Nunca pensé que Fugazi, una de mis bandas favoritas, tuviese nada que ver con el urbanismo y las políticas públicas. Tampoco había caído hasta ahora en que mis años en un grupo de rock noventero autogestionado, de dedicación casi profesional pero resultados amateurs, hubiesen dejado rastro alguno en la manera de enfocar mi trabajo.
Pero la relación entre la música y la geografía económica es más potente de lo que pensaba, con una actividad productiva -especialmente la creativa- donde el rol de las escenas, los gustos, las estéticas, tiene un peso creciente.
La ética DIY (do it yourself/hazlo tu mismo), el paradigma de la manera punk de hacer las cosas, nació en UK pero tomó relevancia en USA (con la oleada de grupos capitaneados por Fugazi, mirad este documental) como una reacción implícita a un contexto institucional específico. Los ochenta se caracterizaron por la puesta en duda de las políticas públicas existentes y el gobierno burocratizado, que protagonizó un proceso neoliberal de privatización. El Do-It-Yourself fue una reacción radicalmente transformativa a unas instituciones de las que no cabía esperar nada [1].
En el momento presente, dónde la acción del gobierno se ha sumergido (lo expliqué aquí), aparecen las prácticas urbanas punk (Do-It-Yourself) que recuerdan a la escena musical y la subcultura underground de finales de los ochenta, pero con una perspectiva más amplia, reflejando la percepción generalizada que se tiene del gobierno y las políticas públicas como agentes exógenos [2].
El urbanismo punk nace entonces cuando los ciudadanos deciden realizar acciones directas de mejora urbana sin tener que esperar a que sea la gestión pública quien lo haga. Cuando el gobierno sumergido ha tenido por consecuencia una creciente complejidad en los procesos de planeamiento, ha permitido acuerdos público-privados poco transparentes, controla y privatiza el uso de los espacios públicos, renuncia a hacer determinadas públicas -especialmente culturales, de juventud y/o de empleo- y, al mismo tiempo, deja libre un montón de espacio infrautilizado.
Identifico tres niveles de urbanismo punk que, surgiendo del mismo caldo de cultivo, tienen implicaciones distintas:
La forma más básica de urbanismo punk es el uso de la ciudad do-it-yourself: el urbanismo tradicional ha querido vendernos un futuro que nunca llega pretendiendo ofrecier soluciones homogéneas cerradas. Pero como el diseño urbano no ha sabido (ni tiene por qué saber) anticipar todos los usos que se pueden dar en la ciudad, el uso de la ciudad punk son las prácticas espontáneas que aprovechan los espacios, algunas veces transgrediendo las regulaciones absurdas. Como ejemplo de uso de la ciudad punk tenemos las plazas yermas que rodean grandes equipamientos culturales usadas por skaters, los jugadores de volley en los descampados de las periferias, quien aprovecha aparcabicis como un banco para sentarse, o los cruces en diagonal cuando los pasos de cebra están mal diseñados. La foto muestra una plaza de Oporto donde los ciudadanos, cansados de tener que dar una vuelta, han generando su propio camino y la forma del espacio se ha adaptado a ellos.
Un paso más allá es el diseño urbano do-it-yourself (este artículo de Gordon Douglas lo explica): en contraposición a los movimientos políticos organizados el diseño urbano DIY representa un simple deseo (y el derecho percibido de cumplirlo) de reformar la ciudad construida según los propios criterios. Refleja también un sentimiento de hastío y frustración ante el planeamiento urbano y el sentimiento común de que el ayuntamiento, en ningún caso, lo haría igual de bien. Algunos de los proyectos son parte de iniciativas más amplias (como series de las mismas intervenciones en diferentes lugares, incluso diferentes ciudades), pero la mayoría son solo creaciones esporádicas en lugares específicos. Algunos conectan sus acciones con posiciones ideológicas difusas (como el ecologismo), pero muchos otros niegan o no son conscientes del impacto político de sus acciones. El diseño urbano punk une entonces la práctica espontánea con la mejora física de la ciudad: desde la instalación de bibliotecas temporales en cabinas telefónicas, instalaciones artísticas, mejoras en el espacio público, tenderetes ilegales, pintada de vías ciclistas, etc..
El nivel más avanzado es la gobernanza do-it-yourself: supone una vocación de permanencia e introduce mecanismos de gestión urbana colectiva al margen del sector público. La gobernanza punk es consciente de sus implicaciones políticas y genera alianzas entre los movimientos underground, asociaciones de vecinos, empresarios y ciudadanos no organizados, que trabajan temporalmente para mejorar (¡no sólo reclamar!) y gestionar sus barrios. En Valencia tenemos ejemplos interesantes como el caso de la Asociación de Vecinos de Benimaclet con su intención de realizar un concurso abierto de ideas para el PAI de Benimaclet-Est, Ciutat Vella Batega, Russafa Cultura Viva, etc.
La contra, argumentada por Barbara Ray (en este artículo), es que algunas de las mejoras urbanas no son ni siquiera bienvenidas y que el urbanismo DIY recibe críticas por ser simplemente la más reciente de una serie de iniciativas para transformar el espacio público para los gustos de aquellos a los que la ciudad quiere atraer. Afirma acertadamente que vivir en una ciudad significa aprender a respetar los distintos puntos de vista -a menudo en desacuerdo con los propios-. A pesar de que el Urbanismo DIY consigue que las cosas se hagan -y nadie duda que los Ayuntamientos pueden no ser eficientes- lo que se necesita arreglar depende muchas veces del ojo del espectador. Además de que a pesar de que los espacios públicos y las vías ciclistas son fantásticas, los problemas más difíciles -acceso a la vivienda, educación, pobreza- casi nunca aparecen en la agenda.
Pero lo verdaderamente importante del urbanismo DIY, al igual que la escenas musicales DIY, es que significa que unas personas cansadas de ser solo consumidores del espacio, la música y las políticas públicas, pasen a ser agentes activos.
Notas:
[1] Willis, S. (1993) ‘Hardcore: subculture American style’, Critical Inquiry, vol. 19, no. 2, pp. 365–384.
“La vida cotidiana en el capitalismo de finales del siglo XX es un terreno de conflicto, cuyas ricas muestras de inventiva cultural marcan la intensidad de las contradicciones no resueltas. El desarrollo del hardcore como subcultura es una manera en que los adolescentes expresan las contradicciones de un sistema que los degrada como trabajadores y presume de ellos como consumidores. La problemática del hardcore es el problema del capitalismo.”
[2] Polyak, L. (2013). The Rules of Space: Regulation and Resistance in Budapest’s Public Spaces. In: E.T. Bertuzzo, E.B. Gantner, J. Niewöhner, H. Oevermann (eds.): Kontrolle öffentlicher Räume. Unterstützen Unterdrücken Unterhalten Unterwandern, LIT Verlag, Berlin
“Cuando el hardware de la ciudad -la arquitectura y el urbanismo- fallan, es el software -el uso de la ciudad- el que ha de crear el marco para que la ciudad funcione. Cuando la separación artificial de funciones (residencial, industrial, comercial y de ocio) de la ciudad moderna demuestra ser obstructiva en lugar de permisiva, cuando el gobierno abandona a sus ciudadanos más pobres, estos últimos no tienen otra elección que reinventarse transgrediendo las regulaciones”. (Polyak) [2]
*La semana pasada se celebró en Porto el Congreso Internacional “Keep It Simple, Make it Fast: Underground Music Scenes and DIY Cultures”, dónde presenté la ponencia “Do-it-Yourself Urbanism: roots, transformed spaces and economic implications”