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CV Opinión cintillo

Berlusconi, Trump, la Sociedad del Cansancio y la Economía del Donut

24 de noviembre de 2020 10:39 h

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La derrota de Trump era condición de posibilidad para que quedara alguna opción de cumplir el Acuerdo de París y, por tanto, esperanza en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de forma significativa esta década (aunque aún no suficiente). No sólo por el enorme peso que tiene porcentualmente en el conjunto de las emisiones globales de todo el planeta la economía de los Estados Unidos de Norteamérica, sino e igualmente determinante, por la senda de liderazgos que podrían continuar, alentados por el resultado, la línea negacionista ante el Cambio Climático del aún presidente estadounidense. Una vez más, el resultado de las elecciones en Norteamérica comprometía el destino del conjunto del planeta.

La lección que puede extraerse de estas elecciones presidenciales es que sólo la movilización de todas las personas sensibilizadas por la lucha contra cambio climático y por los derechos sociales, y la igualdad de razas y géneros, han sido suficiente para derrotar a un multimillonario aspirante a autócrata. Mucho se ha escrito sobre Trump como continuador de Reagan, quien, junto con Thatcher en Reino Unido, lideró la ofensiva neoliberal, pero creo que el antecesor político más genuino de Trump no fue ningún político anglosajón, sino uno mediterráneo, Berlusconi. Un político sin ideología, que utilizó la estructura de sus partidos para su ambición personal y en el que era difícil observar separación entre sus intereses privados y su ejercicio como cargo público.

Trump y Berlusconi han destacado por cómo utilizan de las herramientas comunicativas más disruptivas a su alcance: Berlusconi basó su ascenso político en su posición dominante, con la irrupción de los canales de televisión privados, en el panorama audiovisual italiano; Trump es el resultado de la hegemonía de las redes sociales, en especial de Twitter, como herramientas de acceso a la información política. Su derrota puede ser interpretada como el final de un mal sueño que acaba con el despertar y la vuelta a lo anterior, percibido como lo real y algo más ecuánime. Pero mal haríamos olvidando que Berlusconi, después de perder el gobierno, lo recuperó volviendo a ganar unas elecciones en otras dos ocasiones más.

No debemos olvidar que el mundo de las relaciones internacionales anterior a Trump en absoluto era modélico y que éste sólo ha llevado a peores escenarios fuertes tendencias latentes. Como tampoco podemos idealizar la “normalidad” anterior a la pandemia causada por la Covid-19. Era el mundo de un modelo agotado que había llegado a sus límites y que tiene entre sus consecuencias la propia pandemia. Y no sólo se han superado los límites biofísicos del planeta, como nos lo demuestran los cada vez más frecuentes fenómenos meteorológicos extremos, también las personas ya estaban llegando a sus propios límites. Nos lo recuerda, Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano radicado en Berlín, en sus libros “La sociedad del cansancio” y “La sociedad de la transparencia” publicados en 2010 y 2012 respectivamente, donde estableció la conexión entre la sobrexplotación en las sociedades capitalistas contemporáneas y la pandemia silenciosa de depresión y agotamiento, agravada en este inicio de siglo XXI. El agotamiento es, también, el resultado de la autoexplotación donde cada persona realiza su vida como una empresa donde se impone dar el máximo ante objetivos inalcanzables.

El distanciamiento entre las personas no es un elemento nuevo ni exclusivo de la pandemia, ya existía previamente: cualquiera hemos vivido, incluso participado, en reuniones sociales donde se estaba más pendiente de las personas ausentes -conectadas a través del móvil- que de las presentes. Esa conexión permanente, sin descansos produce un estado de ansiedad perpetuo. No podía ser de otra forma dado que las nuevas redes sociales son espacios narcisistas de afirmación: toda red social gira entorno a la evaluación de uno mismo y del otro. Facebook, Twitter, Instagram, Tik-Tok y, también, aplicaciones como Tinder, acaban siendo lugares donde se examina a todas las personas que participan de forma permanente, sin desconexión ya que el espacio virtual no prescribe ni tiene horarios o festivos. La exposición es continua, ininterrumpida y la evaluación tiene que ver con el parecer. Si en el mundo clásico se trataba del ser y en el capitalismo del tener, en el mundo posmoderno es la apariencia el elemento central de la valoración. El parecer requiere de un esfuerzo infinito ya que depender de la representación nos hace más vulnerables que el ser o el tener. Es la banalización del Mito de Sísifo.

Frente a ese esfuerzo vacío y agotador por un mantener un mundo personal de apariencias, desde la Ecología Política, la propuesta es clara: recuperar el ser como elemento vertebrador de la comunidad donde todas las personas son valiosas y aportan en la medida de sus capacidades al bien común y este último no queda circunscrito sólo a la comunidad más próxima sino al conjunto de los seres vivos del planeta. Hace ya décadas que el ecologismo asumimos como axioma “piensa globalmente, actúa localmente”. En estos momentos, es necesario recordarlo actualizándolo. Cuidar, curar, criar en palabras de la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana Mónica Oltra, podría ser otra buena síntesis. Intentar ser feliz y reflexionar sobre qué es lo que nos aporta bienestar. En suma, se trata de que lo que eres y haces contribuya a dejar un rastro de felicidad permanente en quienes te rodean y, en la medida de las posibilidades de cada persona, también en quienes nunca llegarás a conocer. No se me ocurre nada más pleno como objetivo vital. Y no, no es ninguna utopía, ni un sueño. Lo que sería una pesadilla es asumir que los modelos socioeconómicos injustos e insostenibles no tienen alternativas.

Hay alternativas, son reales y ya se están llevando a cabo. Desacralizar el Producto Interior Bruto y sustituirlo por indicadores que valoran el bienestar y la calidad de vida de las personas como las prioridades a la hora de elaborar el presupuesto de un país, no es una utopía irrealizable: Jacinta Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, lo llevó a cabo en 2019. Posiblemente, lo hizo inspirada en la propuesta formulada por Kate Raworth, economista y docente en las Universidades de Oxford y Cambridge, que, en el marco de la Economía del Donut, plantea la conciliación entre las necesidades de las personas y los límites del planeta. En esa línea inciden también las propuestas de reducción de la jornada laboral con el doble objetivo de facilitar la conciliación y avanzar en el reparto del empleo presentadas por Compromís en el marco del Botànic. Hemos visto como los sistemas económicos productivistas nos han llevado a las puertas del colapso. Es necesario dar una oportunidad a alternativas que son mucho más realistas que haber creído que el crecimiento infinito era posible en un mundo finito.

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