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CV Opinión cintillo

Desajustes

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Vivimos momentos de desajustes. En el plano internacional hay invasiones, desajustes de fronteras cuando en los mapas se mueven esas líneas invisibles que delimitan la propiedad de la tierra. La pobre tierra llena de tatuajes que indican lo que es mío y lo que es tuyo, también el aire, el mar, el subsuelo, incluso las ideas. Incluyendo el derecho a defenderse desde este lado frente al derecho de defenderse del otro. Eso sí, se amplían los errores de unos y se disimulan los del contrario.

En el clima, nuestra forma de vida no se ajusta a un planeta, otra vez el planeta, que se queja y también ejerce el derecho a defenderse aunque a eso no le llamamos guerra, sino catástrofe. Ya ven, hay ministerios de defensa, pero no de ajustes, con la falta que nos hace. Y cuando hablamos de ajustar cuentas no nos referimos al equilibrio presupuestario, sino a la venganza. Si te dicen “ven, que te voy a ajustar las cuentas”, es señal inequívoca de una catástrofe, doméstica claro. La tierra ha aprendido de nosotros eso de “diente por diente”, somos sus maestros, no podemos quejarnos.

Y aquí, en nuestro país, estado o nación, el desajuste es evidente. Hay una oposición empeñada en oponerse. Usamos mal las palabras, nunca debimos llamar oponente al que difiere de las opiniones mayoritarias. Mejor llamarle minoría. Simplemente son menos; pueden discrepar y tienen derecho a que se respeten sus opiniones, pero no tienen por qué poner palos en las ruedas para hacer patente su discrepancia, sea la rueda que sea. Existe el derecho a la opinión, un derecho fantástico, fundamental en democracia; lo del bloqueo permanente es otra cosa. Parlamento viene de hablar, no de escupir. Mejor cuidar las palabras, ajustarlas. Volver a decir a estas alturas “la calle es nuestra” es reiterar un pasado doloroso, del que no paramos de huir y algunos se empeñan en reivindicar. La calle no es de nadie porque es de todos y todas, como tampoco es de nadie la justicia aunque ahí la minoría no es que opina, sino que la bloquea y ella, coqueta, se deja bloquear. Desajuste mayúsculo.

Cuando era joven, que fui, en la tele blanquinegra que entonces dormía por la noche, había un momento al empezar y acabar la emisión que se llamaba carta de ajuste, ¿lo recuerdan? Yo no lo entendía, era el momento del aburrimiento, con una imagen estática incomprensible. Pero ahora no solo la recuerdo, sino que la echo de menos. No era el momento del aburrimiento, sino la posibilidad de ajustar el aparato para que la imagen se pareciera lo más posible a la realidad, sin deformaciones, sin mentiras, sin amenazas. Ese momento de calma era la garantía para poder ver las series de entonces (Bonanza, Ironside, El fugitivo) sin caras alargadas, brillo excesivo o grises mezclados. Yo no lo sabía, pero aquellas imágenes abstractas de la carta (circunferencias, retículas, líneas...) representaban el planeta, la convivencia, las fronteras, las conversaciones. Y teníamos la oportunidad del acuerdo.

Es cuando me reconcilio con la vieja carta de ajuste y busco en la tele de la vida los botones para ajustar lo que nunca debió desajustarse. ¿Saben? A veces los encuentro.

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