Exdirectora de Gabinete de Economía y Hacienda de Madrid. Autora del libro sobre confluencias municipalistas “La conquista de las ciudades”. Profesora de Historia. Exdiputada autonómica de Esquerra Unida y miembro de la dirección federal de Izquierda Unida.
Carlos Hernández: “Hubo más de 40 campos de concentración franquistas en tierras valencianas”
“Nueve mil personas de origen español fueron deportadas a campos de concentración nazis”.
Los últimos españoles de Mauthausen, Carlos Hernández.
“En España hubo trescientos campos de concentración franquistas”.
Los campos de concentración de Franco, Carlos Hernández.
Sería casi una misión imposible encontrar, en cualquier plaza concurrida, a más de tres personas que elegidas al azar conocieran de antemano las dos afirmaciones arriba citadas. Es el resultado de más de cuarenta años de educación en desmemoria durante la democracia. La ignorancia general sobre nuestro pasado reciente sirvió de estímulo a Carlos Hernández para investigar sobre ello. Los cuarenta años de dictadura franquista siguen determinando e influyendo en nuestro presente; mientras, paradójicamente, son peligrosamente desconocidos para la gran mayoría. Hernández, como periodista, ha ejercido como corresponsal de guerra en Kosovo, Palestina, Afganistán e Irak. Por ese trabajo fue galardonado con el premio Ortega y Gasset de periodismo en 2003. Fue a partir de 2011 cuando se dedicó por entero a profundizar sobre todo aquello que el “pacto de silencio” de la transición le había hurtado conocer. Su primera obra versó sobre las nueve mil personas que fueron deportadas a los campos nazis en connivencia con el régimen franquista. El resultado fue, primero, un ensayo titulado “Los últimos españoles de Mauthausen”, en el que relató las vivencias de quienes fueron torturados tanto entre las alambradas de ese campo, como entre las de Buchenwald, Ravensbrück o Dachau. Como el propio autor indica en la contraportada: “es también la crónica periodística que denuncia a los políticos, militares, empresarios y naciones que hicieron posible que más de nueve mil españoles fueran deportados a los campos de la muerte”. Carlos llegó a esta investigación a partir del hilo de una historia familiar, la de su “tío de Francia”. Porque Carlos era sobrino de Antonio Hernández Marín, uno de los 3.500 deportados españoles a campos nazis que lograron salir con vida. Su historia no sólo quedó plasmada a través de las páginas de ese ensayo sino que también fue contada a través de cientos de tuits. Hernández, convencido de la necesidad de difundir esta historia al máximo público posible, abrió un perfil de twitter para su tío - @deportado4443-, a través del cual nos llevó en un viaje en el tiempo y el espacio al campo de concentración de Mauthaussen. Más de cincuenta mil seguidores leyeron las vivencias de su “tío de Francia” en un tiempo real imaginado pero sustentado en una fiel documentación histórica del relato. Poco después el compromiso de un dibujante, Ioannes Ensis, se unió a la infatigable necesidad de contar de Carlos y fue así como los tuits cobraron vida a partir de centenares de ilustraciones. El producto de ese laborioso trabajo fue “Deportado 4443”, una nueva publicación concebida para difundir toda esa memoria recuperada a un espectro aún mayor de público.
Sin embargo, ya entonces Carlos Hernández llevaba tiempo recopilando el material necesario para adentrarse en la laboriosa tarea de compilar la información indispensable para abordar la historia de lo que fue el temible universo concentracionario franquista en España. Ese trabajo ingente ha quedado plasmado en las más de quinientas páginas del libro “Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas” que ya va por la tercera edición y que se presenta en la Feria del Libro de València el viernes 26 de abril.
El inicio del libro comienza con un preámbulo muy personal que aborda la historia de Pere Grañén, un superviviente del campo de concentración de San Marcos. ¿Cómo llegas a conocer su historia?
Llegué a su historia a través de “San Marcos, el campo desconocido”, un gran trabajo de investigación que se quedó injustamente reducido al apartado de historia local y, actualmente, descatalogado. Contacté con las historiadoras (Tania López y Silvia Gallo) y con el editor de la obra para saber más de este señor, Pere Grañén. Este hombre había dejado unas memorias manuscritas donde contaba la historia con la que comienzo el libro:
“En 1975 un automóvil marca SEAT se detuvo en las puertas del Parador Nacional de León. Su ocupante descendió del vehículo, miró durante unos instantes la imponente fachada plateresca del Hostal de San Marcos y se introdujo en su interior. El azar quiso que fuera el director del lujoso hotel quien le recibiera a pie de recepción: ”Se ha hospedado usted antes aquí?“. ”Sí, hace treinta y pico años“
A partir del relato de Pere Grañén me vino a la cabeza un recuerdo muy personal que tuvo lugar en un viaje por la Rusia comunista en 1989, en donde conocí a un turista alemán que había sido brigadista internacional, pero cuyo testimonio en ese momento de mi vida no supe apreciar. Le traté con la indiferencia de la ignorancia. Entonces, al rememorar ese momento de mi vida, me di cuenta de que había hallado el hilo perfecto para comenzar el libro. Un hilo que servía perfectamente para ver qué poco han cambiado las cosas desde entonces y cómo seguimos viviendo desprovistos de memoria.
A tu abuelo lo fusilaron y a un tío tuyo lo deportaron a Mauthaussen. ¿Cómo se trataban estos temas en tu familia?
Según pasaban los años cada vez era más consciente de que había habido en mi familia una ley del silencio. En mi casa no se hablaba de estos temas y si se hacía era porque preguntábamos. Yo era consciente de que tenía un abuelo fusilado en el 36 por ser de la UGT en un lugar que cayó en manos franquistas a las pocas horas de producirse el golpe de Estado. E igualmente también sabía que un tío mío acabó en Mauthaussen. Sin embargo, aunque lo sabía era un tema del que nunca se hablaba. Comencé a ser realmente consciente de ello cuando en 2011 empiezo a investigar sobre estos temas. En ese momento de mi vida se mezcló en mí la indignación con la sensación de haber vivido en la ignorancia. Somos también victimas de la dictadura porque crecimos sin que nos contaran estas cosas ni en casa, ni en la escuela. Y fue esa acumulación de sensaciones la que me trajo hasta aquí. Porque siento rabia e indignación porque nos ha sido hurtado algo que era nuestro: nuestra memoria.
En el libro utilizas el término “holocausto ideológico” ¿A qué te refieres con ese concepto?
Durante la dictadura se intentaron borrar las huellas de los crímenes del franquismo y se intentó blanquear lo que supuso este régimen sanguinario. Luego llegó la democracia y con el “pacto de silencio” de la transición no se hizo la revisión histórica necesaria. Porque nuestra democracia necesitaba haber contado en las escuelas lo que ocurrió en España. De esta forma, las generaciones posteriores no hubiéramos crecido sin saber la verdad de lo ocurrido. No estaríamos cómo estamos viviendo en esta suerte de equidistancia, en la que situamos en el mismo plano a víctimas y verdugos. Lo que se hizo fue “dejar las cosas como estaban”, es decir, mantener la imagen que quiso dar de sí misma la propia dictadura: equidistancia absoluta entre democracia y totalitarismo. Nos ocultaron que aquí hubo una democracia que fue derrocada por un golpe de estado apoyado por la Italia fascista de Mussolini y por la Alemania nazi de Hitler. Nos ocultaron que, efectivamente, hubo buenos y malos. Y eso no significa que todos los buenos fueran buenos y todos los malos fueran malos, sino que había gente que se movía por ideales fascistas y otra, por ideales democráticos. Y fueron “los malos” quienes ganaron la guerra. En ese camino, efectivamente, se produjo un genocidio ideológico: se exterminaba “al otro” por las ideas que profesaba. Hubo de forma premeditada -no fue una reacción- un plan, ya materializado en las directrices del general Mola en el 36, para fusilar a todos aquellos que mostraran apoyo al Frente Popular. Hay una estrategia premeditada de exterminio ideológico. Pero como no pueden matar a la mitad de España, lo que se hace es un exterminio selectivo, a través de un exilio forzoso para 250.000 españoles que se marchan fuera de nuestras fronteras; y una represión sistemática para amedrentar y reeducar a quienes apoyaban a la república. Es curioso cómo los negacionistas frecuentemente recurren a centrarse únicamente en el periodo de guerra olvidando que se inició por un golpe de estado e incluso, que en la propia guerra civil existe por parte de los golpistas una estrategia premeditada de represión; mientras que el gobierno republicano intenta acabar públicamente con los excesos que se producen. Hay una diferencia abismal de premeditación entre unos y otros. Pero además lo que nos intentan ocultar es que después de la contienda hubo 40 años de dictadura en la que se asesina y encarcela masivamente, se condena a la mujer al sometimiento completo por parte del marido y se cercenan los derechos y libertades.
¿Saben los españoles que hubo campos de concentración en su país?
No tienen ni idea. Es un capítulo silenciado adrede a partir de 1945, ya que su existencia, a partir de entonces, tiene connotaciones muy negativas para el régimen franquista. Tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, Franco huye de todo lo que le relacione públicamente con los nazis. Así que intentó borrar la huella de los campos de concentración que, a partir de entonces, en el imaginario colectivo se vinculaban al nazismo. Destruyeron la documentación que les relacionaba. Tuvieron cuarenta años para desmantelar cualquier huella de los campos. En democracia, de hecho, no se ha musealizado más que el de Miranda de Ebro. Nos encontramos en torno a una docena de campos en toda España en donde hay placas informativas pero nada más. No hay visitas guiadas, ni exposiciones, ni nada que permita que puedan ir de visita centros educativos para conocer lo que allí ocurrió. Hasta hace quince años había decenas de testigos vivos que podrían haber estado allí informando y dando charlas en los institutos, que es lo que se ha hecho durante 75 años en el resto de Europa: creación de museos de la resistencia, memoriales, visitas guiadas a los campos. Aquí cada vez que se ha intentado salvaguardar algun vestigio, la respuesta ha sido negativa.
¿Hay algún caso en que, en democracia, no se haya querido conservar el resto de algún campo de concentración franquista?
El caso de Logroño es paradigmático. Allí fue utilizada su plaza de toros, la Manzanera -tal y cómo pasó en otros lugares de España, como València- como campo de concentración entre 1937 y 1939. Una vez allí, los prisioneros fueron obligados a confeccionar un mapa de España en uno de los muros de la plaza. El objetivo era perverso, ese mapa había de servir para ir señalando el avance de las tropas franquistas para ir desmoralizando aún más a los pobres prisioneros. Una vez que finalizó la guerra, los franquistas eliminaron cualquier vestigio del campo que fue. Sin embargo, nadie se atrevió a tocar el mapa que daba cuenta de los éxitos de Franco. Durante sesenta y cinco años, los aficionados a la tauromaquía pasaron por delante del perverso mural sin reparar en lo que significaba. Pues bien, en el 2002 se iba a demoler la Manzanera cuando un investigador y activista de la memoria, Carlos Muntión, pidió al Ayuntamiento la conservación del mural. Este hombre recibió la callada por respuesta, ya que la corporación estaba controlada por el Partido Popular. Así que contrató a unos operarios -pagados de su propio bolsillo- para retirar el mural con el permiso de la empresa responsable de la demolición de la plaza. Sin embargo, al finalizar estas tareas se presentaron ante la Manzanera un grupo de funcionarios del ayuntamiento que requisaron el mapa de los presos, tras lo cual, permaneció trece años literalmente secuestrado. No fue hasta 2015 cuando el cambio de gobierno en el consistorio permitió que, por fin, fuera trasladado al memorial de La Barranca donde cuatrocientas personas fueron fusiladas por los sublevados en el 36.
Hablemos del País Valenciano, ¿cómo se explica que solamente aquí hubiera 41 de los 300 campos de concentración de todo el Estado?
El hecho de ser la ultima región en caer durante la guerra es un factor que influye notablemente en la gran cantidad de campos que se concentran en tierras valencianas. Aunque la cantidad no es tan importante en este caso como en otros asuntos históricos. Son campos de corta duración. Los utilizan prioritariamente para clasificar a los prisioneros y mandarlos a otros campos o cárceles. Aunque existen excepciones como es el caso del campo de Albatera o el de Porta Coeli en los que sí se producen castigos y procesos de reeducación más complejos.
Una salvedad es la de la provincia de Castellón, que cae en manos franquistas en 1938. Es un claro ejemplo de descontrol. A finales del verano del 38 el Jefe de la Inspección de los campos le envía una petición al Jefe del Ejército Norte para que creara uno en Castellón. Su sorpresa llegó en septiembre cuando el general le contestó que ya existía desde hacía tres meses. Desde junio había un campo de concentración en Castellón sin que Franco lo supiera.
Si algunos campos de concentración son algo conocidos son el Campo de los Almendros y el campo de Albatera, en la provincia de Alicante. ¿Qué nos puedes contar de ellos?
Es verdad que el caso de los Almendros es paradigmático en relación a otros campos porque a él llegan incluso mujeres. La guerra civil acaba en el puerto de Alicante donde se habían concentrado miles de personas esperando huir en barcos que habían prometido los gobiernos de diferentes países. Esas personas fueron trasladadas directamente desde el puerto de Alicante a Los Almendros, un emplazamiento rodeado de alambradas provisionales que se situaba en lo alto de un pequeño monte a las afueras de la ciudad. Destacaría su crueldad por ser un lugar de confinamiento masivo sin ningún tipo de infraestructura, ni preparación previa en la que encierran a hombres, mujeres e incluso a niños de corta edad. Esa falta de humanidad lo convierte en uno de los más duros, a pesar de su corta duración. A los pocos días se produce la separación de mujeres a otros recintos y los hombres, en su mayor parte, acaban en el campo de concentración de Albatera. Aunque es justo reconocer que, más allá del campo de los Almendros y de Albatera, la propia ciudad de Alicante fue un gran recinto concentracionario. Tanto la plaza de toros como sus dos castillos fueron reconvertidos en campos. El caso de Alicante merece un capítulo aparte y es, quizás junto a Madrid, el de mayor número de prisioneros concentrados en sus límites geográficos.
¿Cuál de las historias con las que te has topado en tu investigación te ha dejado más huella?
Si me tuviera que quedar con un solo campo, quizás por la dureza me quedaría con el de San Marcos en León que, en la actualidad, es un parador de turismo. Por el número de víctimas, por la crueldad. Quizás es el que yo pondría como ejemplo paradigmático. A partir de aquí tendríamos que analizar campo a campo porque en todos se producían salvajadas. Una historia que me dejó fuertemente impactado fue la del Campo de concentración de Zaldívar (Casas de Don Pedro, Badajoz). En este campo fueron asesinados 100 prisioneros en 24 horas.
¿Cómo funcionaba el sistema concentracionario franquista?
Fue tal la magnitud de la represión franquista que es imprescindible explicar en qué consistían la diferentes patas del sistema represivo. El silencio ha contribuido a generar confusión mezclando conceptos. Esa confusión impide conocer a fondo la magnitud de la represión y permite a los negacionistas manipular la información a su antojo.
El sistema concentracionario estaba compuesto por los campos y por los batallones de trabajadores, los cuales, a su vez, se organizaban en esos mismos campos. De todas esas 700.000 a 1.000.000 de personas que pasaron por el sistema, ninguna de ellas tenía ninguna causa penal abierta. Es decir, ese millón de personas que pasó por campos de concentración no habían sido condenadas. Durante la década de 1940 se produce una evolución en el sistema motivada por el final de la guerra y la necesidad de guardar ciertas apariencias con las democracias occidentales. Así es cómo se reconvierten los batallones de trabajadores en batallones disciplinarios cuya existencia alcanza hasta 1948.
Luego en paralelo existe otra gran “pata” que es la de los otros trabajos forzados: la redención de penas por el trabajo. Lo que les diferencia de las otras unidades es que los prisioneros han sido condenados por los juicios-farsa de la justicia franquista. Estos presos cobran una pequeñísima cantidad de dinero a modo de salario que difiere muchísimo de lo que cobraría un trabajador libre. Este sería el caso del Valle de los Caídos, por ejemplo.
¿Cuál sería la fecha definitiva de cierre de los campos de concentración?
A finales de 1939 se produce un cierre masivo de campos, pero continúan funcionando un número importante hasta 1947 cuando, oficialmente, cierran los dos últimos: Miranda de Ebro y Nanclares de Oca. En 1948 acaba su actividad como tal el último batallón de trabajos forzados. Pero me parece injusto decir que es el final definitivo, porque únicamente es el oficial.
Y en segundo lugar, porque se siguen abriendo recintos que funcionan como campos de concentración, como la llamada Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, instalada en Fuerteventura y dedicada a lugar de reclusión y castigo para homosexuales. El diario Falange lo describió como un lugar para confinar “parásitos y sujetos indeseables que torpemente dañan la convivencia humana”. Allí los cautivos fueron destinados a trabajos forzados, tales como picar piedra, cavar zanjas o acarrear agua de un pozo. Este campo fue creado en 1954 y cerró en 1966 .
¿Este sistema represivo basado en los trabajos forzados supuso el enriquecimiento de empresas afines al régimen como sabemos ocurrió en la Alemania nazi?
Es verdad que se lucraron numerosas empresas y cargos públicos de estos trabajos forzados, porque durante el régimen franquista existía una corrupción generalizada e institucionalizada. Sobre todo es a través de la redención de penas por el trabajo por la que se produce un enriquecimiento masivo de empresarios. Y hoy en día sus herederos y derivadas siguen cotizando en el IBEX 35. Hubo explotación laboral y mucho dolor por los cuales no se ha indemnizado a ninguna víctima, ni se ha pedido perdón. En Alemania se utilizó un sistema similar y las empresas colaboracionistas pagaron indemnizaciones y pidieron disculpas. En España estas empresas no contribuyen para nada a que se esclarezca lo ocurrido.
¿Por qué las democracias occidentales no lucharon contra el franquismo?
El franquismo contó con la complicidad de las democracias occidentales, que durante la última fase de la Segunda Guerra Mundial ya se estaban preocupando más por el poder de Stalin que por acabar con el nazismo. Su enemigo real era el comunismo y España fue victima colateral de esta estrategia. Las democracias occidentales creyeron que era mejor tener en España a un dictador anticomunista que no abrir el paso a una democracia menos dócil y menos afín a sus intereses. Las democracias occidentales sabían perfectamente que Franco protegía nazis en su territorio y que reprimía sistemáticamente a sus opositores demócratas. Los aliados fueron cómplices. Franco actúo con absoluta impunidad.
En relación a la impunidad de los crímenes del franquismo en nuestro país, ¿qué crees que es necesario hacer?
Tenemos que hacer lo que hizo Europa hace 75 años porque vamos con un retraso de décadas que hemos normalizado. España es una anomalía en el mundo democrático. Somos los únicos que nos seguimos planteando en democracia si Franco fue un dictador o si sus crímenes fueron justificables. Y ello se debe a lo mal que se hicieron las cosas durante la democracia. Necesitamos elevar el relato histórico al de la realidad de los hechos y abandonar, de una vez por todas, el relato equidistante. Y una vez hecho eso hemos de situarlo en los libros de texto y en los medios de comunicación. Nuestra democracia no puede permitirse abonar el negacionismo del franquismo. Mientras que en Alemania el negacionismo del Holocausto es perseguido, en nuestro país acapara las tertulias. Si esta labor de recuperación de nuestra historia reciente lo hubiéramos hecho hace 35 años, probablemente, ni mi libro, ni esta entrevista, habrían sido necesarios. No habríamos evitado el auge de la extrema derecha pero estaríamos muchísimo mejor preparados para enfrentarnos a ella.