Alicante, otra vez penúltimos
Hace unos días, un diario nacional publicaba los datos de inversión municipal per capita en los municipios españoles. Entre la veintena de indicadores, lo que cada municipio invierte en Cultura. Alicante se encuentra en el penúltimo puesto en inversión cultural de las 31 capitales españolas más turísticas. Las dos capitales que menos invierten son las mismas dos que compiten en atracciones turísticas de Navidad: Alicante y Vigo. No obstante, si Vigo gana en iluminación, Alicante le gana en belén más alto del mundo. Pero no cantemos victoria, alicantinos: no ganamos ni en el belén más ancho ni el más largo (Xàtiva se lleva esa gran distinción). Necesitamos una reacción rápida: si ganamos en altura pero perdemos en anchura, podemos ganar en densidad y masa: no nos rindamos, podemos tener el mejor belén del mundo dentro de la peor ciudad de España.
Volviendo al caso de ese informe exhaustivo en datos, se pueden extraer unas conclusiones que desmontan, además, algunos mitos y leyendas. La primera de ellas, archisabida, es que no hay relación entre el PIB de Alicante y su inversión cultural. Seguimos siendo la quinta provincia con mayor PIB. Me dirán, con razón, que la inversión depende del presupuesto: a mayor presupuesto, más capacidad inversora. Pero los datos no dan la razón a esa lógica: Dénia dobla en inversión per capita a Alicante en Cultura, por citar un municipio también de costa, también turístico de nuestra provincia con un presupuesto cuatro veces menor al nuestro.
La segunda conclusión es que los municipios con más inversión en Cultura no están entre los cinco primeros de mayor afluencia turística. El primero en afluencia turística se coloca el 20 de 31 en inversión cultural por habitante (Madrid). Podría argumentarse que los municipios con menos capacidad turística necesitan buscar otros alicientes, pero tampoco los datos responden a esa lógica: hay municipios que ni una cosa ni la otra, pero tienen un PIB superior a Alicante (Santander).
La tercera conclusión es el falso mito de Málaga. La ciudad está a mitad de la tabla en inversión y por debajo de Santander. Ustedes, lectores atentos, dirán que la población de Málaga es muy superior a la de Santander, por lo que tocan a menos, pero con esa misma atención descubirmos que el presupuesto de la primera (casi mil millones) cuadruplica al de la segunda.
La cuarta conclusión es el axioma de que Cultura es reclamo turístico. No se demuestra en los datos. Las cinco grandes capitales con recursos culturales no están entre los primeros puestos de atracción turística, a pesar del Kursaal, del Guggenheim y de la fascinante gastronomía de las ciudades donde residen. Ninguna de esas ciudades necesita tampoco poner de excusa al Turismo para convertirse en una capital que invierte en su propia ciudadanía. Ese argumento empieza a ser un triste meme.
La quinta y última conclusión es que estos indicadores nos demuestran que seguimos sin entender que la Cultura es uno de los componentes naturales de la edificación mental de la ciudad, del concepto sociológico de “imaginario de ciudad”. El imaginario de Alicante se ha ido devaluando hasta ofrecernos una idea mucho peor de lo que Alicante es, por eso quizá esa imagen de que Alicante atesora infinitas oportunidades perdidas.
Dice el profesor colombiano Armando Silva que esos imaginarios de ciudad no son manipulables. Por eso Luis Barcala fracasa en su intento de ofrecer el imaginario de Alicante limpia. El imaginario de Bogotá cambió drásticamente cuando cambiaron los indicadores culturales. Ese constructo social de ciudad cambió porque la política cambió. Colombia cuenta desde 1997 con una ley de derechos culturales que va mucho más allá de las artes.
El investigador colombiano Óscar Hernández Salgar se pregunta con acierto “de qué van a hablar los guías a los turistas cuando no conocemos nuestra historia y no hemos podido averiguar en qué consisten nuestras culturas y en dónde radican nuestras diferencias”. Se puede aplicar perfectamente a Alicante: una ciudad que asumió un crecimiento demográfico exponencial por migración económica hace sesenta años sin ofrecer garantías de bienestar a los nuevos residentes, con dos lenguas y diferentes comunidades regionales, europeas e incluso iberoameriocanas, todas distantes entre sí.
Las artes, la política, el pensamiento, los saberes, las creencias... no son más que materiales de construcción, no el edificio. El edificio es diseñado por el estado mental común y aceptado de utilizar esos materiales para crear un imaginario de ciudad próspera en todas sus dimensiones (social, económica, cultural, medioambiental, etnológica...). La dimensión cultural es el índice sintomático que se requiere. En Alicante, es el índice imprescindible para obtener por fin un imaginario de ciudad aspiracional y no la pesadilla de las oportunidades perdidas.
*Francesc Josep Sanguino fue candidato a la alcaldía de Alicante, director del Teatre Principal d’Alacant, miembro del Consell Valencià de Cultura y vicepresidente de la Academia Española de Artes Escénicas.
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