El pasado jueves se aprobó en el Congreso la candidatura de Barcelona para albergar la sede de la Agencia Europea del Medicamento (AEM). Aunque desde Compromís apoyamos al Ayuntamiento de Alicante en su intención de ser sede de la Agencia, las razones que se dieron para apoyar a Barcelona fueron fundamentalmente de carácter técnico y económico, como la presencia de una potente industria farmacéutica que concentra el 53% de las empresas españolas del sector. Estos argumentos fueron esgrimidos por parte de un amplio abanico de partidos políticos; desde el Partido Popular y Ciudadanos, pasando por el PSOE y llegando a Esquerra Republicana de Catalunya, y posiblemente, tengan bastante razón. Al fin y al cabo, tanto Barcelona como Madrid siempre van a estar en mejores condiciones en términos de oferta ya que son las dos grandes ciudades del estado español.
No obstante, el debate relativo a la AEM no se puede conceptualizar en términos técnicos, sino que tenemos que abordarlo en términos políticos. El amplio consenso del pasado jueves revela una concepción de la política estatal que pivota en torno a dos grandes centros políticos: Madrid y Barcelona. Dos centros políticos que determinan las lealtades políticas del resto de diputados cuando se discuten cuestiones trascendentales como la sede de la AEM y que nosotros nos negamos a acatar.
La concreción de estas lealtades se observa en la dicotomía que padecen el resto de diputados de la provincia de Alicante. Éstos son capaces de prometer épicamente durante la campaña que van a defender los intereses de la provincia en Madrid pero, misteriosamente, cada que vez que llegan allí parece que cambian de parecer y optan, en los temas fundamentales y que lógicamente entran en choque con los intereses de Madrid y Barcelona, por no aparecer o por adoptar un perfil bajo como si la cosa no fuese con ellos. Pero más allá de apreciaciones éticas o estéticas respecto al resto de diputados de otros partidos, este comportamiento político se explica por un motivo fundamental: los partidos de ámbito estatal siempre anteponen los intereses de Madrid o Barcelona a los del resto de provincias. Y este es el fondo de la cuestión.
Para los partidos de ámbito estatal, la provincia de Alicante (como la de Valencia o Castellón) son provincias de segunda con respecto a las capitales españolas. ¿Por qué? Básicamente por dos motivos: en primer lugar, porque la potencia mediática de Madrid y Barcelona –entienden–, son capaces de condicionar el debate político de nuestra provincia. Y en segundo lugar, el centro de decisión del PP y PSOE está en Madrid y en el caso de Ciudadanos, en Barcelona. Así pues, los diputados de estos partidos políticos tendrán libertad de acción política en tanto en cuanto no se entre en contradicción con los intereses de los centros de decisión política. El resultado de todo esto es evidente: Alicante y la provincia quedan condicionadas a los avatares de Madrid y Barcelona.
Ante esta situación, más allá de la importancia de poder representar libremente tu territorio sin ningún tipo de leviatán, es importante que interioricemos una cuestión como provincia (como mínimo si queremos tener más presencia política en Madrid): necesitamos cooperar con otras provincias que se enfrentan a realidades similares. Tenemos el ejemplo del Corredor Mediterráneo. Cuando hemos sido capaces de cooperar con Valencia, Castellón o Murcia, hemos creado un potente frente que ha puesto en apuros al centralismo de siempre.
El caso de la AEM nos debería hacer reflexionar sobre qué tipo de alianzas políticas debe tomar Alicante y toda la provincia para no quedar siempre relegada a un segundo plano ante las dos grandes ciudades. Si seguimos con las rivalidades internas que nos han caracterizado durante demasiado tiempo el resultado será el de toda la vida: perderemos siempre.