Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
Los albores de la nutrigenética: bastante ruido, muy pocas nueces y algunas sospechas
Es algo bien aceptado que los alimentos se asimilan de forma distinta por cada individuo, y que esa asimilación diferente depende, al menos en parte, de los genes de cada uno. Esto es precisamente lo que estudia la nutrigenética. Lo mismo ocurre con los distintos fármacos, cuya eficiencia depende de nuestras variantes genéticas individuales y propias, tal como estudia la farmacogenética. En esta idea está el origen de la llamada “dieta del ADN”, que, a diferencia de la dieta proteica o la dieta de las manzanas, no consiste en comer mucho ADN. El nombre no es muy afortunado, porque todos los seres vivos estamos llenos de ADN y no podemos separar esta molécula del resto de nutrientes en los alimentos; esta dieta no implica por tanto ningún aporte extra de ADN. La mal llamada “dieta del ADN” presume de utilizar la nutrigenética para predecir cómo vamos a responder a los distintos nutrientes y elementos de nuestra comida partiendo del estudio de nuestra genética particular. Con esa información, nos aconsejan la dieta más adecuada para perder peso o para mantenernos en forma, nos descubre intolerancias alimentarias y nos aproxima, en resumen, a una presunta dieta ideal. La “dieta del ADN” no es un proceso, es un producto: una compañía ofrece un test genético con el que diseña una “dieta personalizada”.
Cuando buscamos un servicio de test genético para nuestra dieta, encontramos algunas cosas que despiertan sospecha. Una muy llamativa es que las compañías no especifican los detalles del método de análisis (genotipado) que utilizan; en su mayoría, no especifican cuántas ni qué variantes del ADN consideran para conformar el consejo genético y engloban los factores analizados en paquetes como “metabolismo de las grasas” o “necesidades particulares de nutrientes”. El resto entra, se supone, dentro del secreto comercial. Cada compañía diseña su test o su particular interpretación de un mismo test. Es importante destacar que las decisiones sobre los genes analizados y las variantes del ADN consideradas no proceden, en su amplia mayoría, del conocimiento generado por investigaciones propias, sino del conocimiento científico producido en instituciones públicas y financiadas con fondos públicos.
La nutrigenética funciona, esto nadie puede dudarlo. Un buen ejemplo es la enfermedad celíaca. Ciertas variantes de los genes del conocido como complejo mayor de histocompatibilidad HLA-DQ provocan esta enfermedad. La celiaquía consiste en la intolerancia inmunológica al gluten, lo cual altera la absorción de vitaminas, minerales y muchos nutrientes contenidos en los alimentos, con nefastas consecuencias para la salud. La celiaquía trastorna significativamente la dieta y la vida de sus portadores, puede presentar distintos grados e incluso pasar temporalmente desapercibida, pero es relativamente sencilla de determinar genéticamente, como hace la sanidad pública.
La nutrigenética tiene un desafío difícil de resolver con la diabetes. Un importante factor de riesgo genético para la diabetes tipo I se encuentra, de nuevo, en el complejo de histocompatibilidad, principalmente en el gen HLA-DR: las variantes 3 y 4 nos hacen propensos, mientras que la variable 2 nos protege contra la enfermedad; estas variantes se combinan dos a dos generando múltiples combinaciones. Los genes HLA-DR se encuentran además influenciados positiva y negativamente por las variantes genéticas de los genes HLA-DQ que, como hemos mencionado, se relacionan con la aparición de la celiaquía. Con esta interacción, la ecuación empieza a complicarse, ya que incluye demasiadas incógnitas. Determinar genéticamente la presencia de diabetes tipo I no es posible, se puede calcular una probabilidad o un factor de riesgo, pero la aparición de diabetes tipo I depende mucho del ambiente y los hábitos alimenticios y no sólo de la genética. De hecho, incluso en caso de gemelos idénticos, puede ocurrir que uno desarrolle diabetes y el otro no. En el caso de la diabetes tipo II, se complica todo aún más, ya que puede estar originada por variaciones en genes muy distintos, con un resultado muy similar, por lo que su diagnóstico genético no es viable en la práctica.
La investigación médica de calidad pone de manifiesto que lo que la nutrigenética puede resolver hoy en día es mucho menos de lo que se anuncia por sectores interesados en hacer de ella un negocio. Para contribuir a entender cómo la genética afecta a la capacidad de las personas de perder peso, el proyecto DIETFITS, que arrancó en 2017, se impuso un objetivo muy ambicioso: estudiar la capacidad de distintos grupos genéticos de perder peso con una dieta baja en grasas o baja en hidratos de carbono. Los participantes fueron agrupados con criterios genéticos y para determinar el genotipo de cada participante se utilizó un sistema comercial (UK Biobank Axiom® Array) que analiza de una vez 820.967 posiciones variables conocidas en el ADN humano, cubriendo desde los genes HLA hasta marcadores de ascendencia neandertal. A distintos “grupos genéticos” se les asignaron distintas dietas para analizar si respondían de forma diferente a ellas. Se realizó un control exhaustivo de cada uno de los 609 participantes. Variables metabólicas, bioquímicas y fisiológicas se determinaron junto a la dieta y la actividad física y se reunió una cantidad masiva de datos. El estudio se anunció a bombo y platillo en la literatura científica de impacto. Un año después, en 2018, se publicaron en importantes revistas los primeros resultados, que fueron negativos: los genotipos analizados hasta el momento no resultaron tener la respuesta esperada a las dietas ensayadas. Nos imaginamos a los analistas de datos volviéndose locos para poder interpretar toda esa información, poder encontrar los factores y las interacciones que influyen en estos caracteres tan complejos, buscando las componentes genéticas principales que pudieran explicar por qué un individuo tiene un metabolismo tan diferente a otro. Parece que este objetivo no es posible sencillamente porque la mayoría de las variantes genéticas tienen un efecto pequeño. Es decir, hay una variabilidad genética en la población que explica una parte de la variabilidad fisiológica y metabólica entre las personas, pero no tenemos conocimientos suficientes ni herramientas disponibles para poder interpretar de forma correcta cómo interacciona esta variabilidad genética con el ambiente.
Nos guste o no, las particularidades metabólicas de las personas no son fáciles de determinar desde la genética. La mayoría de los caracteres o rasgos que definen a un ser vivo son continuos (como la altura o el peso, en oposición al factor Rh de la sangre que solo puede tomar dos valores, positivo o negativo, según esté o no presente una proteína en los glóbulos rojos) pero sobre todo son poligénicos, es decir, el valor del rasgo depende de la combinación de variantes en muchos genes. A lo que se suma el efecto del ambiente (alimentación, actividad física, etc…), que contribuye a enmascarar esa variabilidad genética heredada. La hipótesis de los factores múltiples de Bateson y Yule, uno de los teoremas clásicos de la genética cuantitativa, predice que los caracteres poligénicos son controlados por infinidad de genes, cada uno con un efecto muy pequeño sobre el carácter. La hipótesis de Bateson y Yule explica cómo se comportan y heredan estos caracteres y por qué es tan complicado dar con las variantes genéticas concretas responsables de aspectos complejos como nuestro peso, nuestra capacidad de adelgazar, de digerir grasas y tantos aspectos de nuestra salud en general.
Una rara excepción de un gen con efecto considerable en un rasgo poligénico importante aquí como la obesidad, es AMY1. Se ha descubierto que este gen favorece el metabolismo de los carbohidratos: las personas con más copias de AMY1 queman azúcares de forma más eficiente; los individuos con pocas copias de este gen presentan tendencia a desarrollar obesidad. El distinto número de copias del gen AMY1 se asocia también con un tipo concreto de flora intestinal, lo que introduce un nivel de complejidad extra para la comprensión y gestión de estos fenómenos. Este es uno de los pocos ejemplos de un gen candidato a ser tenido en cuenta por el sistema público de salud: su efecto es considerable y está apoyado por una sólida evidencia científica. Sin embargo, AMY1 no es el único responsable de la quema de azúcares, ni de la ganancia de peso, el carácter es mucho más complejo y nuestro conocimiento es aún fragmentario, aunque prometedor.
En resumen, dado el limitado conocimiento que aún tenemos sobre el funcionamiento de la mayoría de genes en el organismo y sobre el significado de las variantes genéticas presentes en el ADN humano, salvo casos muy contados, no sirve aún de mucho saber si portamos esta o aquella variante en nuestro genoma. Especialmente si consideramos las múltiples, complejas y poco conocidas interacciones entre todas esas variantes entre sí y con el ambiente. Más allá de un puñado de genes de efecto bien definido, parece dudoso que sea posible a día de hoy diseñar una dieta ideal efectiva basada en la nutrigenética.
Pero ya que es un negocio, revisemos los precios de la nutrigenética. Veamos si lo barato sale caro (porque no sirve) o si hay algún número que nos haga reflexionar. Si los análisis genéticos que realizan las compañías fueran tan reveladores y útiles para nuestra salud, por un precio que ronda los 150€, el sistema público podría incorporarlos fácilmente en su rutina. El diagnóstico genético para la celiaquía tiene un coste aproximado en el mercado de 100-150€; es una prueba estándar para determinar la variante genética de uno o dos genes HLA. Aquí ya surge un primer desencuentro ya que analizar uno o dos genes costarían lo mismo que toda una “batería” de genes como se ofrece en estos tests nutrigenéticos. El “bajo precio” de las pruebas genéticas masivas que nos ofrecen las milagrosas “dietas del ADN” solo pude explicarse si las compañías utilizan un test comercial a un precio negociado con el proveedor. Es más que posible que distintas compañías que ofertan sus servicios de “dieta del ADN” utilicen test comerciales muy similares entre ellas (¿quién podría estudiar más de 820.967 variantes genéticas como en el ambicioso proyecto DIETFITS que explicábamos antes sin un abultado presupuesto de investigación?) y lo que nos ofrecen realmente es su interpretación particular de unos resultados crípticos sobre los que elaborar su consejo genético nutricional personalizado. Esta interpretación se basará, en el mejor de los casos, en el conocimiento válido que ya tenemos sobre 20-30 genes (el genoma humano consta de más de 20.000) como por ejemplo AMY1, CYP1A2, FTO, PPARG, FABP2, ADRB2, BDNF, TCF7L2, IRS1, CRY2, MTNR1B, o los complejos HLA y APOE; y el resto se basará realmente en especulaciones mejor o peor fundamentadas. Con el mismo test, otra compañía dedicada a las genealogías nos dirá si tenemos un porcentaje alto de origen normando o norteafricano.
Lo importante con la nutrigenética es saber en qué consiste el servicio que pagamos, si nos proveen de un diagnóstico preciso sobre cómo es nuestro metabolismo y la mejor forma de abordar nuestra dieta, y si nos proporcionan también el resultado neto de nuestro test genético, que podríamos consultar después con otros especialistas. En el caso de proporcionarnos el resultado neto del test genético, podríamos no solo consultarlo con nuestro médico o compararlo por ejemplo con la base de datos Biobank-UK, sino que estaríamos contribuyendo con nuestros resultados compartidos a generar la base de nuevo conocimiento útil y podríamos beneficiarnos de ello cuando vaya emergiendo nueva información sobre otros genes. Pero si esto no es así, si no nos van a dar los datos netos de nuestro test genético, es importante preguntarse qué van a hacer estas compañías con toda esa información que aún no saben interpretar y, sobre todo, es importante preguntarse a quién pertenece.
Como no deja de ser sorprendente un precio tan reducido para un análisis tan complejo, el escepticismo invita a pensar no sólo que el consejo final no va a ser tan personalizado como se promete, sino que el objetivo último pueda ser obtener de esas pruebas beneficios mayores, de otro tipo, basados tanto en nuestra información genética como en la que proporcionemos sobre nuestros hábitos a la hora de hacer el test. Aunque esto pueda caer en el campo de la elucubración, recuerda bastante a aquella máxima de los piratas informáticos: “cuando un producto es gratis, el producto eres tú”. Los 100-300€ podrían, incluso, ser solo un cebo.
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