Los surfistas de Barcelona salen de la ilegalidad: “Era absurdo que nos multaran por entrar al agua con bandera roja”

Pol Pareja

20 de enero de 2023 22:55 h

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Tiritando de frío, moviendo las piernas y los brazos para entrar en calor, Karim Essoufi sonríe de oreja a oreja. Acaba de surfear durante un par de horas en una playa de Barcelona y, por primera vez, no lo ha hecho vulnerando la ley. 

“¡Por fin!”, exclama con el traje de neopreno todavía puesto mientras un viento inclemente le golpea en la cara. “No tenía ningún sentido que no nos dejaran surfear”. 

Hasta la semana pasada, Barcelona era una de las pocas ciudades del Estado donde hacer surf era ilegal. No es que el deporte en sí estuviese prohibido, pero no se permite el baño con bandera roja y no estaba prevista ninguna excepción para los que entraran al agua con una tabla, como sí sucede en la mayoría de ciudades costeras. El pasado viernes se aprobó un decreto que elimina el veto.

“Creo que el problema era una gran incultura sobre lo que es el surf”, opina Carles López, presidente de la Federació Catalana de Surf (FCT). “Precisamente solo cuando hay bandera roja y mala mar podemos practicar nuestro deporte”. López explica que “ha costado años y muchas reuniones” que en el Ayuntamiento entendieran que los surfistas no son bañistas, sino practicantes de un deporte reconocido por la Generalitat y que además ahora es olímpico.

Aunque parezca mentira, en Barcelona hay una de las principales comunidades de surferos del país. En una ciudad con apenas olas —y cuando las hay, de poca calidad— se ha generado un boom que cuenta ahora mismo con miles de practicantes, en un fenómeno que muchos insiders no logran entender. Esta semana, a primera hora de la tarde de un día laborable, se podían contar más de 50 surferos dentro del agua esperando olas. 

La prohibición de entrar con una tabla al agua cuando había bandera roja daba lugar a escenas kafkianas. La Guardia Urbana acudía a la playa cada vez que había un temporal y conminaba a los surfistas a salir del agua. Algunos cumplían, mientras que otros directamente ignoraban las peticiones de los agentes, que no podían hacer mucho más que esperar en la orilla a que salieran y multar a los deportistas. 

“A mí no me han multado nunca pero sí que me han obligado a salir del agua varias veces”, explicaba esta semana en la playa Joan Sorrent, un surfista de 28 años. “La sensación de impotencia e incomprensión que teníamos era muy frustrante”.

Hace un año se viralizó un vídeo en el que unos agentes de la Guardia Urbana multaban en la capital catalana a un surfista, que además es instructor profesional. El deportista les recordaba la cantidad de veces que los surfistas han rescatado a bañistas gracias a su conocimiento de las olas y al hecho de que van con una tabla. “Si pasa algo ya les rescataré yo”, decía uno de los agentes.

Desde el Ayuntamiento no precisan cuántas sanciones se han impuesto hasta la fecha por surfear en las playas de Barcelona, ya que la multa que se aplicaba era por desobediencia a la autoridad. La ley de seguridad ciudadana estima estas sanciones en una horquilla que va de los 601 hasta los 30.000 euros. Desde el Consistorio precisan que nunca se aplicaría la cantidad máxima para un caso de este tipo.

En la Federació Catalana de Surf (FCT) explican que recientemente han atendido a tres surfistas que han sido sancionados. Uno de ellos fue multado en dos ocasiones el mismo día, cuando volvió a entrar al agua desobedeciendo a los agentes. Les han ayudado a presentar alegaciones y están pendientes de saber el resultado.

Surfear en Barcelona, un acto de fe

Ser surfero en la capital catalana implica vivir pendiente de la previsión meteorológica, tener mucha paciencia y gestionar la frustración que genera ver cómo las olas llegan tan rápido como desaparecen, explican los practicantes consultados. 

“Somos más meteorólogos que surfistas”, bromea López, de la FCT, sobre el seguimiento constante que hacen de los partes del tiempo para comprobar si entrará algo de oleaje en la ciudad. Los días surfeables, además, suelen ser en medio de inclementes temporales en los que, desde la orilla, parece una auténtica hazaña entrar al agua.

Los más optimistas aseguran que hay unos 100 días al año en que se puede practicar el deporte en la ciudad, aunque algunos lo rebajan a la mitad. A eso hay que añadir que, hasta la fecha, había muchas posibilidades de que la policía les echara del agua.

“A la que vemos que entran olas, hacemos malabarismos para no ir a trabajar”, señalaba un surfero el pasado miércoles, antes de admitir que se había pedido un día de asuntos personales en su empresa. Otros explicaban que incluso se han llegado a pedir la baja laboral. “Lo primero es lo primero”, decían entre risas.

“Hay muchísima afición comparado a las pocas olas que hay”, apunta Pietro Oppo, instructor de surf en Barcelona. En la FCT estiman en unos 4.000 surferos la comunidad que hay en Catalunya, la mayoría de ellos en Barcelona. “Para querer surfear aquí tienes que tener fe, constancia y sacrificio”, remacha Oppo. 

El boom vivido en la ciudad no ha gustado por igual a todo el mundo. Para algunos es una gran noticia, para otros es una desgracia comparado con tiempos pasados, en los que siempre se reunían en el mar la misma docena de surferos habituales y todos se conocían entre ellos.

“La escena ha perdido la magia que tenía antes”, apunta uno de los veteranos de la ciudad. “Hemos pasado de ser unos incomprendidos a formar parte de algo totalmente masivo, con mucha gente inexperta que no entiende las normas no escritas del surf”. 

Al haber tan pocos días con olas, cuando se puede surfear las playas están tan masificadas que no es extraño ver conflictos entre los practicantes para ver quién surfea cada ola, aseguran algunos de los entrevistados.

“Es el principal problema que tenemos ahora en Barcelona”, admite López, de la FCT, que teme que el fenómeno muera de éxito en la ciudad. “Debemos aprender a convivir todos y que los que se inician conozcan la importancia de la educación y de seguir ciertas normas dentro del agua”.