La(s) crisis sin fin de Turquía
Mientras todo el planeta contempla dramáticamente el desplome de la libra turca durante los últimos meses y especialmente tras las últimas semanas, a Ankara le cuesta cada vez más disfrazar los motivos que han llevado a la república a padecer una degeneración nacional crónica. Tras el fracaso del intento de golpe militar que tuvo lugar en julio de 2016, el presidente Erdogan está jugando sus últimas (y más peligrosas) cartas para lograr mantener el poder renovado con el que ejerce su liderazgo a base de decreto y mano dura, especialmente hasta alcanzar su deseado sistema presidencial puro.
La dictadura es para el ideario nacional turco un concepto complejo de descifrar, tal vez por su doble papel histórico: un demonio derrotado que al mismo tiempo se renueva constantemente en la vida política y lucha para ayudar a enfrentarse a otros. El partido mastodóntico AKP, como también Recep Tayip Erdogan, no son la clase de rostros nuevos que aparecen hoy en día en los hemiciclos europeos con propuestas radicales y desesperadas. Tras la formación del estado moderno kemalista, basado en las premisas laicas y nacionalistas de Ataturk, el grupo se ha destacado en el nuevo siglo como la única fuerza capaz de unir a una nación que vive a varias velocidades. Dicha unión, basada en el Islam político y el conservadurismo de una nación etnocentrista, un plato clásico en la región, jamás tuvo otro fin que mantener en pie un gigante que de otro modo se derrumbaría por mil y una razones. Para ello no existe otro método que, paradójicamente, tumbar los pilares de la Turquía moderna y democrática en la que han nacido y que defienden.
Se trata de una contradicción que, sin embargo, lleva años de lenta preparación en el seno de una clase política que ha sabido encargarse de una nación encaminada en la buena dirección, y al mismo tiempo ha puesto el punto final cuando lo ha considerado debido. Actualmente más del 18% de los jóvenes turcos están desempleados, mientras que las economías pequeñas sufren el endeudamiento exterior masivo al que han sido sometidos por su líder. Erdogan rechaza incluso ahora, con una divisa sangrando y una población cada vez más empobrecida, subir los tipos de interés para combatir el proceso inflacionario y tratar su economía moribunda. ¿Aún no queda claro por qué Londres está subiendo los tipos de interés para combatir la subida de precios actual y Ankara no? Olvídense de la Turquía que hace cinco años aún parecía tener interés en ser candidata a unirse a la UE.
El momento de gloria para Erdogan es ahora y, con casi la mitad de funcionarios y altos cargos renovados tras la “limpieza” posterior al intento de golpe, el camino parece despejado. Siendo el líder más popular de las últimas décadas entre los turcos, Erdogan y su islamización de la mentalidad pública turca han acabado por ganarse a la Turquía profunda, a la corrupción institucional y a la población pobre y sin futuro. Su único impedimento sigue siendo la tradición parlamentaria y democrática de Turquía, una nación con ideales modernos y cuyos habitantes siguen rechazando (por el momento), sustituirla por un régimen autoritario de partido único.
Y no hay que olvidar que la calidad de oposición política turca es considerable, comenzando por el IYI y su excepcional lideresa Meral Aksener, como también los partidos principales del centro izquierda, CHP (Partido Popular Republicano) y HDP( Partido Popular Demócrata). Y esto ocurre con mayor ímpetu en las grandes ciudades y en el oeste del país. El resto de escaños, ocupados por facciones minoritarias entregadas al nacionalismo radical y de tradición rural, como ocurre con cada vez más frecuencia en los estados vecinos del sureste europeo, mantienen a Turquía en un punto muerto en el que el reformismo parece inalcanzable debido a la distancia colosal entre una minoría de la población y el resto de regiones, capas sociales y velocidades del país. El estado “más allá” del estado, aquel estado turco profundo, es quizás el más propenso a otorgar el papel regulador a su ejército. La lista de intervenciones militares en Turquía pasa por 1960, 1971, 1980 y 1997. En todos estos casos el ejército turco y los estratos laicos del estado han ayudado a derrumbar o debilitar gobiernos que fueron tomando formas autoritarias para otros fines que no fuesen el interés nacional, siempre convocando elecciones rápidamente y dando la palabra al pueblo.
La guerra no está perdida y de hecho está teniendo lugar ahora mismo. El propio intento de golpe de 2016 debe ser observado con normalidad, ya que para Turquía el ejército intentando corregir o “guiar por el buen camino” no es más que un síntoma de que se acercan tiempos turbios. La nueva Turquía ha elevado sus valores teocráticos sobre los democráticos, ha convertido a su líder en una figura mística ante la cual la gran mayoría de familias turcas se arrodillan y ha cortado los planes de futuro con aliados occidentales. La nueva Turquía está empapada de fe en su recorrido y de odio hacia el turco no suficientemente turco. La nueva Turquía replantea la idea de que la Europa balcánica le pertenece siglos después de perder su imperio, y al mismo tiempo humilla a la población kurda y otras minorías musulmanas.
Son unos pasos que reconocemos con demasiada facilidad. Una dictadura quiere renacer y parece que la última batalla, lanzada desde Europa, acaba de comenzar. Los ataques a la economía turca intentan debilitar a su líder frente a su nación y dentro de su propia región geopolítica. Sin embargo, y considerando la dificultad de este último propósito, los últimos latidos de la democracia turca se darán desde las calles, la sociedad civil y el poder de los grupos parlamentarios para organizarse con efectividad, una guerra que ya deja ver lo que conlleva: violencia, tristeza e intervenciones occidentales en el seno político-económico del país. Cuando Erdogan catalogó el golpe frustrado de julio 2016 como un “regalo divino”, se olvidó por un momento de la esencia de su propio país, es decir, la cantidad de enemigos internos que actuarán en sintonía con el exterior. Se avecinan acontecimientos interesantes en el futuro próximo y la crisis económica turca esconde, como nos enseña la historia moderna de la nación anatolia, otras bien distintas cuyo objetivo es hallar unas identidades y aspiraciones perdidas, confundidas y silenciadas desde el exterior.
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