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El Brexit de los aristócratas, con ‘cuchara de plata’

Theresa May interviene en el Parlamento británico

Andrei Serban

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Recuerdo muy bien aquel 24 de junio del 2016. Mi alarma sonó a las cuatro de la madrugada. La sorpresa al leer los titulares, ya seguros de que el Reino Unido había votado abandonar la Unión Europea, fue mayor de la que muchos pueden imaginar. Me hallaba en Newcastle, al norte del país, y más tarde me adentré en un par de tiendas para confirmar por primera vez aquello de que los británicos tienen el stiff upper lip (labio superior firme) o, en otras palabras, son capaces de seguir hacia adelante con un buen té y sin hacer mucho ruido. Si bien este atributo de la sociedad británica será el que reconcilie rápidamente un país hoy terriblemente humillado y dividido, la situación requiere primero el acuerdo político.

Es aquí donde sus gobernantes radicalizados han fracasado y Europa parece cada vez más convencida de que la imposibilidad de aprobarse el acuerdo de retirada, un segundo referéndum o cualquier otra solución desde Londres no es coincidencia. A estas alturas, descubro con sorpresa que la prensa continental se encuentra mucho más desconectada del circo “Brexit” de lo que pensaba. Las sociedades europeas lo definimos como “aburrido” y poco entendemos de sus mecanismos, por lo que los recientes acontecimientos o el rechazo de un segundo referéndum nos son incomprensibles. Tras fracasar tres veces en su intento de aprobar el acuerdo de salida elaborado por la UE, como también de obtener una mayoría en los votos indicativos y una solución in extremis, al gobierno “se la ha acabado el terreno para maniobrar”, en palabras de la propia primera ministra. El Reino Unido no sabe lo que quiere ni cómo o cuándo lo quiere, señalan muchos tras otra petición para que Bruselas atrase su salida de la UE. Lo cierto es que la totalidad de la culpa la vuelve a tener un partido y gobierno conservador cuyo comportamiento desde 2016 ha ido encaminado hacia un anti europeísmo extremo y la puja por una ruptura sin acuerdo con la UE.

Mientras la mayoría de diputados conservadores favorecían la permanencia en la Unión, la guerra declarada por Bruselas hacia el partido, llevada hasta el punto de fragmentarlo, ha provocado una “derechización” vertiginosa, con personalidades como Jacob Rees-Mogg o Boris Johnson cobrando cada vez más importancia. Multitud de diputados conservadores como por ejemplo la notable Anna Soubry, diputada por Broxtowe, dotados de más sensatez que sus compañeros, han abandonado el partido para formar un grupo independiente pro-europeo en la cámara. Junto a nacionalistas escoceses, cuyo país votó ampliamente por quedarse en la UE, liberal-demócratas y otras fuerzas minoritarias, les ha costado sangre y sudor convencer a la oposición, la izquierda laborista, para apoyar un segundo referéndum en los votos indicativos de hace unos días. Y estuvieron muy cerca en su segundo intento: un Brexit “noruego” con mercado único se quedó a solo tres votos de salir adelante; un referéndum confirmatorio, a 12 votos.

Los rebeldes y la falta de principios saltan por todos lados y sobre todo entre las filas conservadoras, ya sea a favor de un Brexit más suave o más duro. Lo que sí parece claro por el momento es que nadie está a favor de Theresa May, y por ello pide finalmente ayuda a los laboristas y a Corbyn, un “marxista” profundamente odiado entre los conservadores. Sin ir más lejos, quienes se opusieron en primer lugar a votar su acuerdo aceptaron hacerlo después a cambio de que May dimitiese a favor de un “Brexitista” radical que continuase las negociaciones. Todo apunta a que tendrá que ceder ante la petición de Corbyn, permanecer en el mercado único y continuar con el libre movimiento de personas, líneas rojas intransigentes para la derecha hasta el momento. Como han demostrado en los últimos tres años, los intereses políticos de su partido, como también las traiciones internas, han sido sus únicas preocupaciones, 157 de sus 314 diputados llegando a votar a favor de salir sin un acuerdo, un escenario de crisis caótico para ciudadanos y negocios.

El acuerdo de May, también conocido como “tratado” por aquellos sectores a favor del Brexit a causa de la humillación que supone ante sus esperanzas de prosperar en su “gran imperio” sin acuerdo alguno, está hoy más que muerto. A pocos días para el 12 de abril, fecha límite para pedir otra extensión a Bruselas, Reino Unido va encaminado a una salida abrupta de la Unión por la testarudez que el Partido Conservador ha demostrado a la hora de ceder y alcanzar un compromiso. Las preparaciones para el Brexit, con o sin acuerdo, han costado ya más de 40 mil millones de libras a las arcas públicas (TheGuardian), dificultando así centrarse en otros asuntos prioritarios de la sociedad británica como el aumento brutal de apuñalamientos en las grandes ciudades o la financiación de su sanidad pública. La segunda potencia económica de la UE, tras Alemania, refleja hoy incertidumbre a niveles nunca vistos, unas comunidades divididas, ansiosas y absorbidas al completo por la toxicidad política.

Yo no sería capaz de definir a sus gobernantes mejor que el ministro de asuntos europeos alemán, Michael Roth, quien tilda a los tories de “elites criadas con cuchara de plata”, fuera de contacto con la sociedad real y aristócratas que quisieran ver al país caer en la decadencia neoliberal de Estados Unidos. Esta sería, en todo caso, muy beneficiosa para los dirigentes brexiteers pero muy poco para los ciudadanos manipulados que siguen creyéndose sus consignas. A estas alturas creerse a May resulta poco prudente. En el momento en el que la primera ministra ha dado por perdido todo apoyo entre sus filas y ha anunciado que se marchará pronto, Jeremy Corbyn debe no solamente imponer el Brexit “noruego” con mercado único de los laboristas, sino escuchar a las bases de su partido, sociedad y resto del parlamento. Lo están pidiendo a gritos, con un millón de manifestantes en el centro de Londres o seis millones de firmas en la red.

Un segundo referéndum, el “voto popular” aclamado en el país, debe tener lugar y a la primera ministra no lo queda ya más que acatar las órdenes de la oposición, que se ha hecho con el control. Con respecto a la gente corriente, tengo mis dudas sobre la perdurabilidad de la división en la sociedad. Si algo caracteriza a los británicos es poder pasar página con extraña facilidad, y creo que el Brexit no será una excepción cuando la clase política lo haya hecho. Sí, será el buen té, del que por cierto beben mucho. O tendrán el labio superior demasiado firme…

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