empleados de la Sagrada Familia– es reestablecer su situación una vez se pueda recuperar la actividad y las visitas.
El resto de la plantilla teletrabaja desde casa con los proyectos futuros del templo. Respecto a las misas, como el resto de iglesias, la Sagrada Familia está a la espera de que el Gobierno permita renaudar la actividad de culto, y saber si podrá hacerse bien en la basílica bien en la cripta o en ambas, y bajo qué condiciones de distancia entre feligreses.
Como el resto del sector, el templo también se mantiene a expensas de la evolución del turismo postvirus. En el sector ya se da por perdido de cara a la temporada de verano el turismo internacional, que supone la mayoría de visitantes de la Sagrada Familia, y hay demasiada incertidumbre para decir si la recuperación de visitantes extranjeros empezará en otoño de este año o el invierno del que viene. “Conforme evolucione la situación, nosotros nos iremos adaptando”, concluye Camps.
Con todo, la singularidad del templo sigue siendo el principal atractivo del templo, también de cara a la recuperación postcoronavirus: la Sagrada Familia continuará como parada obligatoria en la ruta de cualquier turista extranjero. Nunca se sabe, pero no parece que vaya a ser necesario recurrir a iniciativas de antaño, como las huchas con las que a mediados del siglo pasado los niños del barrio de la Sagrada Familia recogían donativos entre sus vecinos o las peticiones de Gaudí a los industriales catalanes al inicio de la construcción del templo, allá por 1882.
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