Joan Romero y Andrés Boix coordinan un foro en el que especialistas en diversos campos aportarán opiniones sosegadas y plurales sobre temas de fondo para una opinión pública bien informada
Algo pasa con el clima
La explicación de lo inmediato
Después de un otoño y un invierno tan anómalo, es lógico que la gente se pregunte qué está pasando con el tiempo atmosférico y que surja la asociación inmediata con el calentamiento global. Por eso es necesaria la reflexión sosegada de lo que está ocurriendo con nuestro sistema climático en los últimos años, a partir del análisis de datos reales registrados y procesos observados. Y sobre todo la disociación entre lo inmediato (el tiempo registrado en unos días, en unos meses) y lo remoto (el clima de un territorio).
Si nos limitamos a comentar por qué no estamos teniendo apenas invierno este año y por qué nuestros termómetros están por encima de lo normal desde el pasado otoño, encontraremos un responsable directo, el fenómeno de El Niño. Un proceso oceánico y atmosférico que ocurre en la cuenca del Pacífico sur y que, cuando es intenso, como el actual, llega a provocar una alteración planetaria de la circulación atmosférica con efectos diversos en las regiones del mundo. En Europa Occidental y el Atlántico adyacente, en estos años de Niño intenso, se suceden los días de anticiclón y las borrascas, propias de estos meses fríos del año, circulan sobre latitudes más septentrionales. De ahí, lo elevado de las temperaturas y, de ahí también, los altos niveles de contaminación que algunas grandes ciudades de nuestro país han registrado en los últimos meses. El aire permanece estancado bajo el influjo anticiclónico y apenas se mueve, mientras coches y fábricas siguen inyectando gases y partículas a la atmósfera. Y se hacen necesario medidas para reducir sus efectos ambientales y sanitarios, aunque nos pueda molestar como usuarios habituales del coche.
El “Niño”, desde hace unos días, va a menos ya. Los últimos datos de la NOAA estadounidense así lo confirman. La distorsión atmosférica que ha generado, los desajustes térmicos que ha provocado, tiende a equilibrarse en los próximos meses. El invierno que viene no será igual. Volveremos a la normalidad. Lo digo porque se ha publicado que a partir de ahora ya no tendremos inviernos fríos; que éste ha sido el primero de los inviernos futuros que vamos a tener y que ya no van a caracterizarse por las temperaturas frías o la presencia de nieve en las montañas. Y eso no va a ser así, ni mucho menos.
Pero es evidente que este fenómeno regional, de impacto mundial, está afectado desde hace tres décadas por un proceso climático más global (calentamiento térmico planetario) que sin duda va a influir en su intensidad futura. En otras palabras, lo meteorológico está empezando a estar afectado por lo climático, por la secuencia de largo alcance del calentamiento global.
La explicación de lo remoto
En efecto, algo pasa con el clima. Y lo que pasa no es bueno. Es verdad que, con visión histórica, estamos en una fase más de la evolución del clima terrestre. Un clima que ha pasado por épocas frías y cálidas desde el propio origen de nuestro planeta hace 4.500 millones de años. Si nos limitamos a los últimos doscientos años, hemos transitado desde una fase climática fría, la denominada Pequeña Edad del Hielo, a la fase climática actual, caracterizada por el registro de temperaturas más templadas. En esto, el clima que hoy tenemos no se sale de la pauta lógica del comportamiento del clima de la Tierra desde su existencia. Los críticos con la hipótesis actual de calentamiento o aquellos que desde sus campos de trabajo sólo consideran cambios en el clima a los procesos de gran impacto y duración (eras geológicas, glaciaciones), es lógico que no consideren cambio climático importante a lo que está ocurriendo en el clima terrestre en los últimos cuarenta años. Pero este debate es estéril. Y el enfrentamiento entre partidarios y detractores, entre “calentólogos” y “negacionistas” sólo puede hacer daño al estudio científico del clima. Por no entrar en los intereses, de todo tipo, que se alojan en cada una de estas posturas. El clima no es una creencia; es una evidencia sustentada en datos científicos.
El clima no es sólo el estudio estadístico de medias de temperatura o de otros parámetros atmosféricos. El clima es, ante todo, lo percibido y vivido por el ser humano a lo largo de su existencia. Y la ciencia que estudia los climas debe atender a esta premisa si pretende tener utilidad social. Y es labor del climatólogo despejar el grano de la paja, huir de la mera sensación ciudadana, evitar el titular llamativo en los medios de comunicación y buscar las causas que permitan explicar con rigor, sin apriorismos, lo que realmente pasa con el clima en la actualidad.
Y, sin duda, en el clima terrestre están pasando cosas que conviene explicar. Dicho de otro modo, hay una serie de fenómenos ciertos, registrados en los datos y observados en la frecuencia que manifiestan algunos procesos atmosféricos, que antes no ocurrían o no lo hacían con tanta reiteración. Después de tres décadas de investigación de la hipótesis de cambio climático por efecto invernadero hay una serie de manifestaciones en la atmósfera terrestre, cuya negación resulta cada vez más difícil:
1º-Desde 1980 las temperaturas terrestres han experimentado un incremento intenso y progresivo, con vaivenes, eso sí, en algunos años de la primera década del nuevo siglo. Las temperaturas han subido más en latitudes medias y altas que en las intertropicales, y especialmente, en el hemisferio norte. Esto se refleja tanto en los registros instrumentales de los observatorios como en las termografías realizadas a partir de datos de satélite (p.e. NASA earthobservatory).
2º-Este incremento de temperaturas que se ha registrado en las tres últimas décadas no encuentra ya explicación, sólo, por causas exclusivamente naturales (cambios en radiación solar). Hay otro factor que está alterando el funcionamiento “normal” del balance energético del planeta, al originar una incentivación del poder calorífico de la radiación de onda larga, originada en la superficie terrestre y marina que no sale a la atmósfera exterior porque queda confinada en los primeros kilómetros de la misma. Y este hecho está en relación con la presencia de gases primarios procedentes de la actividad económica humana (CO2, oxido nitroso, metano) y depositados en la atmósfera o de la interacción de éstos con otros gases cuya contribución real al balance energético planetario sigue siendo una incertidumbre como el ozono troposférico.
3º-Una atmósfera que pierde su equilibrio térmico y se vuelve más cálida o más fría es una atmósfera que registra procesos de reajuste energético más violentos; esto es, los tiempos atmosféricos diarios cambian con más rapidez e intensidad. Se hace más frecuente la génesis de situaciones de rango extraordinario. Esto es especialmente notable en nuestras latitudes medias al ser el escenario de desarrollo de los movimientos de expansión de las masas de aire frías (de norte a sur) y cálidas (de sur a norte).
Estos tres hechos globales son difícilmente innegables. Y si en los próximos años se va confirmando la alteración en el balance energético de la Tierra que algunos estudios y el propio 5º informe del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) apunta ya, el cambio climático será una realidad de manifestación cierta. Y junto a los procesos globales, se van comprobando, además, efectos regionales. Por ejemplo, en España está demostrado el cambio en los patrones de precipitación. No es que llueva menos o más que antes, es que llueve distinto: menos en primavera y más en otoño, y con mayor intensidad. Y esto tiene implicaciones innegables para la planificación del agua. Se registran más “noches tropicales” (>20º C) en verano, lo que hace nuestra temperie menos confortable en los meses cálidos del año. Y otro proceso preocupante: el Mediterráneo occidental, frente a nuestras costas, se calienta más y durante más tiempo al año que hace tres décadas. Y esto supone cambios no sólo climáticos sino biológicos y territoriales (alteraciones en línea de costa) en un medio acuático que es esencial para nosotros como seres humanos y para nuestras actividades económicas (pesca, turismo).
Y lo que puede pasar en el futuro...
Aquí está el quid de la cuestión. Saber cómo va a ser el futuro, que además se ha convertido en una exigencia social y económica en los países desarrollados. Porque los cambios en el clima tienen, evidentemente, implicaciones sociales y repercusiones económicas. Y las sociedades no quieren perder su estatus, su nivel de vida y bienestar, a causa del clima. De ahí la necesidad, transformada en obligación, de intentar conocer su evolución futura. Y aquí no hay un único escenario, como normalmente se señala. Es cierto que la tendencia de las temperaturas será al alza, si seguimos emitiendo gases que alteran el balance energético de nuestro planeta. Pero hay dos procesos que pueden suponer cambios en este escenario de calentamiento. El primero es el proceso de deshielo rápido que está experimentando el Polo Norte y el hielo de Groenlandia y que podría llegar a provocar un colapso en la circulación oceánica del Atlántico Norte. Es decir, la interrupción coyuntural de la corriente del Golfo, que caldea el clima de latitudes muy septentrionales. Y ello supondría la entrada en una fase fría del clima en las tierras de Norteamérica y Europa afectadas por este circuito de corriente oceánica. Hablamos de un proceso de largo plazo, que ocurriría, de producirse, en dos o tres centurias. El segundo más cercano, se produciría en las próximas dos décadas y está relacionado con las propias alteraciones inmediatas en la radiación procedente del Sol, es decir, en el propio funcionamiento de nuestro astro principal. La llamada teoría de los ciclos relacionales del Sol indica que a partir de 2020 el Sol entrará en una fase de muy baja actividad y llegará a la Tierra una cantidad menor de radiación. Y ello supondría un cambio en la tendencia al calentamiento de la temperatura media terrestre, momentáneo eso sí, de pocos años.
Éstas son las proyecciones del clima terrestre futuro que pueden ocurrir. Las tres son posibles, pero la más probable es la del mantenimiento de la tendencia al calentamiento térmico planetario en las próximas décadas, con las variaciones y ritmos que le son propios y la diversidad regional de sus efectos. Si se cumple esta previsión de calentamiento que la mayoría de modelos climáticos señalan las previsiones en Europa Occidental, además de la propia subida de temperaturas, se estima un acortamiento de los inviernos, una mayor frecuencia de eventos atmosféricos extremos y una reducción de precipitaciones especialmente en los países mediterráneos. De cumplirse estas previsiones el proyecto PESETA sobre efectos del cambio climático en la economía europea, ha calculado pérdidas anuales entre el 1,5 y 3% del PIB a causa del cambio climático en los países europeos mediterráneos como España.
Por ello, la propia Unión Europea, de modo conjunto, y algunos países a título individual han desarrollado programas de mitigación del cambio climático y estrategias de adaptación a sus efectos previstos. La Unión aprobó en 2012 el Reglamento sobre el seguimiento y notificación de emisiones de gases de efecto invernadero y las Estrategias de reducción del cambio climático 2020 y 2030. Esta última establece un objetivo de reducción del 40% en el uso de combustibles fósiles y de un 27% respecto al total en el uso de energías renovables en el conjunto de los países europeos. Sin olvidar que uno de los objetivos prioritarios del vigente 7º Programa de Acción Ambiental es, justamente, asegurar las inversiones necesarias en materia de cambio climático. Hay países europeos que llevan años desarrollando políticas de reducción y adaptación al cambio climático (Holanda, Dinamarca, países del Báltico). Mientras en España la eliminación de la Secretaria de Estado de Cambio Climático por parte del último ejecutivo y la aprobación de decretos que penalizan a las energías alternativas, dan muestra del escaso interés existente en las políticas de cambio climático a escala estatal. Otra cosa son las acciones que han llevado a cabo algunas Comunidades Autónomas (País Vasco, Cataluña, Andalucía, Canarias) y los Gobiernos de la Comunidad Valenciana, Cataluña, Baleares y Andalucía que firmaron en noviembre de 2015 la Declaración del Mediterráneo por el Cambio Climático, así como las medidas de adaptación desarrolladas en algunas ciudades. Pero son buenos ejemplos de escasas buenas prácticas en un panorama global de desinterés político, que no social, por esta cuestión.
Ante el nuevo escenario climático que puede desarrollarse en las próximas décadas, lo sensato, lo prudente por parte del ser humano es evitar la incentivación “artificial” del balance térmico de nuestro planeta. La apuesta clara por la reducción de emisiones, por favorecer la transición hacia de otros modelos de producción y consumo energético, por modos de vida más sostenibles, por diseños urbanos eco-integrados, por actuaciones territoriales respetuosas con el medio natural son procesos irrenunciables del mundo globalizado en los próximos años. Y, junto a ello, la acción contundente de gobiernos y empresas hacia la adaptación a unas condiciones climáticas diferentes y sus efectos económicos y territoriales asociados, deben formar parte de la agenda de mandatarios y ciudadanos en las próximas décadas. También desde la escala local y regional. Hacer otra cosa, será permitir la alteración intencionada de un elemento del medio natural que, en esencia, permite nuestra existencia y la del resto de seres vivos en este Planeta.
*Jorge Olcina Cantos (Alicante, 1966) es Catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante. Director del Laboratorio de Climatología de dicha Universidad. Fue ponente en el Año Internacional del Planeta Tierra (UNESCO) y ha sido revisor del 5º Informe del IPCC. Es miembro del consejo asesor de diversas revistas especializadas de temática geográfica y ambiental.
Sobre este blog
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