Vacunas y algo más
La llegada de las vacunas es ya una realidad que podemos casi tocar con los dedos. La colaboración público-privada está siendo tan potente, medida en miles de millones de euros, que acabará dando los resultados deseados. Una colaboración público-privada que no es nueva. De hecho, esta colaboración entre las administraciones públicas y la iniciativa privada es el fundamento ordinario de los avances científicos y tecnológicos que disfrutamos. Las ayudas públicas a la investigación (casi el 45% del 1,2% del PIB dedicado a I+D en España, lejos del 2,2% europeo), tanto en ciencia básica como aplicada, explican el rápido desarrollo de las nuevas vacunas o la comprensión de los determinantes sociales a la hora de gestionar la pandemia. Esta es la gran diferencia con la pandemia de la gripe de 1918. Ahora hay una ciencia bien estructurada que funciona, junto a una industria farmacéutica capaz de fabricar todas las dosis que esperemos sean necesarias. Desde esta perspectiva, podemos estar aceptablemente satisfechos de lo aprendido en estos 100 años.
Desde esta misma perspectiva secular, necesaria para poder entender estos fenómenos sistémicos y globales, hemos de pensar en los próximos 100 años. Preguntándonos por lo que hemos de hacer para que nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, puedan gestionar mejor las próximas crisis sanitarias que seguro llegaran, ya sean causadas por agentes infecciosos o por otras causas químicas, físicas o sociales, o de la interacción entre ellas.
A la espera de la evaluación prometida de la gestión de la crisis en España, después de ser pedida en dos cartas publicadas en la revista Lancet, no es difícil ponernos ya de acuerdo en que uno de los puntos más débiles en la respuesta a la actual pandemia ha sido la falta de una institución con suficiente capacidad técnica e independencia política para afrontar el reto de la pandemia desde el primer día, coordinando las políticas sanitarias (vigilancia epidemiológica, camas de UCI, etc.) y extra-sanitarias (empleo, movilidad, protección social, etc.). Un esfuerzo que se ha basado en el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, al que reconocemos un enorme mérito, pero que a todas luces ha resultado insuficiente. Ahora que estamos pensando en el futuro, debemos mirar a los mejores referentes. Entre ellos, por ejemplo, el Instituto Robert Koch de Alemania, que está a punto de cumplir sus primeros 130 años, y donde trabajan aproximadamente unas 1.000 personas, de las cuales 450 son investigadores.
En este sentido, es una buena noticia saber, por declaraciones de la Secretaria de Estado de Sanidad, Silvia Calzón, que el proyecto de presupuesto que se discute estos días en el Congreso contempla una partida para crear el Centro Estatal de Salud Pública, previsto desde hace 9 años en la Ley general de Salud Pública de 2011. Esperamos conocer más detalle el proyecto, y saber si su independencia institucional y sus recursos estarán a la altura de los retos a los que debe hacer frente.
Aprovechar la salida de esta crisis sanitaria para fortalecer nuestras infraestructuras de salud pública es una obligación ética que no podemos ignorar. En ellos nos va que en una próxima crisis sanitaria podamos evitar, si no todos, una parte importante de los fallecimientos, pues comparados con, por ejemplo, Alemania, donde a 30 de noviembre se habían registrado 16.248 defunciones, en España esa cifra era en la misma fecha de 44.668 defunciones, sabiendo que España tiene casi la mitad de población que Alemania.
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