A las mujeres, aún no nos creen. No reaccionan. Somos la mitad de la población. Denunciamos -y los datos nos respaldan- que cobramos menos que ellos, los hombres, por hacer el mismo trabajo. Protestamos porque la precariedad traducida en parcialidad y temporalidad de los contratos se ceba infinitamente más con nosotras. Seguimos en lucha contra ello, las Kellys son un claro ejemplo de dignidad. Exigimos más pronto que tarde soluciones del gobierno, de las patronales y de las empresas.
Visualizamos –también con datos- que hasta el límite de nuestras propias capacidades físicas y psíquicas asumimos casi por completo los cuidados, que en gran medida por ello no hacemos ni por incorporarnos al mercado laboral. Es necesario reorganizar urgentemente por el bien de la sociedad misma, el sistema de cuidados para la recuperación económica y el avance democrático.
No nos creen ni reaccionan cuando nos expresamos en términos de vulnerabilidad, cuando insistimos en que por miedo, muchas noches, aceleramos el paso y con el paso el latido del corazón cuando vamos solas por las calles. Tampoco nos creen quienes más deberían -porque para protegernos están- y nos duele en lo más profundo, cuando en un juicio declaramos que entramos en shock cuando 5 hombres nos meten en un patio en un rincón y nos desnudan mientras nos penetran 11 veces por todos los orificios. No nos creen cuando sin expresarlo decimos que cerramos los ojos para no pensar que es real y no la peor pesadilla de nuestra vida lo que estamos viviendo, sabiendo que si reaccionamos pueden matarnos, como tantas otras veces sabemos que ha pasado. No somos heroínas, somos mujeres vulnerables ante cinco bestias capaces de satisfacer en “manada” sus necesidades más básicas y de la manera más primitiva y exhibirlas a modo de trofeo en sus redes.
A nosotras aún no nos creen, pero ya nos escuchan. Nuestra voz es cada vez más sonora y sorora, más visible, y más unitaria pues a nuestra lucha se suman miles de hombres que creen en un mundo igual y salen a pelear por lo que es nuestro, de nosotras, de sus amigas, sus parejas, sus hijas y sus madres. Ya no hay rincón ni espacio institucional donde esta voz no llegue y remueva conciencias y surjan las reacciones y las propuestas de solución.
Hoy hay algunos jueces incómodos por las protestas multitudinarias en la calle de todas las ciudades contra el fallo de la “manada”. Algunos jueces de este país se defienden, mientras otros muchos reconocen que otra resolución era y es posible, porque otra interpretación con las mismas normas era necesaria. Reconocen que les hace falta mucha formación en igualdad y violencia de género, y lo sostienen sumamente conscientes de que la justicia no puede darle la espalda a la sociedad. Ello no significa que la ciudadanía les dicte el sentido de las sentencias, sino que la justicia no genere con sus decisiones desconfianza y sentimiento de desprotección a las víctimas.
Seguimos asistiendo en pleno siglo XXI a múltiples ejemplos de un Estado patriarcal que impregna todos sus poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) e instituciones, y que sigue arraigado en la sociedad misma. Son necesarios múltiples cambios y las mujeres hoy estamos en inmejorables condiciones de impulsarlos. Hoy ya nos oyen, nos escuchan. Hoy siguen ladrando, porque nosotras cabalgamos.
Fabiola Meco es portavoz adjunta y diputada en las Corts Valencianes de Podem