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El miedo a que vuelva a ocurrir: Paiporta vive en vilo la segunda DANA

Amparo, en el sótano en el que la riada sorprendió a su hijo y a su marido en Paiporta

Laura Galaup

14 de noviembre de 2024 22:41 h

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Los sótanos de la calle Arts Grafiques, en Paiporta, se convirtieron en una trampa mortal la tarde de las riadas. Es una zona de casas bajas, situadas a tan solo 200 metros del barranco que se desbordó el 29 de octubre. Todos conocen a alguien que murió allí aquel día. Esa tarde, muchos reaccionaron igual al ver cómo el agua llegaba a las plantas subterráneas de sus casas. Bajaron para intentar rescatar muebles, ropa, coches o bodegas. Pero entonces llegó la riada. Algunos consiguieron salvarse; otros, no.

El hijo y el marido de Amparo lograron sobrevivir, a pesar de que el agua les azotó cuando todavía estaban en el sótano. Habían bajado a coger el capazo del nieto de Amparo, que tiene siete meses. Querían ponerlo a salvo en el salón, evitar que el agua lo destrozase. Bajaron con una linterna, para entonces ya se habían quedado sin luz. Amparo se dio cuenta de que la situación era crítica cuando empezó a oír gritos. Vio entonces que el agua había subido mucho más de lo que esperaba. La riada ya estaba trepando por las escaleras que conectan el sótano y la planta baja de su casa. 

“Notaron un golpe en la espalda que piensan que fue el agua cuando entró”, explica Amparo, que sigue con el sótano embarrado. La fuerza del caudal se llevó por delante la puerta del garaje y los muros interiores de los sótanos de todas las viviendas de su mismo bloque. De pronto, su hijo y su marido se vieron flotando entre el lodo, con la cabeza casi tocando el techo. A punto de ahogarse. “Iban buceando en el fango para poder salir. En ese momento, mi marido se dio cuenta de que aún llevaba la linterna. Todo estaba oscuro. Era todo barro”, añade esta mujer de 61 años. 

La luz de la linterna les ayudó a ubicarse. Estaban cerca de la puerta. Y estaba abierta. Su hijo fue el primero en salir, luego agarró a su padre y lo sacó. Amparo no recuerda cómo vivió aquellos minutos de incertidumbre. No sabía qué podía hacer. Su nuera le cuenta que solo gritaba: “¡Se me ahogan!, ¡se me ahogan!”. 

“Hemos visto la muerte”, explica su marido. Cuando consiguieron salir, toda la familia se abrazó, llorando, conscientes de que habían estado a punto de morir. Lo fueron aún más a la mañana siguiente, cuando se enteraron de que dos de sus vecinos, una pareja que vivía al otro lado de la pared, fallecieron en ese mismo sótano. Tenían una adolescente de 16 años y un niño de ocho. 

Necesitó varios días para volver al sótano

Amparo tardó días en volver a bajar las escaleras. Necesitó tiempo para recomponerse de lo vivido. El lodo empapó las paredes del sótano, también las de la escalera que lleva al salón. En una cesta de plástico cubierta por barro, aún guarda la ropa que quedó destrozada aquel día. Entre el marrón, asoma una corbata burdeos de su marido. 

Durante ocho días, la familia convivió con el fango y el hedor. No tienen puerta en el sótano, así que el olor a putrefacción subía por las escaleras. Estuvieron así, con el garaje lleno de barro, hasta que llegó la ayuda. “Se lo debemos todos a los voluntarios. Se merecen un monumento. Hemos tenido hasta a italianos que se han cogido vacaciones para venir a ayudar”, añade.

Consiguieron limpiarlo, pero este jueves volvió a inundarse. La escena no se parecía a la de la mañana del 30 de octubre - no había barro, solo dos o tres dedos de agua - pero la sensación, sí. Las lluvias de la madrugada del miércoles al jueves, que colocaron a la provincia de Valencia de nuevo bajo aviso rojo, han vuelto a poner a los vecinos de Paiporta en vilo. 

Este municipio se ha convertido en la zona cero de la DANA que ha causado la muerte de 216 personas. En Paiporta, han fallecido 45. Por eso, durante la madrugada del miércoles al jueves, con un nuevo aviso de la AEMET, muchos vecinos estuvieron alerta. “Nuestro miedo era que las alcantarillas empezasen a tirar más agua y subiese. Estuvimos toda la noche sin dormir, pendientes”, explica Amparo. 

También Fina, su vecina de enfrente, pasó así la madrugada. Estuvo achicando agua toda la noche. En su familia todo el mundo está a salvo, pero también conoce a vecinos que murieron por la DANA: un veterinario, una abogada –según su relato– o un profesor. Su marido también se arriesgó al sacar el coche del garaje y aparcarlo en la acera. 

La Generalitat envió este miércoles una alerta de Protección Civil a los móviles alrededor de las 19.45 horas en la que comunicó el nivel de alerta de roja: “Se producirán fuertes lluvias desde la tarde-noche del día 13 y durante el día 14”. Los vecinos de la calle Arts Grafiques de Paiporta acogieron bien esa decisión. El 29 de octubre la alerta, en cambio, llegó tarde, cuando muchos municipios ya estaban inundados. 

“Cuando sonó la alarma ayer [por el miércoles] estuvimos nerviosos. Sabíamos que si llovía mucho se volvería a inundar”, explica Teresa, 72 años, en la puerta de su casa, mientras varios vecinos, liderados por su marido, meten mangueras en el sótano para intentar que el agua que ha entrado por las lluvias salga con una bomba. Todos los vecinos explican que lo que más temían en esta segunda DANA eran los alcantarillados. Llevan semanas bloqueados. 

Estas casas unifamiliares están a la entrada del municipio, al lado de varios polígonos industriales. La carretera de varios carriles que separa las casas de las naves se ha convertido en una piscina de barro por la que pasan camiones del Ejército, de bomberos y furgonetas de voluntarios. 

La casa de Teresa da a esa carretera. Ella ha perdido todo lo que tenía en el garaje. Estuvo dos o tres días sin luz ni agua. Su hija, que vive en el centro del municipio, se ha quedado sin casa. Cuenta que se han sentido abandonados durante días, y ahora temen que vuelva a pasar. Viven con miedo a una nueva inundación, no por el barranco, sino por lluvias torrenciales si no sanean el sistema de tuberías municipales. “Sabemos que ha sido devastador, pero queremos que pongan medios”, reclama Teresa. Este miércoles, cuando el móvil empezó a pitar de nuevo al recibir la alerta, a su hija le dio un ataque de ansiedad. El agua no podía llevarse nada, ya lo había perdido todo.

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