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Sobre este blog

Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

Seremos el mono que elijamos ser

Los chimpancés alertan a sus amigos de peligros como serpientes

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Siempre nos han dicho que el pariente vivo más próximo al ser humano, filogenéticamente hablando, es el chimpancé. La genética dice que nos parecemos hasta en un 95%. Y el parecido es el mismo tanto con el chimpancé común, Pan troglodytes, como con el Pan paniscus, también conocido como chimpancé pigmeo o bonobo. No sería raro que viendo una imagen pudiéramos confundirlos. Estas dos especies de simios son extremadamente similares en su aspecto, aunque el primero es algo más corpulento y robusto, y el segundo, más menudo y grácil. El rasgo que más diferencia a ambas especies es su comportamiento. Mientras que el Pan troglodytes es un animal jerárquico y agresivo, organizado alrededor de clanes de machos emparentados, el Pan paniscus es un animal pacífico, que vive en grandes grupos liderados por hembras, y cuyas interacciones y resolución de conflictos están basadas en el sexo. De ahí que haya quien ha llamado al bonobo “el mono hippie”. 

Los chimpancés machos son altamente territoriales, y tienen con relativa frecuencia encuentros intergrupales hostiles y a veces letales. Salen de caza en grupo, compiten violentamente por las hembras o los recursos, utilizan palos a modo de arma y son extremadamente territoriales. Este comportamiento explica su mayor corpulencia y su dimorfismo sexual marcado. Las diferencias entre machos y hembras son muy visibles, con machos significativamente más grandes. Por el contrario, en los bonobos no hay apenas dimorfismo sexual ni comportamientos violentos. Las interacciones sexuales con las que dirimen los conflictos ocurren de forma intrafamiliar, con individuos de ambos sexos e incluso con los individuos infantiles. En las comunidades de chimpancés es común encontrar a los machos y las hembras segregados en grupos, mientras que en los bonobos los individuos de ambos sexos se asocian preferentemente con las hembras. De hecho, el mejor aliado de un joven macho bonobo, desde la infancia hasta la madurez, es siempre su madre, con la que cooperan incluso para favorecer el éxito reproductivo de esta. 

Las hembras de bonobo, y no los machos, ocupan los puestos más altos de la escala social. Los estudios sugieren que los alcanzan cultivando sus relaciones sociales mediante, por ejemplo, el frotamiento genital, en lugar de recurrir a las luchas y las alianzas temporales, como hacen los machos de chimpancé. Dado el papel preponderante de la sexualidad en las comunidades de bonobos y la propensión de estos primates a los vínculos amistosos (sobre todo entre hembras), no entran en guerra con otras comunidades vecinas. Los comportamientos sexuales son de una enorme complejidad y abarcan toda una variedad de interacciones y prácticas, desde los besos complejos, la masturbación de uno mismo para aliviar tensión o con individuos de ambos sexos, e incluso la cópula en una gran variedad de posturas. De hecho, los bonobos son, junto al ser humano, los únicos miembros del reino animal que practican la “postura del misionero”, es decir, se miran cara a cara mientras copulan. 

Los bonobos macho, a diferencia de los machos de chimpancé, no forman coaliciones con individuos del mismo sexo para adquirir poder a través de la violencia. Podría decirse que, mientras los chimpancés recurren al poder para resolver los problemas sexuales, los bonobos recurren al sexo para resolver los problemas de poder. Curiosamente, estas dos especies separadas evolutivamente hace unos dos millones de años, nunca conviven en el mismo territorio. Su área de distribución, que solapa también con la del gorila, se encuentra en el cinturón ecuatorial africano. Pero el bonobo está restringido a la orilla izquierda del río Congo, una barrera infranqueable para sus parientes más cercanos. Los chimpancés y los gorilas viven únicamente en la orilla derecha. Aparentemente, este hecho ha permitido que los bonobos disfruten de unos grupos sociales relativamente tranquilos y estables, gracias a la abundancia de vegetación herbácea en la orilla izquierda del río Congo y a la ausencia de gorilas que compitan con ellos por el alimento. Los bonobos disponen de una reserva casi inagotable de comida, así que no hay épocas de escasez ni de hambre, y la competencia por el alimento no es tan despiadada como entre los chimpancés. Este hecho podría haber tenido importantes consecuencias evolutivas. 

La disponibilidad de recursos necesarios para la supervivencia puede influenciar las formas de organización social, así como los sistemas de apareamiento, que observamos en los animales. De hecho, este tipo de fenómenos se han observado en todo el reino animal: mamíferos, aves y reptiles adaptan su comportamiento para ajustarse mejor a las circunstancias del entorno. Entre especies muy cercanas, e incluso dentro de la misma especie, el comportamiento puede cambiar radicalmente en función del ambiente que les rodea. Podemos encontrar especies que son solitarias o territoriales cuando el alimento y el refugio aparecen dispersos en el territorio, pero se vuelven más gregarias y sociables si los recursos son abundantes o aparecen acumulados en parches. 

El origen del distinto comportamiento de los bonobos podría deberse a la gran cantidad de alimento disponible, lo que a su vez propiciaría la formación de grupos grandes de individuos e interacciones sociales más basadas en las alianzas que en las peleas. En diversas especies animales, incluyendo el ser humano, se ha visto que la adversidad lleva a una menor inversión en acciones colectivas. La relativa abundancia de recursos en el hábitat del bonobo tiende a atenuar las luchas por el dominio y los combates entre individuos, y propicia que las hembras de bonobo tengan un mayor período de receptividad sexual, lo cual reduce a su vez la importancia que tiene para los machos competir por el dominio y acosar a las hembras. Los bonobos evitan la violencia y las agresiones más crudas, pero no viven una existencia completamente tranquila y sin preocupaciones. Se valen de conductas sociosexuales diversificadas y relativamente frecuentes como un medio para gestionar los conflictos del grupo.

No puede haber dos especies más cercanas físicamente que el chimpancé y el bonobo que tengan un comportamiento más dispar. En ambas los seres humanos podemos vernos reflejados. Tenemos comportamientos sexuales complejos e interacciones basadas en las alianzas, como los bonobos. Pero realmente demostramos cada día ser una especie belicosa, patriarcal y agresiva, con un fuerte componente jerárquico, como los chimpancés. Compartimos un ancestro común con ambos hace unos ocho millones de años, pero ¿a cuál nos parecemos más? 

El comportamiento es un carácter flexible y capaz de evolucionar con rapidez para adaptarse a las circunstancias. De hecho, constituye la más plástica de todas las plasticidades fenotípicas. Diríase que las circunstancias influyen en que optemos por el modo bonobo o el modo chimpancé. Nuestras vivencias junto al ambiente, la disponibilidad de recursos o la educación recibida condicionan nuestro comportamiento individual y social. 

El ser humano no es por naturaleza agresivo, ni pacífico, ni violento, ni jerárquico, ni territorial. Las personas, por su condición racional, y gracias a un neocortex altamente desarrollado, están preparadas para adaptar su comportamiento a las circunstancias. Nuestra inteligencia, junto a nuestra orientación social, nos convierte en, quizá, la más flexible y adaptable de las especies. Hemos sido capaces de alcanzar los fondos abisales, las más altas montañas e, incluso, ¡la Luna! Hemos triplicado nuestra esperanza de vida y poblado cada rincón del planeta. Pero a veces, nuestro comportamiento con nuestros semejantes recuerda demasiado al del Pan troglodytes. No está de más que, de vez en cuando, nos preguntemos qué mono queremos ser.

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