“He tenido que raptarte para que puedas conocerme a fondo. Estoy seguro de que entonces te enamorarás de mí, como yo lo estoy de ti. Tengo 23 años y 50.000 pesetas, y estoy solo en el mundo. Intentaré ser un buen marido para ti y un buen padre para tus hijos”. Mucha gente recordará esta escena de Átame, una de las buenas películas de Almodóvar, en la que el personaje desarraigado de Antonio Banderas secuestra a la actriz porno interpretada por Victoria Abril. Una arrebatadora pasión con final feliz al ritmo de “Resistiré” del Dúo Dinámico.
“Tinc 66 anys i porte treballant des dels 22. No sóc ni d’esquerres ni de dretes. He fet molt per la Comunitat Valenciana i per Espanya”. Algo así nos dijo a una compañera diputada y a mí un conocido gran empresario, con importantes vínculos familiares y políticos, al principio de una tensa reunión en el grupo parlamentario de Esquerra Unida. Habíamos denunciado distintas operaciones ruinosas regadas con dinero público en la época de Camps y dicho señor no soportaba que su nombre saliera a la palestra. No sientan igual los focos en el palco que en el juzgado.
No sé qué tipo de conexión mental hizo que yo relacionara inmediatamente ambas declaraciones de amor. La del chaval escapado de orfanatos y reformatorios con la del prohombre acostumbrado a obtener pleitesías y plusvalías. Ambos ponen el “yo” por delante y conciben al ser supuestamente amado únicamente como objeto de su propia realización personal. En la ficción, Ricky desea poseer a Marina para alcanzar la normalidad formando una familia; en la realidad, Fernando declara su amor a la patria mientras exige a sus gobernantes que le salven del pufo de la Fórmula 1 socializando las millonarias pérdidas de Valmor. Hipocresía.
Yo, como tantos otros, sospecho de quienes se envuelven en la bandera y cantan el himno a pleno pulmón para ocultar el sonido –clic– de su caja registradora. Desde los Pujol a los Borbón, pasando por el embajador de la marca España y alta distinción de la Generalitat Valenciana, Santiago Calatrava. Todos sus caminos llevan a Suiza porque el capital no tiene más patria que la del beneficio. Que se lo digan sino a Amancio Ortega, por unas horas el hombre más rico del mundo, que recibió del gobierno de Zapatero la Orden del Mérito Civil por levantar un emporio sobre la explotación de las mujeres y niñas que cosen ropa de Zara en Marruecos, China o la India.
Por eso, cuando escucho al presidente del BBVA alabar a Ciudadanos porque “siempre ha creído en la unidad de España”, llego inmediatamente a la conclusión de que el banquero es uno de los que ha comprendido perfectamente el programa de Albert Rivera: ultraliberalismo económico en píldoras rojigualdas para votantes despistados. Es decir, la receta de la derecha española de toda la vida con un toque de modernidad y desacomplejamiento.
En el País Valenciano hemos sufrido una variante aún más nociva de la misma engañifa patriotera, aplicada contumazmente por el PP durante veinte años: la apropiación masiva de caudales públicos al grito tribal de “no mos fareu catalans”. Y no parece que haya cambiado mucho el hilo argumental de la ahora oposición bicéfala viendo las diatribas de Isabel Bonig y Carolina Punset desde el púlpito parlamentario. Les preocupa mucho que “España se rompe” pero muy poco que los españoles sean triturados por las políticas de recortes que impone su ortodoxia económica.
Señorías, menos amor a la patria y más a sus compatriotas.