Si te pregunto si eres egoísta, seguramente me responderás que no. Por el contrario, si te pregunto si conoces a alguien egoísta se te ocurrirán muchos ejemplos, ¿verdad? De pequeños había siempre alguien que se comía todas las chucherías y no compartía con los demás. O quizá tengas una amiga que te pide ayuda constantemente pero que cuando tú necesitas algo está muy ocupada.
Hay casos más extremos. En el hundimiento del Titanic, la gente que estaba en los botes salvavidas golpearon con remos a las personas que estaban en el agua para que no subieran. Desde hace tiempo se ha extendido la idea de que los seres humanos somos egoístas por naturaleza, que somos competitivos, posesivos y despiadados.
Una ilustración de esta teoría es la novela de William Golding El señor de las moscas. Trataba de un grupo de niños que naufragan en una isla y que terminan peleándose, formando grupos rivales y matándose entre ellos. Pero, ¿de verdad el egoísmo es parte la naturaleza humana y nacemos con él? Los estudios indican que no y que, por el contrario, somos cooperativos por naturaleza.
En experimentos con bebés de año y medio de edad se ha visto que ayudan a otros y comparten su comida espontáneamente. En grandes desastres naturales la cooperación entre las personas es la norma. Se busca la supervivencia del grupo. Sin embargo, cuando las personas sufren estrés, escasez o están amenazadas personalmente, disminuye su altruismo y aumenta el egoísmo.
Por ejemplo, en la época del imperio romano, la supervivencia de la gente dependía del acceso a los recursos, como tierras y ríos. El hambre y la escasez eran constantes y había guerras por el control de estos recursos. No es de extrañar que en esta época nos haya dejado el proverbio latino homo homini lupus, “el hombre es un lobo para el hombre”.
Pero no siempre fue así. Hace unos 15.000 años la población del planeta no llegaba al medio millón. Los seres humanos eran nómadas cazadores-recolectores que vivían en pequeños grupos. El mundo estaba medio vacío. En estas circunstancias, no tenía ningún sentido pelearse por los recursos, porque había para todos. Bastaba con caminar un poco más allá para tener acceso a agua, caza y refugio.
En este entorno los grupos de individuos que cooperaban, cazaban juntos y repartían la comida tenían más posibilidades de sobrevivir. La cooperación como forma de vida se puede ver en las tribus de cazadores recolectores actuales. Los !Kung del Kalahari intercambian sus flechas para que nadie pueda atribuirse el mérito de cazar un animal. Hay una gran igualdad entre hombres y mujeres, y acaparar está muy mal visto.
¿Qué hay de El señor de las moscas? Curiosamente, esta historia ocurrió en la realidad, con un resultado muy distinto. En 1965 seis niños australianos naufragaron en un islote del Pacífico. Cuando los rescataron, 15 meses después, se habían organizado para cultivar un huerto, almacenar agua de lluvia, criar gallinas salvajes y mantener un fuego encendido permanentemente para que los rescataran.
Estamos programados para cooperar. Solo cuando nos encontramos con estrés, escasez e incertidumbre, sea real o imaginaria, cuando no tenemos el apoyo de los demás, nos volvemos egoístas.