Los “ganadores” no vemos que somos pobres
Un nuevo y estremecedor informe de Eurostat nos vuelve a recordar en qué se están convirtiendo España y Europa. Uno más. Según el documento, en 2016 España fue el quinto país de la Unión Europea con mayor pobreza infantil y riesgo de exclusión social entre los menores, con un 32,9% de ellos en esta situación. Los únicos países que se sitúan por encima son Rumanía (49%), Bulgaria (45%), Grecia (38%) y Hungría (33%). Al observar los datos para el año 2010, en plena recesión europea e internacional, la cifra española fue superior en tan solo cuatro décimas. De acuerdo, la recuperación esculpida por el Partido Popular es la ya conocida mentira del nuevo empleo, escaso y precario, y de los millones de ciudadanos dejados atrás. Pero hay otra realidad aterradora detrás.
La pobreza de los menores en Grecia ha aumentado hasta ocho puntos desde 2010, mientras que las dos naciones que encabezan la tabla presentan números muy similares a los convulsos años en los que ingresaron en la Unión. ¿Qué es aquello que no está haciendo bien Europa? Una pregunta compleja. El país con mayor pobreza infantil tiene la economía con mayor crecimiento de los 28 durante los últimos años. ¿Cómo es posible? Las lecciones de moralidad y los castigos contra la rebeldía no faltan en Bruselas. Las lecciones para combatir la discriminación contra las minorías étnicas tampoco, pero ningún aumento de políticas sociales para acercar las numerosas distancias europeas. Las hay en exceso. En cambio, la propuesta de una especie de federación con distintas velocidades, una Europa esperpéntica e irreconocible con la desigualdad y la falta de una postura unida como banderas, está sobre la mesa.
Demasiados charlatanes instalados arriba, allá donde jamás pertenecieron. Son demasiados poderes que juegan con la habilidad de las sociedades de sobreponerse al sufrimiento y adaptarse en tiempos de tempestad. Aguantar, acostumbrarnos y seguir. Cada vez con menos. Es lo que hemos hecho históricamente en la periferia europea a cambio de unos pocos años de bonanza al siglo… y lo saben. En los últimos años ellos han aumentado sus fortunas. Sus hijos no saldrán en ninguna estadística preocupante. Si os preguntabais cual iba a ser nuestro final, Orwell o Huxley, parece que se trata de una simbiosis entre ambos. Esa peligrosa sensación de felicidad e indiferencia estando rodeados de pobreza y manipulación de corte vertical. El futuro es ahora, señor Huxley. Su fantasía es nuestra realidad.
Si hay algo que nos une a los jóvenes europeos sobre cualquier otra cosa, es quizás el nuevo modelo de Iphone que acaba de salir a la venta. Unas décadas atrás lo eran los timbres, las postales, los conciertos y la esencia genuina de cada sitio. Hoy tenemos los mismos gustos de Grecia a Escocia. Las mismas maneras de disfrutar. Los mismos filtros para relatar nuestro día a día en Instagram y Facebook. Mientras la desigualdad galopa a ritmos vertiginosos, un solo elemento permanece intacto: la fina cáscara exterior que hace parecer que somos iguales. Igual de ricos (económica y éticamente). Poco importa que unos retrocedan democráticamente, que algunos aumenten los derechos de sus ciudadanos mientras otros emplean culturas políticas decimonónicas que venden su soberanía y menosprecian a su gente. Pero… ¡Que no se toque la libertad (falsa) que tenemos! A ellos les transmite seguridad el hecho de que cada familia intente proteger lo suyo en lugar de arriesgarse y luchar por lo que todo un colectivo necesita. Y lo que cada familia tiene es cada vez menos. El riesgo de actuar es mayor.
Tras mis viajes recientes por Europa, llego a la conclusión de que las cifras de pobreza podrían dispararse aún más. Mientras, un joven graduado español o griego verá con buenos ojos un salario ínfimo y unas condiciones precarias que diez años atrás le hubieran parecido “tercermundistas”. El adolescente común polaco, rumano o danés “caza” Pokémons con su teléfono, viaja, ve “Juego de Tronos” y retrata su estilo de vida en Instagram. Aunque no pueda salir todas las semanas ni permitirse tantas cosas como antes. Todos lo hacemos. A pesar de todo, resulta obvio que pase lo que pase podamos creer que estamos en una sociedad desarrollada. La realidad es otra: alrededor de algunos, más o menos cerca, existen miles de familias numerosas sin hogar, viviendo en condiciones que no aparecen en Instagram y no podemos ver, incapaces de ofrecer comida o educación a sus hijos y alimentados en comedores sociales. Alrededor de otros, no. Unos pocos valientes se arriesgan a emigrar en busca de un futuro mejor (y mucho más incómodo). ¿Y el resto? Sin conocer “otras” realidades, demasiados deciden mirar para otro lado, creer que son más que otros, que algún día serán “ganadores”. Aunque ya no sean nada en absoluto.
Y aquí hemos llegado, al momento de mirar el otro extremo de la estadística de Eurostat. Parece que en Estonia, Suecia o Dinamarca tienen muy claro que son y siempre serán “perdedores”, no como nosotros. Son capaces de ver la probabilidad de que un obrero llegue a ser un gran empresario, nosotros no tanto. Ya lo dijo un video viral de Internet sobre el asunto. Ellos prefieren exigir a los de arriba una sanidad gratuita y puntera para perdedores, un sistema de transporte para todos los perdedores o una educación para perdedores. Hasta nueva orden, disfrutemos de nuestras cifras ganadoras. Yo, tú, el hombre que está buscando comida en el contenedor del barrio, nosotros. Todos somos ganadores.