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La gestión de la DANA y sus mentiras ponen a Mazón contra las cuerdas
Los catedráticos y jefes de mantenimiento que 'salvó' a 1.718 alumnos en la UV
Opinión - Lo siguiente era el fascismo. Por Rosa María Artal

El grupo de catedráticos, decanos y jefes de mantenimiento que 'salvó' a 1.718 alumnos en la Universitat de València

Los correos de aviso del lunes y martes en la Universitat de València

Raquel Ejerique

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El Comité de Emergencias de la Universitat de València (UV), con 50.000 alumnos, no está formado por físicos ni geógrafos ni meteorólogos, sino por un grupo de vicerrectores, vicerrectoras, catedráticos o jefes de seguridad y edificios. Está encabezado por la rectora, Mavi Mestre. Se creó para proteger a la comunidad universitaria ante adversidades de todo tipo, desde lluvias a alertas terroristas, pasando por terremotos, viento o cualquier inclemencia o suceso que pudiera poner en riesgo la vida de las personas que allí estudian y trabajan. Es también el que se enfrentó a la pandemia y sus riesgos en 2020.

Cuando llegó el fatídico martes 29 de octubre, en los campus de la UV no había alumnos porque el día anterior este comité había decidido anular las clases tomando una decisión tan precavida como polémica: decretaron el nivel 2 de su protocolo –clases canceladas– cuando no había caído casi una gota ni se sabía dónde iba a caer. “Ojalá nos hubiéramos equivocado”, explica Justo Herrera, vicerrector de Economía e Infraestructuras y una de las personas que coordina el comité.

De hecho, el anuncio universitario fue objeto de críticas por parte del mismísimo president de la Generalitat. Carlos Mazón comentó en una reunión informal al final de la mañana del martes, en público, que en la Universitat habían sido “muy exagerados” y que la DANA estaba bajo control, según ha podido saber elDiario.es de fuentes presentes en el Palau de la Generalitat.

“En la Universitat sabemos que, cuando reaccionas tarde, el problema se multiplica”, cuenta Herrera, doctor en Economía, que admite con humildad que han ido aprendiendo con errores cometidos. Si lo hubieran dejado pasar, se habrían visto de pronto el martes en un riesgo nivel 4, el máximo en la UV, con miles de alumnos dentro de las facultades. “Con ese nivel de riesgo los tienes que dejar dentro de los edificios, ya no pueden moverse, debes coordinar cómo atenderlos, hablar con los alcaldes y gestionar las evacuaciones... Somos muy conscientes de que un riesgo es mejor que no les pille aquí dentro ni en tránsito”.

Según los últimos datos oficiales de la Universitat, hay 1.718 alumnos que viven en l'Horta Sud, la zona cero de la tragedia. Aunque no todos se hubieran desplazado, si no se hubieran cancelado las clases muchas de esas personas hubieran estado yendo o viniendo por carreteras que quedaron anegadas, aumentando la tragedia que se desencadenó a primera hora de la tarde. A esa cifra hay que sumar los empleados o docentes que vivan en esa zona.

¿Qué herramientas utilizó el Comité de Emergencias –que incluye decanos de campus, vicerrectores de Patrimonio y Estudiantes o jefaturas de mantenimiento y cambia de composición según el tipo de peligro– para llegar a activar una alerta, mientras el Ayuntamiento de Valencia abría colegios y la Generalitat minimizaba los riesgos? “Nosotros bebemos de las mismas fuentes, los partes que dio la Aemet y los avisos que dio Emergències de la Generalitat Valenciana en sus redes”.

Es decir, con menos información al minuto y sin departamentos especialistas tomaron una mejor decisión. Herrera lo explica con un argumento. “Gestionar el riesgo no va tanto de saber mucho de algo, sino de gestionar y de saber pilotar el momento”. Cree que la pluralidad del comité ayuda mucho, porque hay muchos estamentos y ámbitos representados, desde los que se encuentran las goteras, como los que han visto árboles doblándose o los que conocen las debilidades de su campus o han palpado el ambiente entre los estudiantes. “Llegan muchos puntos de vista. Todos esos matices ayudan, porque aquí [en la gestión de riesgos] no hay verdades absolutas”. Además, cerrar los campus es una decisión que, si se demuestra exagerada, no tiene enormes consecuencias.

Lunes. Un día antes de la DANA

El lunes a las 10.30 h, el grupo de emergencias de la UV se comunicó por mail y se puso sobre aviso: Aemet daba una alerta naranja. “Nuestra comunidad se desplaza por transporte público y carretera, la movilidad aquí es muy importante. No se sabía dónde iban a caer las lluvias, en ese momento pensábamos que en el campus de Ontinyent, como la última vez”.

A las 17.30 se actualizó la situación y parecía que no era buena. Hubo un debate sobre si decretar el nivel 1 de riesgo (se suspenden las actividades de asistencia obligatoria, como exámenes o entregas) o el nivel 2 (suspensión total de clases). “Pero a las 19.30 tomamos la decisión de que era prudente cancelar las clases, después de que vimos que en Enguera y algunos municipios de la zona metropolitana los alcaldes empezaban a cerrar los colegios”. En ese momento “el comité está de acuerdo y a las 20 horas, lanzamos un comunicado”. Se difundió masivamente. Como saben que los estudiantes abren poco el correo, lo enviaron por redes y listas de difusión, que podían ser reiterativas, pero aseguraban que todo el mundo se enteraba.

Martes. Unas horas antes de la DANA

El martes por la mañana es cuando la Aemet decretó el aviso rojo por lluvias. La UV había suspendido las clases, pero sí había ido a trabajar el personal, había actividad administrativa y de servicios. “Volvimos a reunirnos, ahora físicamente en el edificio del Rectorado”. Ahí se hizo un repaso de las incidencias que habían dejado las lluvias anunciadas. “Eran muy pocas”.

Como en todo este terrible episodio, el cielo no anticipó los peligros de lo que se venía, al igual que hubo pueblos anegados donde no cayó una gota. “Esa mañana repasamos si había cubiertas afectadas, si había habido desprendimientos, arbolado dañado, si había que balizar... Son los protocolos habituales, que no se evidencian hasta que fallan”.

Con la alerta roja de Aemet el comité decide dar un paso más a media mañana: “El panorama apunta a que el área metropolitana que nos rodea se puede complicar y tenemos aquí gente trabajando. Ante la duda de no poderlos mandar a casa luego, los mandamos en ese momento”. El mail que se envía a la comunidad educativa elevando el riesgo a nivel 3 –se suspende toda la actividad en los campus– es de las 12 del mediodía. “Nuestra gente estaba ya en casa cuando todo empezó”. 

Tras la falta de gestión de prevención y aviso de la Generalitat, el comportamiento de la Universitat se ha puesto como ejemplo. Herrera está satisfecho de haber contribuido a la seguridad, aunque admite que el coste de ser demasiado prudente es más bajo en su ámbito que en el de una administración: “Pecar de alarmistas en nuestro caso no tiene tantas consecuencias, es perder un día de clase”, lo que les da más libertad para centrarse en los riesgos. “Yo creo que nuestro funcionamiento es bastante eficaz y le ponemos atención”, concluye Herrera.

Según los últimos datos recabados por la Universitat de València, después de las inundaciones hay 9.300 estudiantes y 1.700 trabajadores que no pueden acudir a los campus porque tienen problemas de movilidad o se han dañado las carreteras. Acaban de aprobar que las actividades de la UV serán online hasta el 5 de diciembre, como el resto de universidades con campus en la provincia y a instancias de la Generalitat Valenciana. “Para las personas que han sido directamente damnificadas, ni se contempla que se reincorporen y les ayudaremos en todo”, concluye Herrera, una de las personas que lo vio venir y pilotó la alerta.

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