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Berlín, ¡No puedes fallar!

Alexander Gauland y Alice Weidel en una reunión del partido AfD

Andrei Serban

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Como en tantos otros rincones de un continente recién reconciliado con su pasado, las diferencias entre la antigua Alemania oriental y el resto del país continúan siendo relevantes al analizar sus sociedades, economías e incluso tradiciones culturales. La política nunca ha sido una excepción. Quizás nadie estaba preparado para tomar las riendas de esta máquina defectuosa en caso de una derrota de la canciller Merkel. Pero los casi seis millones de votos obtenidos dos semanas atrás por Afd (Alternativa para Alemania), fuerza ultra-nacionalista situada en tercer lugar en el Bundestag, revelan una realidad escalofriante de la sociedad europea que ya ni siquiera el resto de actores intentan (ni pueden) maquillar.

Los detalles nos son ya familiares. Las regiones en las que Afd ha obtenido mayorías aplastantes o un número preocupante de asientos se concentran en el este profundo del país. Es allí donde el tradicionalismo social heredado del régimen socialista que capituló en 1989 se entremezcla con las zonas industriales más deterioradas, la menor productividad económica y el mayor desempleo de Alemania. En tal escenario los triunfadores han vuelto a ser las alternativas a los dos grandes partidos históricos, tanto desde la derecha política como en el caso de Grune (Los Verdes) o Die Linke (La Izquierda), que se hizo con feudos como el este de Berlín. Escuchando las sesiones de debate del parlamento europeo, en las que parece que cada uno busca imponer su modelo de reforma de la UE y pocos plantean soluciones inmediatas, resulta complicado hallar referencias a las múltiples velocidades culturales que vivimos.

Europa puede significar muchas cosas, pero también tradición y conservadurismo. Y desde su corazón geográfico e histórico, su incompatibilidad con el discurso tolerante de occidente ha llevado al continente a vivir una tensión perpetua. Puede que no sea el caso de Londres o Paris, pero la ciudad del muro siempre fue el eje de este corazón continental. La lideresa de Afd Alice Weidel, opuesta a procesos como la libertad plena para parejas del mismo sexo, reconociendo que ella misma es lesbiana, abandonó su posición la mañana siguiente a los comicios. Ella y otros miembros de sus filas, fotografiados de noche colgando carteles satíricos sobre inmigrantes y Angela Merkel, pueden dar una sensación de superficialidad que cada día demuestra ser justo lo contrario. Acostumbrados a unas élites políticas poco dispuestas a cumplir sus promesas electorales, occidente está viendo ahora por primera vez que los demagogos como el presidente Trump, en cambio, sí cumplen cada uno de sus deseos.

La histórica decisión de Merkel de dar luz verde a un sistema de cuotas que aloje e integre una cantidad sin precedentes de refugiados no comunitarios en Europa, y en Alemania sobre todo, ha evidenciado nuestras velocidades culturales. El centro de Europa, hasta hace poco inmerso en un crecimiento extraordinario motivado por la integración europea y el movimiento libre de trabajadores al extranjero, no ha tenido un papel predominante en el bloque. En este momento, no obstante, tanto Polonia como Hungría, Eslovaquia y la República Checa han llegado a ser los mayores dolores de cabeza que Bruselas hubiese podido imaginar. El triángulo de las Bermudas. La nueva entente. La Europa vieja e inmudable, ahora en una posición favorable y liderada por nacionalistas “semi-euroescépticos” (cuando reciben los fondos mensuales de Europa se alivia todo un poco). Intentos de reformar la justicia a favor del gobierno o recortes en libertades civiles son los resultados que nuestro amigo Orban y los polacos de Ley y Justicia ofrecen a los suyos a cambio de encerrar sus naciones. ¿Nadie ve que aquí está la sorpresa que puede amenazar Europa, y no un divorcio como el Brexit?

Sociólogos como A. Roth han escrito que el multiculturalismo siempre ha estado más presente en el centro y este de Europa que en la parte occidental. Por ello mismo, en las décadas recientes el giro total de esta situación ha llevado a esta última a convertirse en la más próspera y plural que conocemos. ¿Qué nos queda en el otro lado? Fronteras forzadas que mantienen más conflictos, odio y rencor que etnias y religiones aglutinadas, si es que es posible. Una vez más, Berlín siempre fue y será parte de esta segunda mitad, la única pieza que puede contener al resto.

El corazón de Europa está siendo atacado por aquellos que invocan los “valores occidentales” para sembrar el odio entre sus ciudadanos, tocados y hundidos. Si la reelección de Angela Merkel puede tener una lectura positiva, se trata del mensaje firme de control que vuelve a emitir a los “hermanos rebeldes” de Alemania. A la nueva temida entente anti-liberal le falta su hermano mayor, sin el que continuarán sus experiencias frustradas. Alemania no debe caer porque, no sé quién me ha contado esto, siempre que cae lo hacen todos los que están en sus brazos. El este ya está empezando a unirse a sus vecinos.

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