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Cómo liberarse de la explotación laboral: algunas experiencias de mujeres bordadoras de El Salvador
Mirian Elizabeth Dueñas de Vásquez lleva desde los 13 años bordando: “Bordamos todo el rato, sin parar”. No lo dice en sentido figurado. Las mujeres bordadoras a domicilio de El Salvador tienen hasta “la manía” de ir con una aguja encima incluso cuando van al parque. Mañana, tarde y noche, elaboran bordados que más tarde son comprados por empresarios extranjeros y vendidos en el mercado estadounidense. Esas prendas con el bordado ‘made in El Salvador’ llegan a tener precios de 80 a 160 dólares -a veces incluso 300-, mientras que ellas reciben 1’75 a 2 dólares por una pieza que cuesta hasta 16 horas de confeccionar.
En Panchimalco, el municipio en el que vive Mirian, hay más de 300 mujeres que se dedican a la dura tarea del bordado a domicilio en situación de explotación. Las empresas buscan mujeres para que trabajen desde casa con la excusa de que así pueden “conciliar” las tareas del hogar con generar ingresos para la familia. A cambio, las empresas exportadoras se ahorran grandes costes que son vitales para llevar a cabo el oficio como el alquiler de instalaciones, el agua o la energía eléctrica. “Todo eso corre por cuenta de cada bordadora”.
Como fue el caso de Mirian, muchas mujeres enseñan a sus hijas y sobrinas para que les ayuden con el bordado y así conseguir que la jornada laboral sea un poco más “provechosa”. Un trabajo clandestino que, además, queda normalmente relegado al espacio privado e invisibilizado de su propia comunidad.
“No hay contrato, no hay vacaciones, no hay seguro médico, no hay un salario, no hay pensión. Esa es la historia del bordado en El Salvador”. Las consecuencias también son físicas y algunas desarrollan problemas como la pérdida de visión, dolores en muñecas y cuello e hipertensión.
Sobre su situación se hizo hasta una obra de teatro (Made in El Salvador. Se me fue la vida tejiendo, de Teatro Azoro) que habla de la cotidianidad de las mujeres bordadoras y de las horas de trabajo sin descanso. “Pasan días y días y ahí estás bordando, da igual que haya luces de Navidad, es una realidad que, ahora que lo veo desde fuera, es bien lamentable. No se deberían dar este tipo de explotaciones, como muchas otras”.
Acopanchi, empoderarse con una máquina de coser
Fue hace dos años, en octubre de 2017, cuando Mirian y una veintena de bordadoras más decidieron romper con la explotación y comenzar un camino elegido por ellas mismas. “Llegó una organización feminista y una amiga me dijo: ‘Mira, están haciendo reuniones en las casas’. Le pregunté: ‘¿De qué hablan?’ Y me contestó: ‘De derechos laborales de las mujeres’”.
A partir de ahí, comenzaron a asistir, junto con otras compañeras, a talleres de ‘Derechos Laborales y Empoderamiento de las Mujeres’. “Para mí era nuevo saber que esto era una explotación porque cuando los empresarios vienen, nos dicen que es una oportunidad para ganarnos unos dólares, pero cuando una está trabajando se da cuenta de que ya no tiene tiempo para los hijos, para la escuela, para el marido, ni para una misma, solo bordar, bordar y bordar”.
Se compraron una máquina de coser por 25 dólares y decidieron fundar Acopanchi, una cooperativa de mujeres emprendedoras y artesanas del paño pancho y otras prendas de vestir que les permite gestionar su propio negocio y, sobre todo, su tiempo.
La cooperativa, explican, surge de “la necesidad de estas trabajadoras de mejorar las condiciones de vida”. Fueron a un curso de corte y confección de prendas y ahora no sólo hacen bordados, sino que pueden innovar con sus propios diseños, manteniendo su producto autóctono. Además contaron con el apoyo del alcalde local, que les cedió un espacio que hoy utilizan para trabajar.
Las bordadoras son ahora costureras, no necesitan vender sus bordados a empresarios extranjeros y todo lo que generan va directamente a sus bolsillos. También crearon el Sindicato de Trabajadoras de Bordado a Domicilio de El Salvador (Sitrabordo), del cual Mirian es socia y cofundadora.
El pasado mes de septiembre, Miriam visitó València, junto con la activista Roxana Noemí Contreras Reyes -invitadas por la Fundació Pau i Solidaritat del País Valencià-, para acercar su realidad al pueblo valenciano, compartir su lucha con otras organizaciones y “despertar nuestra conciencia”, ya que, destacan desde la fundación, “aquí (en España) se compra ropa ‘made in Bangladesh”, elaborada en condiciones de explotación similares, algo que también ocurre con empresas españolas dentro de sus propias fronteras.
“¿Qué hacen las mujeres para divertirse?”
Roxana Noemí cuenta con 16 años de experiencia en el trabajo organizativo de las mujeres en Panchimalco y otras comunidades de El Salvador. Como con el caso de las bordadoras que hoy gestionan la cooperativa Acopanchi, acompañan a las mujeres a través de talleres para fortalecer capacidades como el liderazgo y la toma autónoma de decisiones.
Tal como explica Roxana Noemí, los derechos y las leyes “pueden estar, pero si la gente no sabe qué significa ‘autonomía’ o no sabe identificar la violencia psicológica”, ven “normal que ocurra, aunque esté tipificado por ley”.
De su experiencia como formadora cuenta que, en El Salvador, hay una gran dificultad para “llegar a las mujeres” y tampoco es sencillo hablar de derechos por “miedo” y por el gran peso del machismo en sus comunidades. Para conseguirlo, organizan proyectos como talleres de costura o de pan no mixtos y, durante la formación, comienzan a sacar temas como la autonomía económica, los derechos humanos, los diferentes tipos de violencia en el hogar o elaboran listas con las tareas que hacen ellas durante el día ellas y cuántas llevan a cabo los esposos, con resultados “bastante catastróficos”.
“Las mujeres también ayudan en la agricultura a los hombres para abonar, limpiar o podar, pero ellos no vienen a casa a ayudar a las mujeres a lavar platos, hacer tortillas o cuidar a los hijos”, argumenta Roxana Noemí. En total, las mujeres acaban cumpliendo jornadas desde las 4 de la mañana hasta las 8 o las 9 de la noche. “¿Y las actividades sexuales? Eso es otro tema que no ven”.
Otra de las preguntas “clave” que van saliendo en esos talleres es “¿qué hacen las mujeres en El Salvador para divertirse?”. “Nos contestan: ”Aquí no nos divertimos, vamos a por el agua al río, a limpiar, a vender, pero no hay diversión porque es algo que se corta desde la pequeña edad para asumir responsabilidades del cuido de la casa“.
A través del proceso organizativo y de aprendizaje “poco a poco reaccionan” y empiezan a fortalecer su autoestima. “A las mujeres hay que hablarles de tú a tú y preguntarles ¿qué te gustaría hacer? Algunas habrían querido estudiar, pero les han metido en la cabeza que la cúspide de toda mujer es tener un hogar, sobre todo en la zona rural”, asegura la formadora de una estructura que se repite en otros países, como es el caso de España.
Mirian coincide en que al “al principio cuesta bastante” y cuenta de su propia experiencia que la transformación es “constante” y “muy significativa”: “Hay que sensibilizar para que se vean a ellas mismas y se valoren como mujeres. A mí me ha servido mucho porque ahora sé que si hago un trabajo, yo merezco un pago por esas horas”.
Acopanchi es ahora el resultado de un esfuerzo por y para ellas del cual se sienten muy orgullosas y ha significado un cambio total en sus vidas. “Ya no enriquecemos a las empresas que exportan nuestro trabajo. Y no queremos quedarnos ahí, vamos a aumentar el número de mujeres para que, no solo conozcan sus derechos, sino que tengan una alternativa para generar ingresos”, asegura Mirian, resaltando que todavía hay centenares de mujeres que trabajan en condiciones de esclavitud para empresas extranjeras.
El siguiente paso de la cooperativa es registrar su propia marca. Mientras tanto, en Acopanchi siguen tejiendo por el empoderamiento de las mujeres salvadoreñas.
Mirian Elizabeth Dueñas de Vásquez lleva desde los 13 años bordando: “Bordamos todo el rato, sin parar”. No lo dice en sentido figurado. Las mujeres bordadoras a domicilio de El Salvador tienen hasta “la manía” de ir con una aguja encima incluso cuando van al parque. Mañana, tarde y noche, elaboran bordados que más tarde son comprados por empresarios extranjeros y vendidos en el mercado estadounidense. Esas prendas con el bordado ‘made in El Salvador’ llegan a tener precios de 80 a 160 dólares -a veces incluso 300-, mientras que ellas reciben 1’75 a 2 dólares por una pieza que cuesta hasta 16 horas de confeccionar.
En Panchimalco, el municipio en el que vive Mirian, hay más de 300 mujeres que se dedican a la dura tarea del bordado a domicilio en situación de explotación. Las empresas buscan mujeres para que trabajen desde casa con la excusa de que así pueden “conciliar” las tareas del hogar con generar ingresos para la familia. A cambio, las empresas exportadoras se ahorran grandes costes que son vitales para llevar a cabo el oficio como el alquiler de instalaciones, el agua o la energía eléctrica. “Todo eso corre por cuenta de cada bordadora”.