Cuando a un ser humano, hombre, mujer, niña o anciano, se le deniega la atención médica por el simple hecho de “no tener papeles”, se comete un acto de crueldad impropio de una sociedad que se tenga por decente y justa. Cuando a un enfermo, que puede estarlo de la peor, más mortal y contagiosa de las enfermedades, se le impide ingresar en un ambulatorio u hospital público, se comete un acto de estupidez colectiva y de temeridad inaceptable en cualquier estado avanzado. No seré yo el que censure a los jueces y juezas, que con todo el derecho y la legitimidad que sin duda la Constitución Española les otorga, con su voto en contra, acabaron con el decreto que garantizaba la sanidad universal en el territorio valenciano. Sus señorías son gente culta y formada y sus razones tendrán para derogar una norma, cuyo espíritu coincide, palabra por palabra, con las oraciones que se rezan en sus parroquias. Como juristas tienen todo mi respeto, pues no soy yo nadie para decir si cuando entonan sus plegarias en realidad las entienden o se limitan a murmurarlas mientras aguardan la única hostia que esperan recibir en los días que les quedan.
Pero es que esto no va de qué modelo sanitario es mejor o peor. Esto no va de competencias administrativas. Esto va de derechos humanos. Y en derechos humanos todos somos competentes. Esto va, casi casi, de neuronas. Esto va de gente dispuesta a poner por encima de la propia salud y la de aquellos a los que gobiernan, una visión del mundo, la suya, que lo convierte en un espacio compartimentado de dignidades y derechos.
No tengo problemas yo con eso la discrepancia. ¿Pero qué quieren que les diga? En general, y particularmente por estas fechas, sí con la hipocresía. Y es que en estos días tan navideños, tan de fraternidad y tan de paz y amor en el mundo pero solo a los hombres y solo a los de buena voluntad (vayan ustedes a saber en qué oficina expiden ese certificado) me afecta especialmente ver pasear por las casas de caridad a quienes en nochebuena repartirán sopa a los mismos a los que después de Reyes les van a negar el paracetamol o la quimioterapia.
Están en mi pais, duermen en mis calles, se refugian bajo mis árboles, mis puentes y mis portales sin buey y sin mula. Son mi suerte y mi responsabilidad. Son mis hermanos y hermanas en una nación, en un estado, en un puñetero sistema sanitario que de no ser universal no tendrá nada ni de sistemático ni de sano. Hacer efectiva la vigencia de unos derechos que nadie tiene la potestad de otorgarles porque nacieron con ellos -a la salud, la dignidad y la vida- es una de esas decisiones que por si solas legitiman a un gobierno y que más allá del recuento diario de aciertos y errores al que algunos parecen haber condenado a la consellera Montón la invisten de una cualidad que no adjudica ningún nombramiento y de la que nadie podrá despojarla después de una destitución: la decencia.