La Europa de Darius
Este año, el 9 de mayo (Día de Europa) se ha celebrado con la cumbre política de Sibiu, Rumanía, cuyo objetivo ha sido el futuro de la Unión. Cuando llegué a España allá por el 2006, a punto de cumplir los 11 años, me costó hacer mis primeros amigos y no sabía hablar español o hacer lo que hacía el resto. Con mis padres y tíos como única patria envuelta en dolor y sueños, mi primer día de clase fue memorable. Mis compañeros me dedicaron un inocente abucheo, fruto de aquello que oían en casa, cuando la profesora les explicó de dónde venía.
La tierra lejana de la que llegábamos, tras un viaje de cuatro días y tres noches en autobús, no estaba en la Unión Europea. Éramos repelentes y desconocidos. No éramos de nadie. ¿África, Asia o Rusia? No, los españoles no acertaban. Queríamos ser de nuevo europeos y celebramos con champán el día que lo logramos, como probablemente muchos españoles hicieron en los 80’. Fueron tiempos más difíciles, lo pasamos mal y muchos niños lo tuvieron más complicado para integrarse y ser españoles, quedándose por un camino lleno de un dolor difícil de externalizar. Estas dos eran nuestras únicas opciones. Las peleas “sin más” al salir del colegio y las peligrosas huellas que dejan, los que pudimos, los que no pudieron y se quedaron por el camino, o aquellos que volvieron a nuestro país para ser recibidos por un ambiente hostil que los consideraba diferentes. Lo viví todo y lo vivieron aquellos que me rodeaban.
Ayer, una buena amiga me contó que por el Día de Europa, la profesora de su hijo Darius regaló “pasaportes europeos” de papel a toda la clase. También pidió a los alumnos que escribiesen algo sobre un país que no fuese España. Darius dejó boquiabiertos a todos con historias sobre los castillos de Transilvania, las universidades y barrios de Bucarest o platos tradicionales que son los más sabrosos del mundo. Después, la profesora le preguntó si podía traer un poco a clase para probarlo todos. Hoy, miles de estudiantes y turistas españoles visitan o viven en mi país. Cientos de miles de europeos lo hacen. Conocen a nuestras celebridades y también a gente corriente.
La ciencia o la política también se reúnen en nuestras ciudades y los autobuses o el Interrail van ahora hacia el este. Trabajamos libremente, tenemos derecho a experiencias y conocemos personas especiales de una esquina a otra del continente. Hace poco más de una década, todo esto no era más que un sueño, como lo eran nuestra libertad y legalidad laboral en Europa o los productos europeos de escaso acceso en nuestras tiendas. Somos casi un millón de rumanos de España que recobramos una identidad robada hace décadas gracias a la expansión e integración europea. Y no somos los únicos. Nosotros, los niños de aquellos años 2000, somos la primera generación de la historia de nuestro país que se ha exiliado en millones, huyendo de los fantasmas del pasado que nos machacan más que nunca.
Somos los españoles que se marcharon a Suiza en los 60’. Algunos volvieron a casa, como nosotros. Otros se fueron de nuevo tras volver. No concordamos temporalmente, pero eso no importa. Junto a España y Portugal, estamos entre las naciones más pro-europeas y que han aprendido de su duro pasado totalitario. Nuestros vecinos, en cambio, parecen querer volver atrás y olvidar todo lo que les han brindado estos últimos años. Es lo que tiene estar obligado a ganarte con sudor y lágrimas el derecho a ser europeo. Quienes no han tenido que hacer nada, tampoco adaptarse o pelear, en cambio, se permiten quizás el lujo de estar solos. Y hablo de los miembros del club que no fueron invitados a la cumbre de Sibiu.
En mi caso, me sobra con ser el “niño extranjero” que el pequeño Darius es ahora, y no aquel que yo fui hace años. Han sido demasiados años en los que la Europa de las guerras y sus sucesores nos han separado y reflejado como diferentes. Para mí, Europa es el vivo ejemplo de que somos tan cercanos y parecidos que en poco tiempo nos podemos llegar a descubrir, conocer y querer sin importar el momento ni el lugar.
0