Hubo un tiempo en el que la alegría bañaba la playa de la vida. La tristeza alcanza su cuota máxima cuanto más feliz se ha sido. Pensaba esto el otro día cuando mi cabeza empezó a juntar vidas aparentemente ideales, tanto de gente corriente como de personas exitosas, que sufren depresión. Todo iba bien hasta que la mente empezó a golpear. Casi siempre hay un catalizador que pone en marcha el proceso. A veces es la propia fama la causante de los problemas mentales; otras veces son cuestiones como una enfermedad, la muerte de un allegado, el acoso laboral... Sea cual sea la razón, ahí está la mente en su versión más capciosa alimentando los demonios íntimos para hacer mella en nuestra vida.
En España hay dos millones de personas afectadas por una de las enfermedades más graves, menos reconocidas y más estigmatizadoras socialmente: la depresión. Somos el cuarto país de Europa en número de casos, después de Alemania, Italia y Francia. La depresión constituye una de las dolencias más invalidantes y con una importante carga de morbilidad. Desafortunadamente, depresión y suicidio van demasiadas veces de la mano. Y los últimos datos de suicidios en España, correspondientes al año 2017, son estremecedores: un total de 3.679 personas fallecen por esta causa (más de diez personas cada día), lo que duplica el número de muertes por accidentes de tráfico.
Como si la vida no fuera dura de por sí y las malas pasadas que somos capaces de gastarnos. Tengo un amigo muy cercano que está pasando por este trance. Objetivamente lo tiene todo, pero me cuenta que ya no disfruta haciendo lo que hace; que se siente inútil y frágil; que es como si hubiera perdido su identidad; que le aterra quedar con gente y que muchas veces se pregunta si merece la pena continuar. La carga de sufrimiento es insoportable, me confiesa. Es incapaz de dormir más de cuatro horas seguidas, ni siquiera con medicación. Aun así sigue trabajando, lo que constituye toda una proeza. Con todo, lo que peor lleva es haber dejado de soñar. Hace dos años que no recuerda sus sueños. Ni siquiera los tiene despierto.
A veces la vida se convierte en una emboscada o en un huracán que pone todo patas arriba y no queda otra que luchar. Estas palabras están dirigidas a esas miles de personas que conviven a diario con el tirano más íntimo, con el que mejor nos conoce: nuestra mente. Me gustaría decirles a todos esos combatientes que, en algún momento, la mayoría hemos estado tentados a sucumbir, a sabotearnos, a dejarnos caer como consecuencia de frustraciones, de desilusiones y de fracasos que hemos magnificado. Pero aunque deshacerse de todas la inseguridades es imposible, de hecho, incrementan según se vive, lo que sí podemos hacer es apartarnos del precipicio y coger cierta distancia. Al final quiero pensar que volver a soñar es solo cuestión de tiempo.
*Magda R. Brox es periodista de la Universitat de València. Centre Cultural La Nau.