Joan Romero y Andrés Boix coordinan un foro en el que especialistas en diversos campos aportarán opiniones sosegadas y plurales sobre temas de fondo para una opinión pública bien informada
COVID-19: incertidumbres estadísticas y certezas sociales y territoriales
Una revolución multidisciplinar para entender y afrontar la pandemia
Es este el tiempo de la investigación biológica, de la virología, a fin de desarrollar cuanto antes la vacuna que dé respuesta a esta pandemia. Es este el tiempo de la medicina para afrontar sus consecuencias sobre la salud de la población, tanto en el ámbito hospitalario como en la atención primaria, la cual se verá obligada a desarrollarse como nunca en la historia reciente. Es, asimismo, el tiempo de la Epidemiología: el padre de esta disciplina, John Snow nunca hubiera imaginado que, siglo y medio después de aquella epidemia de cólera en Londres causada por el estado de salubridad del agua de boca de aquel pozo del Soho, el mundo iba a conocer una pandemia a escala planetaria con –por ahora- más de 5 millones de casos de contagiados y casi de 350.000 muertos, por más que estos sean datos oficiales: la cifra real y la profundidad de la pandemia la desconocemos, habida cuenta el alto grado de subregistro en los países menos desarrollados.
También es el tiempo de la Geografía Social y de la Geodemografía. Estas especialidades de la Geografía Humana nos dotan de herramientas para ayudar a explicar el comportamiento de la pandemia, proyectar sus tendencias y estudiar los efectos que genera incorporando la dimensión territorial, tanto en el entendimiento de su expansión como de sus consecuencias. Asimismo, nos permite comparar mortalidad esperada, sin COVID-19, a partir de las tendencias de los últimos años y mortandad real (independientemente de la causa de la muerte: inmediata, antecedente o fundamental que aparezca en cada parte de defunción). La resta de los reales y de los esperables en situación de normalidad permitirá medir de forma indirecta pero efectiva, la incidencia final de la pandemia.
Al mismo tiempo expertos en población, además de evaluar el número de muertes relacionadas con la pandemia, describen sus efectos sobre la nupcialidad, la fecundidad, las opciones residenciales y la planificación de servicios sociales para mitigar su impacto en el bienestar. La Geodemografía y la Geografía Social permiten, asimismo, analizar el coronavirus por su desigual incidencia según la estructura por edades de la población, pero también por género, por tamaño y densidad de población, por intensidad y tipo de movilidad, singularmente obligada, y por factores económicos y socio-territoriales, en otras palabras, la desigual incidencia por territorios y hacerlo a todas las escalas, desde la internacional hasta la local.
Para ello los sistemas de información geográfica, que ya se están desarrollando en relación a la COVID-19, tienen un papel importantísimo, tanto para el análisis de la desbordante información, también espacial, que se está generando -y se generará- como para la determinación de los patrones territoriales de la pandemia. Asimismo, los sistemas de información geográfica resultarán fundamentales en el ámbito aplicado de la geo-prevención.
Cuando la pandemia haya pasado, lo que solo se conseguirá con la mayor parte de la población inmunizada y el desarrollo de una vacuna efectiva, la Geodemografía y la Geografía Social serán fundamentales para analizar el “paisaje después de la batalla” y ayudarán a constatar sus desiguales efectos tanto desde la perspectiva social y económica como, singularmente, territorial y para planificar un futuro que será muy distinto al del comienzo de la pandemia. Como ejemplo presentamos el mapa de síntesis elaborado por la IUSS, en el que se plasma la desigual incidencia por edad, el desigual grado de envejecimiento de las regiones europeas y Turquía y la proporción de población con riesgo de contraer la COVID-19 por países.
La incertidumbre estadística sobre la COVID-19 y la certidumbre sobre la desigual capacidad para hacer frente a la pandemia: 17+1 maneras de ofrecer un dato; 17+1 formas de organizar infraestructuras y recursos humanos sanitarios
La Epidemiología ofrece significativos indicadores para conocer la incidencia sobre la sociedad en términos de mortalidad. Así, la tasa de mortalidad por coronavirus se calcula dividiendo los fallecidos por esta causa entre población total en un periodo de tiempo dado. Se suele expresar en valores por 100.000 a fin de posibilitar los análisis comparativos. La incidencia que la COVID-19 está teniendo en unas comunidades y otras es muy distinta. Castilla la Mancha, Madrid y La Rioja presentan valores por encima de 100 fallecidos por este coronavirus por 100.000 habitantes. En el otro extremo y en este orden, Ceuta, Melilla, Canarias, Murcia, Andalucía, Baleares y Galicia presentan valores por debajo de 25. Castilla la Mancha, con 142 fallecidos por 100.000 habitantes presenta una mortalidad 70 veces mayor que la más baja, Ceuta, con 2 fallecidos por 100.000 habitantes.
A diferencia de la tasa de mortalidad, en la tasa de letalidad por COVID-19 se toma como numerador el número de fallecidos a causa de esta pandemia y en el denominador el número de afectados o contagiados por este virus. El estudio de seroprevalencia en sus primeros resultados ha estimado que el porcentaje de la población española seroprevalente es del de 5%, lo que representaría unas 2.350.000 personas, unos valores absolutos y relativos muy alejados de la llamada inmunidad de grupo: los valores relativos deberían ser del 50% o 75% y los absolutos 30 millones si quisiéramos garantizar un freno natural de los contagios. Con estos datos la tasa de letalidad por COVID-19 ascendería al 1%, si bien experimenta fuertes diferencias territoriales. Así, la letalidad de la COVID-19 según se desprende del reciente muestreo de seroprevalentes se sitúa en el 1,14% de los IgG+ en España, si bien presenta, asimismo, marcados desequilibrios inter-regionales: un dato La Rioja, con 3,33%, triplica la media nacional; le siguen de lejos Asturias (1,67%), País Vasco (1,62%) y Extremadura (1,53%). Por el contario las tasas de letalidad más bajas las presentan Ceuta (0,35%), Canarias (0,39%), Andalucía (0,58%) y Murcia (0,68%). El resto se mueven entre los umbrales 0,7% y 1,59%.
Pero para que estos análisis tengan validez sería necesario haber contado con una información de base rigurosa y homogénea por parte de las comunidades autónomas, lo que ha faltado en las primeras semanas de la pandemia. Hoy mismo (22/5/2020) el Ministerio de Sanidad llamaba la atención sobre las “incongruencias” de los datos de Cataluña que han sumado más de 688 “muertes antiguas” en un solo día a los del resto del país, lo que ha incrementado oficialmente el número oficial de fallecidos por COVID-19 en un 2,4%. Asimismo, sería necesario disponer de un mapa de infraestructura hospitalarias (camas, UCI) y recursos humanos (médicos especialistas, personal de enfermería, etc.) mucho más equilibrado que el actual para hacer frente a la situación actual, a sus consecuencias y a posibles nuevas oleadas en otoño. La información estadística de la que disponemos permite constatar que, en relación con las infraestructuras hospitalarias, camas de cuidados intensivos/UCI, camas hospitalarias y los recursos humanos en materia de personal sanitario, la capacidad de los territorios para enfrentar la pandemia y sus consecuencias es muy distinta y que los desequilibrios entre comunidades autónomas y en el seno de éstas, son más que notables.
En relación a las camas UCI, al igual que el personal sanitario, considerando el número de habitantes y la población flotante con tan desigual significado territorial ¿los recursos son suficientes? ¿son escasos? El Ministerio de Sanidad considera que el número de UCI debería doblarse y, nos preguntamos ¿y su indicador equilibrarse? Respecto al resto de indicadores ¿cómo explicar los desequilibrios entre comunidades autónomas y en el interior de éstas? Son preguntas que la pandemia ha puesto sobre la mesa y que precisan respuesta.
Las otras fronteras: las brechas que la pandemia ha hecho emerger
Se nos explica desde el campo de la virología que este coronavirus, como los otros, no conoce de territorios, no sabe de fronteras, ni de clases sociales, ni de edades ni de géneros, ni de factores étnicos ni de nivel de renta (los políticos añadirán que ni de ideología) y desde el punto de vista biológico es así. Sin embargo, sus efectos, según se está constatando, conocen fronteras, abren brechas y generan desigualdades.
La frontera demográfica: la brecha etaria y de género
De los primeros casi 30.000 (28.628 el 22/05/2020) casos notificados como fallecidos ofrecidos por el Ministerio de Sanidad que incluyen la información de edad (otras variables recogidas aún no han sido publicadas) el 87% eran mayores de 70 años y de ellos el 95% presentaban una enfermedad previa. Los datos cambian, se actualizan día a día, pero el carácter estructural de los mismos en relación con los grupos etarios se mantiene, permitiéndonos constatar cómo la edad es el factor más determinante.
Todo ello se está traduciendo en el retroceso de la esperanza de vida. Cálculos provisionales de nuestros compañeros del CSIC estiman, ya para este momento, en 0,7 puntos porcentuales para los hombres y 0,5 para las mujeres la esperanza de vida que se ha perdido en estos meses para el conjunto de la población. La caída final de la esperanza de vida, para la población mayor de 65 años y singularmente la de 80 y más años, no puede estimarse aún pues desconocemos los efectos finales de la pandemia y solo podrá calcularse cuando finalice el brote y sus posibles repuntes. Esta caída de la esperanza de vida está siendo y –será- sensiblemente mayor en el grupo de hombres que de mujeres.
La frontera demográfica entre géneros (más sutil) y entre unos grupos etarios (muy marcada) está trazada y pendiente queda la reflexión sobre la necesidad de replantearnos las relaciones inter-generacionales en todos los campos (laboral, social, asistencial, intrafamiliar…).
La frontera social: la desigualdad también mata. El gradiente social frente a la COVID-19
Estudios recientes demuestran que los grupos sociales con rentas bajas presentan una tasa de mortalidad doble que la media. Al factor social se suma en todos los países del Norte, pero singularmente en algunos como Estados Unidos o Gran Bretaña, el factor étnico.
La condición social, aunque no de forma exclusiva, está muy relacionada con la profesión y la actividad económica. No todos los trabajos que se desarrollan presentan el mismo grado de exposición frente al virus. Unos grupos pueden teletrabajar y dirigir empresas, investigar, crear, enseñar desde casa, mientras otros no tienen esas posibilidad, o porque desarrollan su trabajo de los cuidados a mayores (trabajadores de residencia geriátrica), de los servicios personales (cuidadores, chóferes, conductores, repartidores …), en la salud (personal médico, enfermería, auxiliares, celadores…), servicios de limpieza (singularmente en centros sanitarios y asistenciales, …), o ligado a actividades como el sector de la alimentación tanto en la producción como en su comercialización, distribución y venta (personal que repone, personal de caja…), etc.
Además, al nivel de renta van asociados otros aspectos como la vivienda, el barrio, la precariedad laboral, el estado de salud previo, la necesidad de usar el trasporte público en los desplazamientos metropolitanos, la menor capacidad de interpretar y entender los mensajes de autoprotección y sobre todo de poderlos cumplir por las condiciones laborales en que se desenvuelven o las difíciles condiciones de confinamiento doméstico, en suma, la vulnerabilidad social.
En un estudio de I. Duque et al. se explica el concepto de “privación”, a través de un índice sintético se mide éste para las 35.960 secciones censales españolas, cartografiándose los resultados para el conjunto del país a partir de esta unidad de análisis estadístico, mostrando en el mapa de síntesis resultante los estructurales desequilibrios socio-territoriales de España. La “España de las cinco en punto” delimita la España que está por encima o muy por encima de la media (cuadrante nororiental en sentido amplio) y la que está por debajo o muy por debajo (la España restante, excepción hecha de las islas urbanas) quedan fehacientemente reflejadas. También permite analizar las diferencias en las áreas metropolitanas, singularmente en Madrid, con un norte y un sur más que metafórico, considerando el eje este-oeste de la plaza de España como frontera simbólica, lo que algunos autores han llamado la “línea de la pobreza” (N-V / Paseo de Extremadura / M-30 sur / Calle Alcalá /N-II) que la pandemia, sin duda, profundizará.
El territorio al primer plano: las brechas territoriales
El proceso espacio-temporal de difusión del coronavirus en el mundo nos muestra la desigual incidencia de la pandemia en el mundo, de nuevo, a pesar de las incertidumbres que el desigual desarrollo estadístico en los diferentes países, tanto en los emergentes (Brasil es paradigma de esta afirmación) como singularmente en los menos avanzados. En el momento de escribir estas líneas Estados Unidos encabeza el número de contagios y de fallecidos. De los más de 5 millones de personas que están infectados por coronavirus en el mundo 1,3 millones corresponden a este país. Le siguen Rusia y Brasil, que emergen como focos crecientes en el momento actual. Tras ellos Reino Unido, España, Italia, Alemania, Turquía, Francia, Irán e India, en este orden, países todos que han superado la barrera psicológica de los 100.000 contagiados contabilizados. Perú se acaba de incorporar a este grupo. Sin embargo, en los países menos desarrollados la cifra oficial de los fallecidos por coronavirus puede ser muchísimo más alta, conocido el alto grado de subregistro que presentan (México, Perú, los países centroamericanos y algunos de los citados anteriormente son buenos ejemplos). Entretanto, África es un arcano estadístico también en relación a esta epidemia.
Este mismo proceso y el mismo análisis se puede hacer para España a partir de la información de que disponemos, utilizando las comunidades autónomas como unidades de análisis y generando en torno a las mismas alguna incertidumbres estadísticas (aquellos inquietantes asteriscos que significaban “sin dato” que aparecían en los primeros informes que las comunidades autónomas remitían al Misterio de Sanidad) que progresivamente se han ido resolviendo
Los datos de que disponemos actualizados por comunidad autónoma apuntan a Madrid y Cataluña como las que acumulan más casos tanto de contagios como de muertes. No olvidemos que algunos de los municipios del área metropolitana de Barcelona (l'Hospitalet es el mejor exponente) se encuentran entre los que presentan las densidades (habitantes por ha.) más altas del mundo. Demográficamente, estas dos regiones, que suponen el 30% de la población española, suman hasta la fecha el 54% de los decesos por COVID-19 y el 52% de los contagiados. Son también, como se pone de manifiesto en el Estudio ENE-COVID19: P, del Centro Nacional de Epidemiología, las que presentan una mayor seroprevalencia (anticuerpos IgG anti SARS-Cov2) de los más altos (frente al 5% en España, Madrid presenta un 11,3% y Barcelona un 7,1%).
El futuro ya no es lo que era: las lecciones aprendidas
El camino hacia la llamada “nueva normalidad” (oxímoron donde los haya) lo hemos de construir a base de responsabilidad individual y de compromiso social. La vuelta a la casilla de salida del 11 de marzo (fecha en que la OMS calificó a la COVID-19 de pandemia) tendría efectos mucho más negativos que los de la primera oleada, no solo en términos económicos, sino también sociales y psicológicos. Y la historia de las epidemias nos muestra que siempre o casi siempre ha habido segundas e, incluso, terceras oleadas y que éstas pueden presentar efectos más devastadores que las primeras
Los expertos montañeros advierten de que el mayor número de fallecimientos en las cumbres más altas no se dan tanto en el ascenso final como en la primera fase de descenso por la prisa por llegar hasta el primer campamento base. El símil, del que se hizo eco la prensa nacional a través de una inteligente carta al director, es perfectamente válido en la actual situación.
La “nueva normalidad” nos va a obligar a mostrar un máximo grado de responsabilidad ciudadana. Nos obligará a mucho más que al uso de mascarillas, y no solo en el espacio y en el trasporte públicos. Nos hará racionalizar nuestros desplazamientos: los laborales, los sociales, los ligados a la provisión de bienes y servicios, y singularmente los de ocio. Nos enseñará a cuidar al máximo nuestra higiene. Hemos aprendido a valorar la comida sana, los productos de proximidad y los alimentos naturales y hemos descubierto que la cocina importa. En esta “nueva normalidad” hemos de acostumbrarnos a mantener la distancia “social” (interpersonal, sería más preciso), hábito que en otras latitudes europeas más septentrionales tienen culturalmente incorporado.
A más largo plazo hará que valoremos la familia y el hogar como lugar de refugio y de seguridad. Nunca entenderemos mejor que en este momento la afirmación que suscribiría cualquier arquitecto de que “la casa es el arma con la que nos enfrentamos al mundo”. La pandemia hará que pensemos fórmulas para vivir mejor con menos: nuestra sociedad global permite hacerlo posible. Las nuevas tecnologías posibilitan el acercamiento (virtual) a personas geográficamente lejanas y compartir con ellas paisajes, espacios vividos y, a la vez, valorar lo próximo. La digitalización se ha acelerado y se consolidará en todos los campos de la vida social (educación, administración, comercio, ocio, cultura servicios médicos…). La pandemia también nos está enseñando a entender la importancia de la solidaridad y de la cohesión entre generaciones, en todos los campos: económico, social, asistencial, psicológico, pero también está dejando al descubierto brechas demográficas y de género y brechas sociales y económicas a todas las escalas: desde la internacional a la de bario.
Paul Valery escribía hace más de un siglo “El problema de nuestros tiempos es que el futuro ya no es lo que solía ser”, podríamos decir parafraseándole que con la COVID-19 y después de la COVID-19 el futuro no es lo que era. El futuro deberemos reinventarlo y asentarlo en pilares sólidos como la innovación, la ciencia, la tecnología, los servicios públicos de calidad, la salud de los ecosistemas, la agricultura de proximidad y ecológica, el turismo sostenible, el comercio de proximidad y el capital humano y una industrialización entendida como factor de investigación y de desarrollo tecnológico, con capacidad para dar respuesta a las cadenas de suministro básicas ligadas a este tipo de crisis sanitarias.
Debemos, asimismo, promover políticas públicas sociales y de salud que eviten que la desigualdad social, la deprivación social y económica y la pobreza se conviertan en nueva “pandemia” a la que solo cabría hacerle frente con la “vacuna” de la justicia social y ambiental.
Pedro Reques Velasco es catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Cantabria.
Sobre este blog
Joan Romero y Andrés Boix coordinan un foro en el que especialistas en diversos campos aportarán opiniones sosegadas y plurales sobre temas de fondo para una opinión pública bien informada
0