“Hay diferentes tipos de sinhogarismo: una mujer que convive con su maltratador también es una persona sin hogar, igual que quien vive en un albergue o un piso protegido”, explica un coordinador. “Esta noche vamos a trabajar con los conocidos como 'sin techo', literalmente”. Son las 20 horas del jueves 24 de octubre. El otoño ha llegado tarde a Valencia, pero los 15 grados de la calle obligan a llevar una buena chaqueta.
Decenas de personas salen del metro de Marítim-Serreria con bolsas y mochilas. Dentro llevan agua y bocadillos. Una pareja comenta alegre que se ha apuntado mucha gente. El pabellón del polideportivo de El Cabanyal-Canyamelar alberga a 500 personas que reciben las últimas indicaciones. 14 entidades sociales y el Ayuntamiento de València han organizado el primer censo de personas sin hogar; un recorrido por todas las calles de la ciudad para elaborar un recuento aproximado de las personas que pernoctan en la calle y en albergues.
El acto institucional arranca pasadas las ocho y dura cerca de 15 minutos. Más de 800 personas se han apuntado al voluntariado, pero finalmente son 582 las que, tras un periodo de formación, caminarán barrio a barrio hasta completar el recorrido. Hasta esta noche, la concejalía de Servicios Sociales que dirige Isabel Lozano estima que hay más de 800 personas en esta situación; 820 fueron atendidas el pasado año y hay 232 plazas de alojamiento. Nunca se ha hecho en la ciudad un censo de estas características. Según Lozano, la actividad les permitirá tener datos reales para poner a disposición de las entidades sociales los recursos.
Los voluntarios se dividen en grupos de seis personas, encabezadas por un líder; una persona con experiencia en la atención en la calle que coordinará la acción. Llevan una carpeta con un bolígrafo, cuestionarios y un mapa de su barrio. La Policía Local y Cruz Roja han preparado un dispositivo para la noche, tanto para acompañar a los voluntarios en algunas zonas como para estar alerta si encuentran a alguien que necesite asistencia médica.
Son las 21 horas en el Paseo de la Alameda. Compartimos los bocadillos de camino a nuestro punto de arranque. Nos ha tocado parte de Ciutadelaa y la Calle de Colón. El equipo lo forman Marisa, que trabaja en Casa Caridad, donde cooperan también Ximo y Eva; Álvaro y Lucas, estudiantes de Trabajo Social, este último de Erasmus desde Alemania, y Clarena, la jefa de equipo, que lleva un año cooperando con la ONG Bokatas Valencia. Aunque todos tienen experiencia en recursos asistenciales, es la única que ha trabajado en el acompañamiento de personas sin hogar.
21:15. Arranca la ruta en el Puente de la Exposición. Clarena ha explicado que es muy importante acercarse despacio, con cuidado y empatía. “Si están tumbados o sentados, es importante agacharse, mirar desde su misma altura. Si no quieren hablar, lo agradecemos y nos retiramos”. Las instrucciones son muy claras: nunca se molesta a nadie porque es como si entrara un desconocido en tu casa.
21:22. En el puente de las flores encontramos a la primera persona. El protocolo dice que deben acercarse sólo dos para no resultar intimidante. Mientras realizan la entrevista para el cuestionario, el resto comenta que es raro que haya personas durmiendo sobre el puente, ya que es un lugar muy expuesto. Como todos tienen experiencia, hablamos de la problemática. Se alegran de que participe tanta gente porque “no es un colectivo atractivo para hacer voluntariado. Es más bonito irse a África con los niños”. “Son los invisibles”, apunta Ximo, porque “todos giramos la cara y no los miramos” cuando pasamos por la calle. Es incómodo afrontarlo, asume el resto.
La primera persona que encontramos es un hombre de mediana edad que está en la calle “por elección y por problemas económicos”. Cuenta que quiere vivir al margen, que no le interesa la sociedad. Tiene un perfil muy culto, apuntan sus interlocutoras. Recorremos durante cerca de una hora la Plaza de América y las calles que llevan a la Porta de la Mar y sólo observamos a una persona durmiendo. Como las instrucciones son no molestar, en este caso se rellena una ficha de observación.
Advierten de que hay que tener cuidado con las fotografías porque las cámaras son intimidantes. Entre las instrucciones para respetar la intimidad de las personas, la escasa iluminación y la poca maña, tomar imágenes será complicado.
A las 22:40, arrancamos el recorrido en la calle de Colón. Encontramos a una persona durmiendo en un cajero. Los voluntarios comentan que no es habitual porque desde hace tiempo los cierran. No quiere hablar y continuamos el recorrido. El estudiante alemán comenta que en Colonia los estudios de trabajo social tienen prestigio y los trabajadores españoles están muy demandados. Se buscan por la experiencia en España, por su modelo de atención.
A las once de la noche la calle de Colón, una de las más concurridas por sus comercios, está semidesierta. Los que han apurado las compras se van a casa, llegan los transportistas para descargar los camiones, pasan los riders que llevan la cena a alguna vivienda de quien ha decidido que tiene hambre o pocas ganas de cocinar y algunos erasmus se preparan para comenzar la fiesta. En una de las zonas más ricas de la ciudad encontramos a dos personas entre cartones. Literalmente.
Son las 22:50 y vemos a dos hombres que se han construido una suerte de barrera con cartones que una tienda de ropa ha sacado a la calle. El primero rechaza hablar y el segundo no entiende el castellano, pero lleva a los voluntarios hacia su compañero para que traduzca. Este vuelve a rechazar la oferta y, de nuevo, se despiden amablemente y nos retiramos, rellenando el cuestionario de observación.
Uno de ellos ha rechazado participar porque dice que el censo no sirve para nada. En 2016 se intentó por parte de varias entidades una iniciativa similar, pero no se materializaron los resultados. Mientras caminamos por la calle de Colón hablamos de los prejuicios que tiene la población sobre personas sin hogar. No hay un perfil definido, coinciden todos, aunque el rasgo común es de personas sin una red familiar de apoyo. Otros, aprecia Álvaro, tienen alguna enfermedad mental y son rechazados por su entorno. “Cuando trabajas en esto ves que le puede pasar a cualquiera”, apunta.
Hablamos sobre el consumo de alcohol y drogas. “En un año de acompañamiento he visto a tres personas que han consumido alcohol. Son una minoría”, explica Clarena, desterrando el mito. Eva y Ximo han trabajado con personas sin hogar desde Casa Caridad, donde han observado que muchos han interiorizado el vivir en la calle y después les cuesta ducharse o ponerse ropa nueva. Marisa cuenta un caso contrario, que conoció a un hombre que sólo quería asearse para ir “presentable” a su entrevista de trabajo. También que hay personas con trabajo y en la calle.
Recorremos las calles que unen Colón y la Gran Vía sin observar a nadie. En el Mercado de Colón vemos a una persona sentada en un banco con varias maletas. Responde a la inicial J. y lleva un año sin vivienda, por motivos tan complejos que prefiere no aclarar. Explica que le han avisado de otra entidad de que esta noche se iba a hacer el censo y responde amablemente con monosílabos al cuestionario. Al terminar, Marisa pregunta su nombre. Lo ha reconocido como vecino del barrio. “Este hombre lleva más de 20 años viviendo aquí”, señala.
A las 23:52 termina el recorrido. Se hace recuento de los cuestionarios físicos y se revisan los registrados online. Se revisa también el mapa donde se ha marcado a las personas avistadas. En total, cuatro personas observadas y dos cuestionarios de quienes han querido hablar. Clarena marcha hacia el polideportivo para encontrarse con el resto de coordinadores y reunir todos los datos. El resto, nos vamos a casa. Los invisibles volverán a pasar la noche al raso.