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Otra anomalía española en Educación

23 de enero de 2022 20:12 h

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El 24 de enero se celebra por cuarto año el Día Internacional de la Educación, establecido por la ONU en 2019. Es necesario siempre recordar que la educación nunca es un gasto sino una inversión, que hay una correlación entre el desarrollo económico y cultural, y entre la inversión educativa de cada país y su desarrollo económico y su sentimiento de felicidad; y, cómo no, volver a remarcar que en el mundo hay más de 290 millones de niños sin escolarizar; que África Subsahariana tiene el record de niños analfabetos; que los niños refugiados no pueden asistir al colegio, alcanzando la cifra de cuatro millones y medio; que las guerras y los conflictos impiden que los niños asistan al colegio; que en los países en desarrollo todavía ochenta millones de niños no asisten a la escuela. Estos datos son de vergüenza pues hace medio siglo que en la ONU se comprometieron para que a principios del siglo XXI todos los niños de todos los países estuviesen escolarizados.

El tema escogido por la ONU para este día de 2022 es “Cambiar el mundo, transformar la educación”. Cuestiones sobre cómo apoyar a los docentes y darles las herramientas que necesitan, cómo dirigir y universalizar la transformación digital y cómo ayudar y proteger el planeta y el medio ambiente para lograr un desarrollo sostenible, cómo fortalecer la educación para conseguir erradicar las guerras, y cómo educar en la igualdad, son debates para reflexionar sobre los cambios que hay que realizar para que la educación merezca su nombre y sea universal y de calidad.

La Directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, con motivo del Día Internacional de la Educación 2022 ha escrito un mensaje en el que entre otras cosas incide en que no podemos seguir haciendo lo mismo de siempre y en que hay que cambiar el mundo y forjar un nuevo contrato social para la educación (esto es importante pues implícitamente se está pidiendo la justicia curricular e impugnando las propuestas marginadoras de la educación neoliberal). También Audrey Azoluay habla de reparar las injusticias del pasado y de la transformación hacia la “inclusión y la equidad”.

Esto último me anima a resaltar una de las anomalías más hirientes que se dan en el sistema educativo español: la educación segregada. Como sabemos la coeducación es un método educativo que parte del principio de igualdad de género y la no discriminación por razón de sexo. La coeducación es un concepto que debe implicar además una educación mixta, es decir, que hace referencia a la educación integral de hombres y mujeres en la misma institución. Por el contrario, la educación separada por sexos o educación segregada es un modelo educativo que como su nombre indica separa a los alumnos por sexos. En España hay 63 colegios, todos religiosos-concertados.

La entrada en vigor de la LOMLOE ha supuesto cambios en el sistema educativo español. En particular la de los colegios que aplican la segregación de su alumnado por género o que ejercen un tipo de educación denominada diferenciada, los cuales pierden su financiación pública. O deberían, según la ley. El Tribunal Constitucional prevé debatir sobre la LOMLOE (también conocida como ley Celaá) en respuesta a los diputados del Grupo Parlamentario de Vox del Congreso. En concreto en el País Valenciano hay 10 colegios concertados con segregación. Para la conselleria d’Educació esto conlleva, además unos costes de dinero público para la ciudadanía de “más de catorce millones de euros entre nóminas, módulos de conciertos y gastos de funcionamiento” cada curso. La LOMLOE concluye explícitamente que “los centros sostenidos parcial o totalmente con fondos públicos desarrollarán el principio de coeducación” y “no separarán al alumnado por su género”. Esperemos que el Tribunal Constitucional este a la altura de los tiempos y no se oponga a este apartado de la LOMLOE pues, como dice la profesora del Departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo, Carmen Rodríguez Menéndez, la meta de un colegio es ser “un espacio de socialización en el que se prepara para la vida, donde hombres y mujeres vivimos y convivimos. No podemos hacer de las escuelas lugares artificiales”.

Las aportaciones provenientes de las ciencias –biología, pedagogía, etnología, psicología, neurología- aunque ofrecían datos cada vez más precisos sobre las diferencias entre los sexos, no modificaban sustancialmente las posturas a favor de la coeducación. Los estudios que presentaban los partidarios de la educación segregada eran de juez y parte y contenían sesgos relevantes; e incluso en investigaciones neutrales los mismos datos eran utilizados por partidarios y detractores de la coeducación para afianzar sus posturas. Para unos las diferencias en la constitución somática, o los distintos ritmos evolutivos del desarrollo psicofisiológico entre chicos y chicas, justificaban la educación por separado de cada sexo; para otros esos mismos datos aconsejaban precisamente lo contrario, pues en justa interpretación tales diferencias eran, fundamentalmente, fruto de obsoletos planteamientos culturales; siendo, a la postre, mayores las ventajas que los inconvenientes en el caso de la coeducación. Desde la renovación pedagógica no hay dudas: si chicos y chicas conviven naturalmente en la familia, en su barrio, en su trabajo y en sus momentos de ocio; si la escuela ha de preparar para la vida; si una de las misiones fundamentales que actualmente se le atribuyen es el desarrollo de la capacidad de convivir en el pluralismo y la diversidad, en la educación inclusiva y en la equidad… lo razonable es que las estrategias educativas deben establecerse para grupos heterogéneos reflejo de la complejidad sociocultural. Si hiciésemos caso a los estudios –insisto: sesgados- que presentan como justificación los partidarios de la escuela segregada, habría que hacer más educaciones segregadas, pues tampoco es igual el desarrollo psicofisiológico e intelectual de todos los de un mismo sexo, e incluso alumnado de sexos diferentes tendrían más igualdad intelectual que otros de su mismo sexo.

¿Cómo podría ser inconstitucional no dar dinero público a una educación que va en contra de los supuestos ideológicos aprobados por la LOMLOE? ¿Cómo si la Constitución señala que “hay que buscar la igualdad entre los sexos y que es discriminatoria la desigualdad”? ¿Cómo en un país a la vanguardia en los derechos LGTBI y de las mujeres y con un Ministerio de Igualdad? ¿Por qué los laicos hemos de pagar de nuestros impuestos los caprichos de los colegios de ideología y educación machista? ¿Cómo no va a acomplejarse o sufrir el o la homosexual en una educación segregada? No nos hagamos ilusiones: aunque el que impugna la obligación de la coeducación sea el partido de ultraderecha Vox, ya sabemos cómo están últimamente de puñeteros y politizados los altos tribunales. Más de una sorpresa ha dado el Tribunal Constitucional.

 No nos engañemos: la mayoría de estos colegios son del Opus Dei, organización religiosa elitista, millonaria, con muchas influencias y denunciada por exmiembros por muchas de sus acciones y obligaciones de claro contenido sectario. Precisamente en las cuestiones de género, es suficiente con saber que las mujeres de los colegios del Opus limpian las habitaciones, cocinan y sirven las comidas a todos sus miembros masculinos, y les está prohibido hablar con ellos. El machismo está en su ADN. Dice su fundador Josemaría Escrivá de Balaguer en su libro de normas Camino: “Si queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios –ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas- habéis de ser espirituales” (aforismo 946). De este modo, la masculinidad se construye mediante el rechazo a ocupar una posición subalterna, en la que se ubica la feminidad. El niño recibirá de forma sistemática mensajes de identificación con la masculinidad, como el de “sé un hombre”, cuyo subtexto es “no seas una mujer”. Ver que las niñas y adolescentes son educadas aparte implica que masculinizarse consiste en el aprendizaje de la importancia de la desigualdad, donde el hombre ocupa el lugar de poder y las mujeres son socializadas en el despoder, y la sospecha entre ambos sexos. La buena educación requiere una visibilización de las mujeres. En la coeducación no hay que hacer diferencia entre “lo masculino” y “lo femenino”. No podemos, pues, ceder a las pretensiones de desigualdad y roles machistas que pretenden los colegios religiosos de educación segregada subvencionados con dinero público. Esta es todavía una asignatura pendiente en nuestra democracia.

Costó y tardó mucho en España abrirse paso la coeducación (además del paréntesis del franquismo). Para vergüenza de Vox, es ya en 1876 cuando surge la Institución Libre de Enseñanza –llena de sabios pedagogos- que refleja en su Programa la apuesta por la educación de las mujeres y por la coeducación: “La Institución estima que la coeducación es un principio esencial del régimen escolar, y que no hay fundamento para prohibir en la escuela la comunidad en que uno y otro sexo viven en la familia y en la sociedad. Juzga la coeducación como uno de los resortes fundamentales para la formación del carácter moral, así como de la pureza de costumbres, y el más poderoso para acabar con la actual inferioridad positiva de la mujer, que no empezará a desaparecer hasta que aquella se eduque, en cuanto se refiere a lo común humano, no solo como, sino con el hombre”.

La coeducación se convierte en un factor protector de la violencia contra las mujeres, ya sea en el ámbito académico, personal, laboral o social. Promueve la supresión de falsas creencias tanto de chicos como de chicas y los anima a actuar de manera autónoma, libres de estereotipos marcados por los roles de género. En este sentido hay que evitar funciones, juguetes y colores por sexo, y el papel que se adopta en los trabajos en equipo: fomentar la elección libre de los niños y de las niñas. Para ello es imprescindible un modelo educativo inclusivo, fomentar el juego desde una perspectiva neutral, y hacer del aula un lugar de debate coeducativo: es esencial fomentar comentarios no sexistas, promocionar valores de igualdad de sexo y elegir materiales, contenidos y proyectos educativos no sexistas. Es interesante que los educadores propongan actividades en las que, por ejemplo, se analice el ámbito profesional desde la perspectiva de género y que los niños y adolescentes se puedan concienciar de las desigualdades que se presentan en el mercado laboral. También en la comunidad educativa hace falta formar a las familias en pautas de coeducación, evitando conductas sexistas en el hogar. ¿Alguien cree que todo esto es posible desde la educación segregada por sexos?

Quiérase o no, de manera subrepticia, la educación separada por sexos introduce una formación social donde el hombre es representado como lo positivo y, además, lo neutro dentro del pensamiento androcéntrico, por lo que, para definirse, necesita significar a las mujeres como lo negativo. En una educación segregada el género masculino se construye en contraposición jerárquica respecto a la tentadora y devaluada otra. En este sentido Pierre Bourdieu afirmaba que “la virilidad es un concepto eminentemente relacional, construido ante y para los restantes hombres y contra la feminidad, en una especie de miedo a lo femenino”. Desde la pedagogía y la educación mixta se contempla la igualdad de género desde un enfoque democrático considerando la diversidad existente y su contexto, con el fin de construir una sociedad basada en el respeto y la igualdad, vinculados a valores y actitudes alejados de estereotipos. ¿Educación separada por sexos? Con mis impuestos no.

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