Si se puede afirmar que la música es un elemento vertebrador esencial de nuestro territorio, también lo es la agricultura. Tanto una como otra han modelado nuestro imaginario colectivo y nuestra identidad. Ambas enraizan en nuestros pueblos, en nuestra manera de entender la vida y las tradiciones. La música ha modelado nuestros paisajes sonoros y festivos; la agricultura lo ha hecho con nuestros paisajes visuales y humanos: desde las huertas en las vegas fluviales al verde perenne de los campos de naranjos; desde los arrozales a los secanos de interior, los viñedos, los olivares y la ganadería; desde la extensa red de acequias y canales hasta las terrazas abancaladas construidas en piedra seca.
Son los paisajes agrarios mediterráneos únicos y diversos, que han descrito geográfos y economistas más allá del tópico del Levante feliz, desde Cabanilles a Joan Fuster, desde los libros de texto hasta los manuales de ingeniería agronómica. Paisajes que los valencianos tenemos el lujo de contemplar cada vez que nos desplazamos entre nuestras ciudades y pueblos y que, quizás por ello, de tanto verlos, olvidamos mirar con atención, perdiendo la capacidad de valorar en todo su significado. Paisajes que son, que existen, por las personas, hombres y mujeres y, en otros tiempos, incluso niños y niñas que se han dedicado y dedican a la actividad agraria.
No se trata de idealizar la actividad agraria, que tiene poco de bucólico y mucho de esfuerzo e incertidumbre; ni tampoco de soslayar sus impactos negativos sobre los recursos naturales, cuando no se gestiona bien o cuando no se ejerce con conciencia.
Se trata, más bien, de evocar esas imágenes para ilustrar aquello a lo que no queremos renunciar. Y aún más, a lo que no podemos renunciar. Porque este sector provee de los alimentos que consumimos cada día, además de generar un importante valor añadido, crear empleos y ese extenso tejido socioeconómico que constituye el complejo agroalimentario en el que interactúan sectores conexos, desde el transporte y la logística a la industria y los servicios profesionales. El sector agrario de la Comunitat Valenciana proporciona, además, sustanciosos ingresos de exportación a la economía española.
Hablo de un sector que, al igual que muchos otros sectores económicos, se enfrenta a un gran reto, el de unos mercados globalizados que operan con grandes volúmenes de comercio y a mucha velocidad, ante una sociedad ávida de consumo fácil y exigente con respecto a la calidad y a las condiciones sanitarias y ambientales de lo que consumimos. Por el lado de la producción, se trata de un sector que afronta costes crecientes relacionados tanto con su dependencia de las energías fósiles, como, en el caso valenciano particularmente, por unas estructuras de producción de reducida dimensión física y económica, caracterizadas por explotaciones dispersas, por la rigidez del mercado de tierras y por una idiosincrasia sectorial, basada más en el esfuerzo individual que en la fortaleza de lo compartido.
Todo ello se traduce en un diagnóstico estructural, fraguado desde hace décadas, y en unas consecuencias coyunturales, como la que hemos sufrido en la campaña citrícola, que otras producciones padecen en distinto grado. Escasos resultados económicos, baja rentabilidad, pérdida de poder de negociación y dificultades en la comercialización que, junto al difícil acceso a la tierra, conducen al poco atractivo de la actividad agraria para jóvenes y emprendedores. Es de justicia, no obstante, reconocer la existencia de experiencias individuales y colectivas, como son muchas cooperativas, que superan estas dificultades y, en determinadas campañas y productos, están ofreciendo resultados más que positivos.
Pero en rasgos generales, y salvo en alguna pieza, asistimos a un momento en que unos excelentes músicos, con mucho talento y una buena obra no están sonando lo bien que podrían porque tocan por separado.
Precisamente, y en otras palabras, es este diagnóstico el que nutre la exposición de motivos de la reciente Ley de Estructuras Agrarias de la Comunitat Valenciana, aprobada por unanimidad de las Corts. Es una ley fundamental que, me atrevería a afirmar, justifica el trabajo de una legislatura en materia agraria porque sienta las bases y líneas de trabajo para el futuro. Tiene esta ley valor en sí misma, pero también engloba al resto de iniciativas impulsadas por el Consell del Botànic para la recuperación de la agricultura valenciana. Me refiero al impulso a la producción ecológica, a la recuperación del IVIA (Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias) y su encaje en un potente sistema valenciano de generación de conocimiento agroalimentario, a la protección de l'Horta de Valencia (y en un futuro la de la Vega Baja de Alicante), o a la promoción del cooperativismo y de las figuras de calidad diferenciada amparadas en una marca, la primera marca de calidad de los productos agroalimentarios de la Comunitat Valenciana. Sin olvidar la recuperación del apoyo a los sectores ganaderos, la formación dirigida y adaptada al sector a pie de explotación y otras medidas de diverso calado.
La Ley de Estructuras no puede contener todas las soluciones, pero sí ofrecer los instrumentos para mejorar aquel diagnóstico, para empezar una singladura que deje atrás el pesimismo y la resignación actuales del sector agrario ante estos retos. Y de paso, que alinee al entorno productivo del sector agrario valenciano con los objetivos de mitigación y adaptación al cambio climático, tarea obligatoria en un territorio como el nuestro, clasificado entre los más vulnerables ante el calentamiento global, y en un sector como este, altamente dependiente del buen estado los recursos naturales para continuar produciendo.
Por la problemática que aborda, esta ley enraíza en la doctrina de las políticas de estructuras agrarias, pero al mismo tiempo es innovadora y actual por el cariz de sus instrumentos. Entre ellos, la promoción de las iniciativas de gestión en común, el impulso al uso de las energías renovables en las infraestructuras agrarias, los incentivos fiscales hasta donde la normativa estatal lo permite, la definición de tierra infrautilizada y la plasmación legal de figuras como las redes de tierras y los parques agrarios.
El campo valenciano, así como las bandas que jalonan y recorren todos nuestros pueblos y nuestras fiestas, cuenta con grandes profesionales, que atesoran saber hacer, tradición, formación y años de práctica. Con esta ley hemos querido contribuir a la composición de una partitura renovada, adaptada a los tiempos que corren y a lo que la sociedad exige. Ahora tenemos que afinar los instrumentos, compartir la música y caminar juntos, por una nueva sinfonía en el campo valenciano.
*Elena Cebrián Calvo, Consellera de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural