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Y le hicieron la campaña…

Simón Alegre

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Después de la que estaba cayendo para el PP (a nivel interno y, sobre todo, tras su minorización en las elecciones catalanas correlacionada con la eclosión de Ciudadanos), va el CIS y le lanza un inestimable balón de oxígeno a Mariano Rajoy.

Que la política son sensaciones, más que cifras, es una realidad que observamos cuando hablamos con el comerciante de debajo de casa y nos confirma que no acaba de observar esa recuperación económica con la que nos bombardean -día sí, día también- el Gobierno, los medios de comunicación y algunas agencias de rating.

Por lo tanto, ¿qué sucede para que se aprecie esa subida del PP en un escenario tan complicado para los conservadores? El aumento de la preocupación por el nacionalismo (periférico, no por el nacionalismo español, otra trampa del lenguaje) parece correlacionado con un incremento de la confianza en el PP como dique de contención entre quienes se manifiestan concernidos por este asunto.

Eso y la misma dinámica de la arena estatal, en la que un partido con plena vocación estatal, como el PP, juega mejor que sus adversarios, en una campaña en la que los temas locales quedan reducidos a la mínima expresión. Entre otras cosas, por el efecto nacionalizador (español) de los mass media.

De hecho, un tema local con obvia extrapolación estatal termina por acaparar el predominio de la agenda de campaña. El proceso soberanista catalán propicia engrosar los caladeros de votos del PP a lo largo y ancho de esa España transversal con vocación de Castilla ampliada.

Los análisis no han de centrarse, en este caso, en los pésimos resultados obtenidos en los comicios catalanes. A nivel electoral, Cataluña, igual que Euskadi (véase la dimisión de Arantza Quiroga), ha sido sacrificada en el altar de la España Una del PP. Por auténtico interés, legítimo por su parte, en la unidad de España. Y por mera estrategia de captación de votos allende sus fronteras, también.

El PP se mueve como pez en el agua en esta tesitura y la corriente arrastra, en una ola de lealtad institucional-nacional (y fuera de toda duda, por otro lado) al PSOE de Pedro Sánchez. La ciudadanía, en líneas generales, no entiende –ni tiene intención de hacerlo- de federalismo (a pesar de los rasgos federalizantes del Estado de las Autonomías). Y, además, este sistema conlleva un componente de simetría que no desean ni los nacionalistas periféricos ni los estatales. Entretanto, quienes tratan de defender posiciones contemporizadoras entre las dos orillas, corren el riesgo de ahogarse en el revuelto mar de la polarización, como Catalunya Sí que es Pot.

El hieratismo de Rajoy, aparte, ha tenido un premio adicional. Los tempos del proceso catalán parecen diseñados por Pedro Arriola para ser investido en salvador de la patria de coyunturas excepcionales.

No en vano, las reuniones con los líderes políticos tienen mucho que ver con esta metáfora preparatoria de líder de gobierno de concentración. Y, en este aspecto, sí que considero que, como político, hay que reconocer un acierto a Rajoy. Su estrategia de reunir al resto de cabecillas partidistas y, de alguna manera, compartir responsabilidades, le descarga un tanto de presión y aleja tics autoritarios del pasado de su formación. Es algo que el soberbio Aznar soslayó en el anterior momento más crucial de la historia reciente de España. Hasta el Lehendakari Ibarretxe se hubiera puesto a su disposición. No lo hizo, su Gobierno mintió alevosamente y los resultados los conocemos todos…

Del Rajoy que enviaba mojigatos SMS a Bárcenas para que aguantara y no podía contener la corrupción en su propia casa al que invoca la proporcional intervención de los mecanismos del Estado no media una distancia tan significativa.

¿Acabará Mariano también hablando catalán en la intimidad?

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