Sálvese la Unión, o sálvese quien pueda
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La Unión Europea pasa por un momento difícil, que desafía gran parte de lo que ha significado el proyecto europeo: La unión como fortaleza, tanto económica como geopolítica. La identidad europea, una raíz común celebrada a través de la diversidad de las culturas que la integran. Afrontar los conflictos entre todos los países miembros en solidaridad unos con otros. La intención de expandir el respeto a los derechos fundamentales más allá de las fronteras de la Unión.
Crisis existencial o no, la desestabilización del orden geopolítico mundial de las últimas décadas, y no solamente en Europa, podría terminar en un fracaso de dimensiones enormes para la UE y una vuelta a la Vieja Europa que, por lo visto, es muy añorada. Pero no podemos permitirnos el fracaso del sueño europeo, construido sobre los cimientos de una Europa decidida a no volver a pasar por otra Gran Guerra.
Crisis financiera, austeridad y mala gestión
Probablemente los problemas más graves comenzaron con la crisis financiera de 2008. El estallido de la burbuja de las hipotecas subprime que acabó con uno de los bancos de inversiones más grandes de EEUU, Lehman Brothers, y provocó un efecto en cadena que dinamitó la economía mundial. Algo fuera del control de los ciudadanos europeos y de sus dirigentes políticos.
La respuesta a la recesión económica fue la austeridad, y se pidió a los ciudadanos apretarse el cinturón y sufrir para el bien común. En palabras de Loukas Tsoukalis, “una combinación errónea de políticas que agravó y prolongó la recesión”. Algo que ha resultado en la pérdida de producción y puestos de trabajo, y en el incremento de las disparidades económicas y la fragmentación política.
En las elecciones europeas de 2014, los programas de los partidos tradicionales seguían haciendo mucho énfasis en minimizar el déficit mientras los nuevos partidos populistas y de ultraderecha comenzaban a conseguir buenos resultados.
Sami Nair, en su libro “El desencanto europeo”, concibe esta crisis como estructural y focalizada en la desregulación del sistema económico y financiero internacional. Pero explica también que, de algún modo, el relato predominante ha conseguido atribuir la culpa de la recesión al Estado, pintándola como una “crisis de la deuda” provocada por el aumento de gasto estatal y que obvia el verdadero origen de la recesión: una especulación exacerbada de entidades financieras totalmente descontroladas.
Populismo eurófobo y antiglobalización
Así aparece una de las mayores amenazas del statu quo europeo: el populismo. Ahora bien, cabe recordar que los fallos de la UE, que los ha tenido, han consistido en errores de juicio a la hora de arreglar aquel desastre económico, pero el verdadero culpable de este fueron el sistema financiero y la desregulación. Es importante tenerlo en cuenta en todo momento.
Pero con esta narrativa empiezan a surgir nuevos movimientos sociales en contra de la Unión Europea que pasa de ser, en la conciencia colectiva, la solución de todos los problemas a ser, en sí misma, el principal problema, como expresa Pablo R. Suanzes. La UE se convierte para ellos en la diana, el enemigo, esa institución supranacional que nos fuerza a aplicar la austeridad.
Los conflictos internos de la UE se potencian y multiplican en estos momentos de tensión. Los grandes creen que son arrastrados al vacío por los pequeños. Los pequeños creen que los grandes amenazan su identidad nacional y sus particularidades culturales mientras imponen valores ajenos a cambio de su apoyo. La inclusión de los países del Este crea conflictos de varios tipos: inmigración indeseada, deslocalizaciones industriales y dumping social. Por otro lado, el norte, particularmente Alemania, ha impuesto sus intereses creando una fractura con el sur, que se ha visto más perjudicado por las decisiones tomadas. Esto se ejemplifica con tasas de paro que han sido superiores al 25% en España y Grecia mientras Alemania y Austria se acercaban al 5%.
El Banco Central Europeo y el euro son otro motivo de conflictos. Las naciones han perdido su capacidad de control sobre sus propias monedas. No pueden devaluarla. No pueden emitirla. No pueden controlarla. Está bajo el control del Banco Central Europeo. Y la labor del BCE no ha sido del todo satisfactoria. Primero, porque se posiciona con el grupo norte -Alemania, esencialmente- en las diferencias norte-sur. Por otro lado, la entidad ha sido señalada como uno de los culpables de una segunda recesión importante de la economía europea en 2011. Jean-Claude Trichet, presidente de la entidad en aquel momento, decidió subir los tipos de interés -el precio del dinero- creyendo que se acercaban “presiones inflacionistas”.
“Lo que Trichet no fue capaz de anticipar era la llegada de los días más negros para la eurozona: la crisis de deuda que llegó a poner en jaque la supervivencia del euro, y que terminó evidenciando que la subida de tipos no había sido la decisión acertada”, según Víctor Blanco Moro, en elEconomista. A finales de 2011 Trinchet dejaba su cargo y le sustituyó Mario Draghi, quien gobierna el BCE con mucha precaución, quizás demasiada, para no repetir el error de Trichet y anticipar erróneamente una recuperación económica. Draghi se apresuró en bajar los tipos de interés y, desde entonces, se mantienen a niveles muy bajos. Mientras tanto, en Estados Unidos, la Federal Reserve ha subido el precio del dinero varias veces a lo largo de 2018.
A esto se suma la crisis de refugiados, que Gemma Pinyol analiza en este artículo. En 2015, Dimitris Avramopoulos, comisario europeo para Migraciones, defendía que la gestión de las migraciones era una responsabilidad común de todos los países que componen la UE, y no de unos pocos. Sin embargo, no se adoptó un plan comunitario para dicha gestión, dejando que cada Estado tome sus propias decisiones. Esto ha acabado convirtiendo la situación en una cuestión de vulnerabilidad de las fronteras europeas y ha llevado a exagerar la magnitud del efecto que podría tener la integración de los migrantes en las sociedades europeas. Se utiliza la situación para construir una narrativa criminalizadora de los refugiados y un ‘descontrol’ magnificado. En un momento en que la UE es objeto de ataques terroristas con relación a conflictos internacionales, los discursos xenófobos se escriben solos. Y suponen una gran amenaza para la libre circulación de personas, una de las premisas más importantes de la UE.
Todos estos factores generaron descontento y desencanto, claves para el auge de la extrema derecha. En las elecciones europeas de 2014 obtuvieron buenos resultados: en tres países (Francia, Reino Unido y Dinamarca), lideraron los partidos de ultraderecha o eurófobos. En 13 países consiguieron más del 7% de los votos.
El panorama global no facilita las cosas. Thomas Cantaloube, del medio francés Mediapart, lo describe como un “mundo trumpiano”, en el que la elección de Donald Trump en EEUU está transformando el orden mundial, debido a su -muy pública- afinidad con regímenes más autoritarios. Desde su elección, dice, se han multiplicado los ataques autoritarios y liberticidas, cuyos responsables quedan impunes. Hace referencia específicamente al asesinato del periodista Jamal Khashoggi (la administración Trump está evitando al conflicto, aunque los parlamentarios exigen sanciones contra el reino saudí, incluidos Republicanos) o la supuesta detención del primer ministro libanés en Riad en 2017, entre otros. Trump ha criticado muy duramente a la UE y apoya a los partidos que pretenden despedirse de la Unión o movimientos como el Brexit. Lo dejó claro Ángela Merkel: “Hay conflictos a las puertas de Europa. Y la época en la que podíamos confiar en E.E.U.U. se acabó”. En estos momentos Trump es el “campeón” de los populistas, allana el camino para el crecimiento del movimiento antiglobalización, que él mismo encabeza.
Con la mayor economía global cerrándose en sí misma, retirándose de acuerdos internacionales y rechazando la globalización y la solidaridad entre naciones, es de esperar que en el resto del mundo se multipliquen ideas parecidas. Y si lo hace Estados Unidos, ¿por qué no iban a poder hacerlo Hungría, Polonia o Italia? Los europeístas se quedan solos en sus convicciones, en un mundo en el que la colaboración se asocia al fracaso.
Pero es una senda que no debemos seguir, a menos que nos sintamos cómodos con la impunidad de Bin Salmán tras el asesinato de un periodista en su embajada, por ejemplo, un atentado gravísimo a la libertad de expresión. La UE significa, entre otras cosas, la defensa de los valores democráticos dentro y fuera de sus fronteras. Sin la Unión, cada país por su cuenta, seríamos insignificantes geopolítica y económicamente frente a las grandes potencias emergentes del mundo y frente a ataques desacomplejados contra los derechos humanos en regímenes liberticidas. Una Unión más fuerte podría intervenir. La Europa de hoy, dividida y sin apoyo americano, no es capaz de hacer gran cosa.
Crisis existencial
Este trasfondo enmarca la batalla entre europeístas y eurófobos. Pero a pesar de que los primeros hacen todo en su poder por evitarlo, los segundos siguen ganando terreno en elecciones y encuestas. Su mayor fuerza: la transversalidad del movimiento. Realmente, el factor que atrae a los votantes no deja de ser el rechazo a la globalización y el deseo nostálgico de una vuelta a la soberanía nacional, al control total de los asuntos del Estado. Así de simple. Los partidos con esta convicción la priorizan a la hora de tomar decisiones y hacer pactos. Un ejemplo es el acuerdo de gobierno en Italia entre la Liga y Movimiento 5 Estrellas: coinciden en esta idea, pero ideológicamente la Liga se encuentra en la extrema derecha mientras que M5S propone ideas asociadas tanto a la derecha como a la izquierda.
Es interesante la perspectiva que muestra Esteban Hernández, cuando describía al Frente Nacional francés (ahora Rassemblement National), como “lo mismo, pero diferente”, y es que sus ideas son las clásicas del liberalismo, solo que cerrando las fronteras y con la premisa esencial: “lo primero son los nuestros”. Esto es muy revelador: no muestran un rechazo por la desregulación de los mercados financieros, que provocó la crisis.
Algo muy característico de los partidos políticos populistas es la de considerar el mero simbolismo por encima de la substancia política. En un editorial del Wall Street Journal, el diario estadounidense acusa a Trump de haber paralizado el gobierno estas Navidades por nada más que una “pieza de simbolismo político”. Se refieren al famoso muro, para el que necesita sumar 3,4 millardos de dólares a los presupuestos, y quiere hacerlo a la fuerza. El muro de Trump no sería tan “útil” como quiere hacer creer al electorado. La gran mayoría de inmigrantes ilegales en Estados Unidos son aquellos que entran con un visado, acreditados, y se quedan allí después de que caduquen sus permisos. Es decir, con o sin muro, su paso está autorizado en una primera instancia. No es más que un gran monumento simbólico. El ejemplo español es más explícito. Según la web del partido, “uno de los principios que sustenta el proyecto de Vox es la defensa de los símbolos nacionales”.
Mientras tanto, los partidos tradicionales no han sabido reaccionar. Han mantenido sus ideas y han fracasado. O han tratado de frenar los populismos adoptando algunas de sus ideas y radicalizando el discurso. Esto también ha sido un fracaso, cómo ya vimos en las elecciones bávaras.
Tampoco han sabido reaccionar la UE, sus instituciones y los partidos a cargo. Ha ido poniendo “parches”, por lo “lento y engorroso” que es el proceso decisorio, según Tsoukalis, pero no ha podido resolver las cuestiones que preocupan a sus ciudadanos. Como explica Esteban Hernández, “Unos y otros se contentan con llamarles fascistas y escandalizarse con sus propuestas, y creen que con eso les detendrán. Buena suerte”.
Para que sobreviva, debemos replantear la Unión Europea y nuestras propias sociedades, proponer un nuevo proyecto europeo, reinventado, que también sea transversal y se convierta en una de las prioridades de los partidos tradicionales. La reconstrucción de la Unión debería ser el principal objetivo político en los programas electorales en mayo de 2019, como defiende Sandro Gozi. El frente eurófobo ha mostrado fuerza en su unión, más allá de ideologías y fronteras, irónicamente. Los europeístas no pueden permitirse afrontar las elecciones europeas sin un verdadero plan para Europa compartido por todos, incluyendo, por supuesto, a sus ciudadanos. Es fundamental entender que la reinvención de la Unión Europea debe ser un asunto de máxima prioridad. Para ello, lo primero es abandonar las tácticas empleadas hasta el momento y que, evidentemente, han fallado.
Umberto Marengo propone los tres primeros pasos a tomar. Primero, dice, hay que eliminar argumentos similares al de “no hay alternativa” a la hora de adoptar decisiones políticas. Segundo, hay que acabar con la arrogancia y la altanería del “teníamos razón y el público se dará cuenta pronto”. “Sencillamente, esto nunca funciona”. El tercer paso sería escuchar, lo que, considera, es lo más importante de todo. “Los progresistas y europeístas necesitan menos editoriales, y más voluntarios y organización”.
En 2017 la Comisión Europea diseñó un nuevo Libro Blanco sobre el futuro de Europa, mostrando que, a pesar de todo, sí es consciente de las preocupaciones de las naciones de la UE y de la necesidad de definir el avenir de la Unión. El Libro Blanco presentaba cinco opciones, que pueden resumirse como: 1, seguir igual; 2, limitarse al mercado único; 3, hacer más los que quieran, en la medida que estén dispuestos; 4, hacer menos pero más eficiente; y 5, hacer mucho más conjuntamente. Los gobiernos francés y alemán, así como Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión, parecen estar de acuerdo en encauzarse hacia la tercera opción.
Pero al hacer más los que quieran, en la medida que puedan, en un mundo en el que la solidaridad y la colaboración solo llevan al fracaso y a la precariedad económica -a ojos de los votantes- podríamos acabar con una Unión Europea como adorno, en la que ninguno de los 27 que queden quiera “hacer más”. Estas próximas elecciones son una oportunidad para avivar cuanto antes un debate muy necesario, ¿qué futuro queremos para la Unión Europea?
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La Unión Europea pasa por un momento difícil, que desafía gran parte de lo que ha significado el proyecto europeo: La unión como fortaleza, tanto económica como geopolítica. La identidad europea, una raíz común celebrada a través de la diversidad de las culturas que la integran. Afrontar los conflictos entre todos los países miembros en solidaridad unos con otros. La intención de expandir el respeto a los derechos fundamentales más allá de las fronteras de la Unión.
Crisis existencial o no, la desestabilización del orden geopolítico mundial de las últimas décadas, y no solamente en Europa, podría terminar en un fracaso de dimensiones enormes para la UE y una vuelta a la Vieja Europa que, por lo visto, es muy añorada. Pero no podemos permitirnos el fracaso del sueño europeo, construido sobre los cimientos de una Europa decidida a no volver a pasar por otra Gran Guerra.