Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
Acorralando científicamente la noción de consciencia
La consciencia es una de las grandes incógnitas de la biología moderna. Durante mucho tiempo, al menos en las culturas europeas, se supuso que la consciencia era un atributo distintivo de los seres humanos, carente de base material. Un don divino. Si bien este postulado se ha ido relajando con el tiempo, en muchos sectores de la población queda la duda sobre la especificidad humana de la consciencia. Hasta tal punto que, el 7 de julio de 2012, un grupo de científicos reunidos en Cambridge con motivo de la Francis Crick Memorial Conference sobre “Consciencia en animales humanos y no humanos” proclamó la Declaración de Cambridge sobre la Consciencia.
Esta declaración mantiene que la consciencia no es un atributo específicamente humano. O, más precisamente, que “la evidencia indica que los humanos no son únicos en poseer el sustrato neurológico que genera la consciencia.” Entre los animales que poseen sustratos homólogos, y que por tanto podrían ser conscientes, están todos los mamíferos y las aves.
Durante la presentación de la Declaración de Cambridge sobre la Consciencia su redactor, Philip Low, explicó que era evidente para todos los que estaban allí reunidos que los animales tenían consciencia. La Declaración de Cambridge, sin embargo, no afirma eso. Se limita a constatar que muchas especies de animales no humanos tienen el mismo sustrato neurológico que genera la consciencia en humanos. Pero ¿qué es la consciencia? ¿Qué mecanismo la genera?
Podemos distinguir entre varios tipos de explicaciones del fenómeno de consciencia, que se pueden agrupar de manera grosera en las espirituales y las científicas. Según las explicaciones espirituales, la consciencia carece de base material. No está asociada a los procesos cerebrales, sino al alma, y escapa al estudio científico. Por su naturaleza, estas explicaciones quedan fuera del ámbito de este blog, por lo que nos limitamos a constatar su existencia.
Una visión intermedia entre lo espiritual y lo científico nace de la definición de consciencia como una forma avanzada de autopoiesis, es decir, de autoorganización. Según los trabajos de los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela, los seres vivos pueden definirse como sistemas independientes que se autoperpetúan a través de las interacciones y relaciones que tienen con su entorno. Según esta perspectiva enraizada en la teoría de sistemas, los seres vivos son progresivamente más organizados cuanto mayor es la cantidad y complejidad de dichas interacciones.
En su obra The Web of Life el físico y divulgador Fritjof Capra asimila dicho incremento en autopoiesis a la adquisición de consciencia (y en cierta medida de alma) por seres vivos cada vez más complejos. El paralelismo entre grado de autoconsciencia y la diversidad de las interacciones podría tener una explicación evolutiva, dado que la riqueza y complejidad de las interacciones aumentan el valor adaptativo de las capacidades cognitivas y la inteligencia.
Así, la hipótesis más aceptada entre los científicos está en parte relacionada con esta visión proveniente de la teoría de sistemas. Según esta explicación, la consciencia es un epifenómeno de los procesos neuronales que aparece cuando la complejidad del cerebro pasa un umbral aún por definir. Pero entonces, si la consciencia es un epifenómeno del desorbitado número de impulsos nerviosos que viajan entre las neuronas de nuestro cerebro, ¿adquiriría consciencia un ordenador si tuviera un número suficiente de procesadores?
El físico Roger Penrose y el médico anestesista Stuart Hameroff proponen una teoría radicalmente distinta de la consciencia, basada en una interpretación de la mecánica cuántica. La teoría, que Penrose ha expuesto en varios libros (La nueva mente del emperador, Las sombras de la mente), queda resumida en un artículo reciente, e incluso en la novela de Dan Simmons El Hombre Vacío, por lo que nos limitamos a exponer las ideas básicas.
Según esta teoría, la consciencia es una propiedad física inherente a todo sistema (biológico o no), asociada a ciertos cambios en el estado cuántico. La consciencia humana resultaría de aunar de forma coherente, mediante los circuitos neuronales y los microtúbulos que contribuyen a su estructura, miles de millones de momentos de proto-consciencia.
La teoría de Penrose y Hameroff es, probablemente, la más articulada, la que ofrece más detalles sobre un posible mecanismo generador de la consciencia y la única que relaciona directamente el fenómeno de consciencia con la estructura atómica de la materia, incluyendo, por supuesto, los seres vivos.
Nos deja, sin embargo, con la incómoda sensación de que no es más que un pretexto para reconciliar el libre albedrío con la tesis materialista según la cual los humanos y otros animales no somos sino un puñado de partículas que responden ciegamente a las leyes de la física y deja muchas preguntas sin contestar, pero hace al menos propuestas concretas.
Sin embargo, lo que nos importa hoy no es si ésta u otra teoría es correcta o no. Lo que queremos destacar es que los avances científicos, los nuevos conocimientos, van cambiando los límites entre lo que consideramos física y metafísica, como sugieren las ideas de Fritjof Capra.
A lo largo del tiempo el conocimiento y la razón han ido ganando terreno al mito y las creencias, apropiándose la física de parcelas cada vez más extensas. Hoy la consciencia queda en el límite entre la física y la metafísica, su estudio científico se ha legitimado – y esto es un gran paso. Pero estamos aún lejos de encontrar una solución al problema. Tanto, que ni siquiera tenemos una definición.
El filósofo John Searle, en su charla TED, reconoce (minuto 4:30) que no podemos definir la consciencia científicamente, y que para trabajar debemos por el momento contentarnos con una definición de andar por casa, según la cual “la consciencia consiste de todos esos estados de sentimiento, sensaciones o percatación, comienza por la mañana cuando despertamos de un sueño sin sueños y continua durante todo el día hasta que nos dormimos o morimos…” [“Consciousnes consists of all those states of feeling or sentience or awareness, it begins in the morning when you wake up from a dreamless sleep and it goes on all day till you fall sleep or die…”] Pero lo más frecuente es ignorar completamente el problema de la definición, como hacen en sus artículos Penrose y Hameroff, y Stevan Harnard, o Dan Dennett en otra charla TED. Y nos preguntamos si no tendría sentido definir la consciencia antes de invertir más tiempo, esfuerzo y recursos en estudiarla.
Aunque históricamente la física no haya dejado de ganarle terreno a la metafísica, no se puede concluir que un día la metafísica desaparecerá, que la razón y la ciencia nos permitirán explicarlo todo. Hoy la consciencia queda en el límite entre la física y la metafísica, el tiempo dirá en qué parcela termina finalmente.
Página del ilustrador.
La consciencia es una de las grandes incógnitas de la biología moderna. Durante mucho tiempo, al menos en las culturas europeas, se supuso que la consciencia era un atributo distintivo de los seres humanos, carente de base material. Un don divino. Si bien este postulado se ha ido relajando con el tiempo, en muchos sectores de la población queda la duda sobre la especificidad humana de la consciencia. Hasta tal punto que, el 7 de julio de 2012, un grupo de científicos reunidos en Cambridge con motivo de la Francis Crick Memorial Conference sobre “Consciencia en animales humanos y no humanos” proclamó la Declaración de Cambridge sobre la Consciencia.
Esta declaración mantiene que la consciencia no es un atributo específicamente humano. O, más precisamente, que “la evidencia indica que los humanos no son únicos en poseer el sustrato neurológico que genera la consciencia.” Entre los animales que poseen sustratos homólogos, y que por tanto podrían ser conscientes, están todos los mamíferos y las aves.