Colegio electoral
El colegio electoral es el único colegio que tiene vacaciones de cuatro años, y en el que solo se ofrecen clases una vez en ese tiempo. Resulta extraño porque, para ser la democracia la titulación más importante de nuestras vidas colectivas, nos convendría una mayor presencia de las asignaturas electorales en lugar de un vacío tan prolongado.
El colegio en cuestión nada más se abre para examinarnos, solamente para eso, y luego se cierra hasta nueva orden. No es extraño que estemos convencidos de que la democracia consiste en votar, meter la papeleta por la ranurita, y ya está. Papeleta es otra palabra relevante y, mira por dónde, se parece a un diminutivo. De papel (se refiere a nuestro papel en el proceso), papeleta, que también usamos como sinónimo de riesgo: Menuda papeleta tenemos cada cuatro años. O te voy a leer la papeleta; ¿qué dices? ¿no sabes que la papeleta es secreta?
Sin embargo, más que nunca, nos hace falta que el colegio en cuestión permanezca abierto de par en par, sin siquiera vacaciones, e imparta conocimientos imprescindibles para convivir. Memoria, respeto, libertad, justicia, tolerancia, generosidad, conversación, acuerdos, son asignaturas que, a estas alturas, necesitamos que nos las expliquen otra vez. Eso sí, con cátedras potentes, diversas, polivalentes, mestizas, cátedras que enriquezcan eso que resumimos en una papeleta en la que, aunque parezca mentira, han de caber todos los conceptos necesarios para crecer juntos.
Ningún otro colegio recoge esa tarea y, además, tenemos la idea peregrina de que el concepto “ir al colegio” siempre se refiere a los otros. Son ellos, nunca yo, los que necesitan sensatez. Nosotros, los adultos, ya hemos rellenado nuestras casillas del aprendizaje, ya lo sabemos todo (si yo te contara, decimos, mitad batallita, mitad amenaza). Es el adversario el que tiene que reconsiderar sus ideas estrafalarias para poder llegar a un acuerdo.
¿Recuerdan cuando nos decían (en el colegio, claro) que las líneas podían ser paralelas o convergentes-divergentes? ¿Lo recuerdan? Así son nuestras vidas. Unas son paralelas, en la misma dirección, pero no se tocan, con lo importante que es tocarse. Otras son divergentes (cada vez más lejos unas de otras, y más, y más) y por último quedan las convergentes, que son las que más me interesan; cada vez más cerca. Pero, dichosos peros, las convergentes se convierten en divergentes en cuanto cambiamos de punto de vista. Son las mismas, demonios, pero ahora se alejan.
Es mejor hacer que converjan, y que lo hagan de la mano de los colegios, de infancia, de juventud, de adultez, de senectud, todos híbridos, todos mestizos, todos electorales. Esos colegios que han de permanecer abiertos siempre, porque están de guardia para que no se cuele la ignorancia, ni la demagogia, ni la mentira, ni la exclusión.
Dentro de esos colegios estamos todos.
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