Es habitual que la investigación y la publicación de libros de historia responda a las preocupaciones del presente. No siempre es así, evidentemente. A veces la investigación y los estudios históricos guardan un margen de autonomía, mantienen una dinámica alejada de las urgencias y las necesidades de la actualidad. Afortunadamente, podríamos decir. Pero la difusión y el eco públicos de la investigación -y determinados impulsos o financiaciones-, no nos engañamos, tienen muy a menudo que ver con una agenda ligada al tiempo que se vive. A las polémicas y debates actuales, a los temas no resueltos, a las cuestiones abiertas que afectan a la vida pública y la política del tiempo presente. Incluso estudios en principio remotos, relativos a la edad media (“desde cuando somos valencianos”) o a la prehistoria (el uso ideológico de los íberos o de la Dama de Elx) tienen mucho que ver o han recibido estímulos directos de la actualidad.
Un caso muy claro en este sentido, ya en clave de presente histórico, es el debate sobre la transición democrática, que no se ha agotado ni mucho menos. Está más vivo que nunca. ¿Hubo un “pacto de silencio”? ¿Se cerró en falso? ¿Fallaron las fuerzas políticas de la oposición aceptando demasiado de prisa los imponderables -las rémoras, las imposiciones- de los herederos del franquismo? ¿Vendieron a un precio demasiado bajo la cuota de legitimación democrática que podían ofrecer, aceptando la continuidad de los aparatos de Estado, de la judicatura, de la policía, así como la forma de Estado monárquica? ¿Por qué no hubo referéndum sobre monarquía/república? ¿Por qué no se estableció un sistema federal o no se garantizó el derecho a la autodeterminación?
Son muchos los interrogantes abiertos y por eso las obras sobre la transición -que además fue escenario, en el País Valencià, de un conflicto virulento en torno a los temas identitarios- despiertan un gran interés. Y orientan la investigación de toda una pléyade de jóvenes investigadores e investigadoras. Así, se han ido publicando varios libros sobre la transición y los partidos que influyeron. Recientemente, libros sobre el PSPV, el PCPV y la UDPV. Anteriormente, había habido aportaciones tan relevantes como Roig i blau, la transició política valenciana, de Alfons Cucó, o La cara secreta de la política valenciana, de Jesús Sanz, reeditado en 2019 por la Institució Alfons el Magnànim, que también ha recuperado las crónicas coetáneas -muy valiosas- del periodista Jaime Millás.
Todos son libros no solo interesantes, sino imprescindibles, a los que habría que añadir también los volúmenes centrados en aspectos tan lamentables del proceso político de los años setenta y posteriores como la llamada Batalla de Valencia y el anticatalanismo o blaverismo. Libros como por ejemplo Ofrenar noves glòries, de Vicent Flor, o No mos fareu catalans, de Francesc Viadel. Sobre el PCPV y la cuestión nacional la historiadora Vega Rodríguez-Flores ha publicado un libro capital, que abrirá caminos, Fer País. Comunismo valenciano y problema nacional (1970-1982), que profundiza en un momento clave de la evolución, ascenso y crisis del partido comunista en el País Valencià. Los años setenta fueron un tiempo de grandes expectativas y también de frustraciones. El arco temporal que cubre el libro de Vega Rodríguez-Flores -al que dediqué atención recientemente en este mismo medio- está claramente delimitado: 1970-1982, y se centra especialmente en la problemática nacional, es decir, la manera como el comunismo valenciano enfrentó el hecho nacional y el proceso autonómico. Se aprenden muchas cosas en las páginas de esta aportación historiográfica sobria y rigurosa, que nos da también una lección de método.
Aun así, la lectura de este libro de Vega Rodríguez-Flores sugiere interrogantes. Más bien, estimula la curiosidad y el interés por la etapa anterior a su relato, al arco temporal que delimita su estudio. Porque antes de Palomares hubo vida en el comunismo valenciano.
Antonio Palomares Vinuesa (1930-2007) es uno de los protagonistas del libro de Vega Rodríguez, y es lógico que sea así porque fue secretario general del PCPV y cabeza visible de una de las tendencias de este partido. Nacido en Albacete y exiliado muy joven junto a su padre en Francia, había llegado a Valencia en 1967, enviado clandestino de la dirección del PCE para hacerse cargo y reorganizar el partido, diezmado por caídas sucesivas. Hacia finales de 1968 él mismo fue detenido y torturado salvajemente por la policía franquista en la Jefatura de Ferran el Catòlic. Aguantó con una firmeza impresionante. Miembro del Comité Central del PCE y discípulo de Santiago Carrillo, a partir de entonces se convirtió en el referente organizativo del partido comunista en València, y como tal tuvo un papel destacado en la época de la transición, en la negociación del Estatuto de Autonomía y en la representación parlamentaria (fue dos veces diputado al Congreso).
Se puede decir, en general, que la época anterior a Palomares ha caído en el olvido. Como si no hubiera existido. De hecho, Palomares fue una especie de punto y aparte, o al menos así se le ha visto. No se recuperaron, con escasas excepciones, los antiguos militantes activos antes de su llegada. Una de estas excepciones fue sin duda Doro Balaguer, el otro referente del PC en València, por su peso específico y trayectoria. Pero además de Balaguer y de Emèrit Bono -piezas clave del partido durante la transición, o de Pilar Soler- había habido muchos más. Los diferentes equipos y militantes que mantuvieron la llama durante los años cincuenta y primeros sesenta. Gente, por ejemplo, como Enric Blanes, Antonio Conca, Emeterio Monzón, Garcia Esteve, Molina, Esenciales, Llinares en Alcoi o Miquel Lluch en Sagunt, y tantos más. En cierta medida, el difuminado de los antiguos miembros activos del partido era lógico, dado el rejuvenecimiento muy marcado de la base militante. Al partido se incorporaban las nuevas hornadas de obreros, estudiantes e intelectuales formados en el antifranquismo. Como fue el caso de Antonio Montalbán -joven obrero venido de Córdoba- o de Ernest Garcia -joven intelectual procedente de Alicante. Los militantes que habían sufrido la represión, que se habían tenido que exiliar y habían retornado (caso de Blanes), quienes habían permanecido durante muchos años en prisión (Conca, unos 24 años), algunos afectados por la decepción o la desconexión respecto de la organización, tenían un encaje difícil en la nueva situación. Palomares, por otro lado, tenía claro que mandaba y se apoyó en gente como Pedro Zamora o Pepe Galán. A la vez, no paraba los pies a los ortodoxos que miraban de reojo al nuevo movimiento obrero, a la autonomía de acción de Comisiones Obreras y sus líderes, a los que querían controlar de cerca, y que además blandían un obrerismo falso, de fachada, contra las nuevas incorporaciones de profesionales o intelectuales al PCPV, atraídas por el dinamismo y la efectividad del partido y la política de puertas abiertas (la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura).
Entre unos y otros no se hizo ningún esfuerzo para reconstruir un tejido de partido anterior y para reconocer y destacar la aportación, a menudo heroica, en la guerrilla primero, y después en las difíciles condiciones de los años 50 y 60, de tantas personas sacrificadas que mantuvieron la presencia y la actividad del partido comunista en tierras valencianas.
Alguien tendría que hacer un estudio detallado de esta historia anterior, para captar más a fondo las claves de la evolución del PCPV, su desarrollo y la crisis posterior. Raíces demasiadas escuálidas, seguramente, que no pudieron resistir al huracán que se venía encima y que acabó abatiendo un árbol que había sido frondoso. Al menos durante un breve, pero decisivo, momento histórico.